martes, 14 de julio de 2015
UNA MUJER DIFERENTE: CAPITULO 26
ME importas Paula. Eres especial para mí». Cada vez que el recuerdo de las palabras de Pedro aparecía en su mente al día siguiente, mientras preparaba la maleta para el viaje de trabajo, el pulso se le aceleraba de felicidad.
Había sido tan cariñoso, tan tierno al besarla. Con los ojos tan serios cuando la sentó sobre el regazo. Los labios tan hambrientos... y el cuerpo tan duro por el deseo. Sin embargo, la había detenido cuando ella había querido continuar. Le había dicho que necesitaba tiempo para pensarlo.
Eso no era algo que un hombre hiciera cuando su único objetivo era pasarlo bien, disfrutar de un juego. No, estaba segura de eso. Era algo que un hombre hacía cuando estaba enamorado.
La idea le aceleró el pulso. Cuando llamó a Jay para contarle lo sucedido, su amiga se había mostrado escéptica acerca de los sentimientos de Pedro. Pero Paula se había reído, por una vez segura en sí misma como mujer.
Jay quería todo aclarado. Le preocupaba que Pedro siguiera desinteresado en el matrimonio. Lo que su amiga no comprendía era que cuando una persona se enamoraba, sus sentimientos cambiaban con respecto a todo. De hecho, a pesar de su decisión de alejarse de él, nada más ver que podía estar herido le hizo comprender que todavía lo amaba. De hecho, había estado dispuesta a hacer el amor con él, a pesar de su vieja resolución de esperar hasta casarse. Lo que importaban era el amor y Pedro... no una ceremonia.
Cenicienta preparándose para su primer baile no podría haber estado más entusiasmada que Paula mientras hacía la maleta para el viaje.
Después de titubear un momento, regresó al armario para bajar la caja blanca que había encima del vestido de novia de su madre.
La abrió y extrajo el camisón que contenía, dejando que la seda descendiera por sus manos en un flujo sensual y suave. Se pasó un pliegue por la mejilla y disfrutó de la delicada frescura del material. Hacía una eternidad que lo tenía. Siguiendo un capricho, lo había comprado nada más llegar a Chicago. Aterradoramente caro y perversamente hermoso, la seda era de un blanco níveo y puro.
Nunca se lo había puesto. Lo había guardado en el armario, para reservarlo con el fin de estrenarlo con ese alguien especial que soñaba encontrar algún día. Le había sentado bien cuando se lo probó en la boutique de lencería. Estaba segura de que en ese momento le quedaría incluso mejor.
Volvió a guardarlo en la caja.
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