sábado, 4 de julio de 2015

MI ERROR: CAPITULO 21





—Deberías acostarte temprano —dijo Paula.


Daniela estaba tumbada en el sofá que ella misma había elegido, de terciopelo fucsia, no tan práctico pero más alegre que el de seda marrón que había elegido Paula, viendo la televisión.


—¿Acostarme temprano? ¿Por qué? No soy una niña pequeña.


«Entonces deja de actuar como si lo fueras», pensó Paula. 


«Crece de una vez. Yo he tenido que hacerlo, Pedro ha tenido que hacerlo».


Pero se contuvo. Aquello era culpa suya. Si hubiera estado allí, si hubiera luchado con los asistentes sociales para exigir derechos de visita quizá todo hubiera sido diferente.


Y si no hubiera pensado sólo en sí misma aquel día, poco a poco podría haber construido una nueva relación con Pedro


En lugar de eso, Daniela, egoísta, necesitada, desesperada, la había obligado a elegir entre Pedro y ella. No sabía que ya la había elegido cuando dejó a su marido.


Pedro se lo había puesto fácil, mucho más de lo que pensaba, dejando claro que no volvería a llamarla durante algún tiempo, poniendo como excusa su trabajo…


—No he dicho que seas una niña, pero mañana es mi último día en el programa. Y me gustaría que fueras conmigo.


—¿Qué? —Daniela se mostró emocionada durante un segundo, pero enseguida arrugó el ceño—. No, no… mira qué pelos tengo.


—Las chicas de peluquería se encargarán de arreglártelo.


—¿Y qué me pongo? ¿Me prestas uno de tus…? No, déjalo. Tú no quieres que vaya.


—Claro que sí. Quiero que todo el mundo sepa que tengo una hermana.


—¿Para demostrar lo caritativa que eres? No, gracias.


Paula, irritada, la obligó a levantarse del sofá. Sabía por qué lo estaba haciendo. Sabía que se sentía culpable por haber destrozado su vestido y ésa era su manera de esconderse.


—Ven conmigo.


—¿Dónde?


No había vuelto a entrar en el vestidor y el conjunto de Balenciaga, hecho trizas, seguía en el suelo. Allí estaban todos sus vestidos, colgados ordenadamente en perchas de madera. Había regalado muchos durante los últimos días, pero había conservado los que representaban algo especial para ella.


Paula pasó la mano por las perchas y tomó uno negro de lentejuelas, sin mangas. Nunca volvería a ponérselo. Lo había guardado porque tenía buenos recuerdos.


—Me lo puse para la entrega de premios el primer año. Entonces no me habían nominado, sólo era una famosilla más, invitada para hacer bulto.


Tomando las tijeras, empezó a cortarlo; las piezas de tela cayeron al suelo junto con los jirones de seda del vestido de Balenciaga. Sin hacer caso del gemido de Daniela, hizo lo mismo con otro vestido y otro, y otro… contándole cuándo se los había puesto, en fiestas, galas, aniversarios… Cuando llegó al último, su hermana tenía los ojos llenos de lágrimas.


Una sencilla túnica de seda gris era el primer vestido de diseño que había comprado en su vida: un Chanel clásico. 


Era el que llevaba el día que conoció a Pedro. Destrozar aquél iba a ser más difícil, pero sería un símbolo, una promesa a su hermana, aunque ella no pudiese entenderla, de que nada se interpondría entre la dos otra vez.


—No, por favor —dijo Daniela entonces—. No lo hagas —cayendo al suelo de rodillas, tomó los jirones de seda como si pudiera reunirlos de nuevo—. Lo siento mucho, Paula. Lo siento mucho, de verdad…


—Sólo es un vestido —suspiró ella, soltando las tijeras—. Lo que quería que entendieras es que tú eres más importante. ¿Me crees?


—Parecías una princesa esa noche —Daniela estaba secándose las lágrimas con el dorso de la mano—. Yo estaba fuera, en la puerta del hotel, esperando cuando llegaste. No pensaba meterme en tu vida, pero quería verte y cuando saliste del coche…


—Estaba muy nerviosa.


—Qué va, estabas muy guapa. Y luego me miraste y tiraste un beso. Pero no sabías que yo estuviera allí…


—Estaba pensando en ti.


—¿De verdad?


Y en Pedro.


No, no debía pensar en él. Nunca se perdonaría a sí misma por lo que le había hecho, pero Pedro era fuerte. Le dolería, pero sobreviviría sin ella.


Daniela no.


—Pensé que podrías estar viendo el programa. Y esperaba que pensaras que el beso era para ti.


—Debería haber confiado en ti, pero pensé…


—Sé lo que pensaste —la interrumpió—. Te defraudé una vez, no estuve a tu lado cuando me necesitabas, pero eso no volverá a ocurrir. Pase lo que pase, hagas lo que hagas, te querré y estaré a tu lado. Y mañana encargaremos una lápida para tu padre, ¿te parece?


Daniela le echó los brazos al cuello y estuvieron así un rato, sin decir nada, abrazándose la una a la otra entre las ruinas de sus vidas. Y Paula supo que aquella crisis había pasado. 


No la última, pero quizá sí la más grave.



* * *


Pedro se quedó en casa para ver el programa de Paula esa mañana. Las noticias, los periódicos, la entrevista a un taxista que había escrito un libro y a una mujer con cáncer que estaba haciendo campaña para que buscasen un nuevo tratamiento, el informe del tiempo…


Los ingredientes usuales de su programa; Paula, el pegamento que lo unía todo con su encanto, su carisma y una fuerza que a él le había pasado desapercibida hasta entonces. O quizá fuera nueva. Algo que había encontrado en las cordilleras del Himalaya. Algo que le hacía amarla aún más. Sólo esperaba que su hermana entendiese lo afortunada que era.


Aquél era su último día en el programa y el editor había hecho un montaje de los mejores momentos: el primer día, cuando hizo aquel torpe informe del tiempo que la convirtió en una cara conocida, su entrevista al secretario general de Naciones Unidas, Paula sobre un autobús de dos pisos, Paula con la gota de sangre cayendo por su rostro en el Himalaya…


Pedro pensó que pondrían los títulos de crédito sobre esa imagen, pero la cámara volvió a enfocarla a ella en el plató.


Paula Chaves tenía algo especial delante de una cámara, pero aquel día era algo nuevo, algo más. Una madurez que no tenía nada que ver con su nueva imagen. Había aprendido por fin a creer en sí misma e Pedro se encontró sonriendo.


—He sido parte de este programa de una forma o de otra durante nueve años —empezó a decir—. Y, a pesar de todo lo que han visto, lo único que he aprendido es que esto no es sobre mí sino sobre ustedes, la gente que ve el programa cada día. Es sobre ustedes, sobre sus vidas —la cámara se acercó un poco más—. Hoy, como saben, es mi último día en este plató y quiero usar los últimos minutos para hablar de mí. Bueno, en realidad no sólo de mí. Voy a contarles la historia de dos niñas…


Pedro se levantó del sillón mientras Paula le contaba al mundo la historia de su vida. Mientras hablaba de los horrores que había vivido, pero también del amor.


Cuando terminó, se volvió para sonreír a alguien y la cámara enfocó a Daniela sentada a su lado.


El público y los técnicos se quedaron en silencio un momento y luego todo el equipo entró en el plató, aplaudiendo, para abrazar a Paula y a su hermana.


Pedro no podía apartar los ojos de ella, incluso cuando la puerta se abrió y Miranda entró en la biblioteca.


—Yo también estaba viendo el programa. Es asombrosa tu Paula, ¿no?


—No es mía.


Sólo durante unos momentos inolvidables el día anterior, cuando la verdad los había hecho libres. Cuando pronunciaron palabras que habían estado guardadas bajo llave durante tres años.


Hasta el día de su muerte recordaría su voz cuando le dijo «Te quiero».


—Pero sí, es asombrosa —consiguió decir, con un nudo en la garganta.


—Yo estaba tan segura de que te haría daño… Pensé… pensé que sólo quería tu dinero, pero no es así. No la dejes escapar, Pedro.


—Su hermana la necesita más que yo.


—Pero Paula te necesita a ti —insistió Miranda—. Todos necesitamos a alguien, una roca a la que agarrarnos cuando las cosas van mal. Su hermana se recuperará, Pedro.


—Algún día.


Daba igual. La semana siguiente, el año siguiente, él estaría allí si Paula lo necesitaba. Siempre estaría allí.


—¿Qué va a hacer la hermana ahora?


—Le dije a Paula que tú podrías conseguirle un trabajo.


—Ah, gracias. En serio, por creer en mí. Por cuidarme, por salvarme —de repente, su antipática y severa hermana pequeña se quedó sin palabras—. Hablaré con ella. Le preguntaré qué le gustaría hacer.


—Es frágil —le advirtió Pedro.


—No la romperé. De hecho, puede que le resulte más fácil hablar conmigo que con su hermana —Miranda miró la pantalla, donde Paula sonreía con un ramo de flores en la mano—. ¿Qué va a hacer ella ahora?


—No tengo ni idea. Me habló sobre un documental sobre adopciones y yo sugerí que formase su propia productora.


—No la veo dirigiendo una productora, pero ¿quién sabe? Esperaré un par de semanas antes de hablar con Daniela, les daré tiempo para que se aburran de jugar a las familias felices. Pero tú no metas la pata enviándole flores o correos de ánimo, ¿eh?


—Si eso es psicología inversa, has elegido al hombre equivocado.


Nada de flores, nada de correos.


Sólo el silencio.







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