sábado, 4 de julio de 2015
MI ERROR: CAPITULO 19
Paula se dio la vuelta y descubrió que seguía en los brazos de Pedro. Se había quedado dormida y no le sorprendía, ya que se levantaba cada día a las cuatro de la mañana para ir al estudio.
Pero no era aquella siesta lo que la hacía sentirse como nueva. Era Pedro, abrazándola, estando allí.
Se había quedado dormida y él seguía allí.
Lo que siempre había soñado. O lo más parecido, pensó, sonriendo, tontamente feliz.
—Esto da un significado nuevo a la expresión «se acostaron juntos».
Entonces, sintiendo que aquello era el principio de algo nuevo, algo diferente y no un final, alargó una mano para ponerla sobre su corazón.
Pero él sujetó su muñeca.
—Paula…
Ella no le hizo caso. Pedro creía que quería más de lo que él podía darle y por eso la había mantenido a distancia.
Pero se equivocaba.
Ahora que sabía la verdad, un mundo de posibilidades se abría ante ella. Había muchos niños en el mundo por los que podía hacer algo con su tiempo, su cariño, su dinero. Pero sólo había un hombre. Y, con un brazo atrapado debajo de ella, una mano ocupada manteniendo la suya cautiva, estaba a su merced. Con una mano neutralizada, Paula hizo lo que haría cualquier mujer y usó la boca para romper su resistencia.
Oyó un suspiro de agonía cuando puso los labios sobre su corazón, escuchando los fuertes latidos. Su piel era cálida y suave como la seda.
Pedro intentó hablar, pero contuvo el aliento cuando ella rozó uno de sus pezones con la lengua. Paula tenía el poder y lo usó, besando su pecho, bajando hasta la cavidad de sus costillas. Pedro intentaba apartarse, intentaba detener aquel ataque a sus sentidos, pero había esperado demasiado y el roce de la lengua femenina en su ombligo lo hizo gemir más de dolor que de placer.
Era un hombre fuerte, pero su cuerpo lo traicionó. Y descubrió que una raíz cuadrada no era rival para su mujer cuando estaba decidida a seducirlo. Que cuando debería estar diciendo «no» la única palabra que parecía capaz de decir era «sí». Que cuando ella se colocó encima y se inclinó hacia delante, los turgentes pechos acariciando su torso, diciendo «Te quiero, ámame, Pedro»… la vocecita de advertencia en su cabeza estaba perdiendo el tiempo.
Hicieron el amor sin secretos, sin barreras entre ellos. Paula lloró después y Pedro la abrazó, apretándola contra su corazón.
—Lo siento —murmuró, secándose las lágrimas—. Yo no suelo… no esperabas esto cuando apareciste con una caja llena de botes de pintura, ¿eh?
—Si éste es el recibimiento que me espera, traeré una caja todos los días. O mejor, podrías volver a casa.
—No puedo. No puedo volver allí… —Paula levantó la cabeza—. ¿Has oído algo?
Un portazo y el ruido de pisadas atropelladas en la escalera no dejaban lugar a dudas. Paula se incorporó para ponerse una bata y salir del dormitorio.
—Oh, no…
Sonaba como si le hubieran dado un puñetazo, como si se hubiera quedado sin aire. Pedro no se molestó en ponerse los pantalones para salir al pasillo, pero se quedó inmóvil en la puerta al ver, en el vestidor de Paula, el conjunto que había llevado a la entrega de premios hecho jirones.
Daniela.
¿Cuánto tiempo habría estado en casa, oyendo los sonidos de dos personas que hacían el amor?
El instinto lo hizo abrazar a Paula para protegerla, pero ella se apartó, rechazando un gesto de consuelo que le había suplicado una hora antes, la clase de gesto que empezaba a convertirse en una segunda naturaleza para él.
—Ha debido de pasar algo… algo malo —Paula se volvió hacia él—. Me necesitaba y yo no estaba ahí para ella.
Pedro buscó algo que decir, algo que la ayudase, que lo ayudase a él. La dolorosa realidad era que a veces no había palabras.
—Habrá vuelto a ese edificio.
—¿Por qué? Sabe que iré a buscarla allí.
—Quiere que la encuentres, Paula. Ni siquiera se ha llevado el abrigo que le compraste —Pedro señaló el perchero.
—Se va a helar.
—Venga, yo te llevo…
—¡No! No, por favor.
Daniela los había ayudado a abrirse el uno con el otro, a enfrentarse con la realidad, pero era una chica problemática y, en su desesperación, igualmente capaz de separarlos.
Forzada a elegir entre lo dos, y Daniela la haría elegir, Paula, empujada por el sentimiento de culpa, lo sacrificaría todo para convencer a su hermana de que la quería. Su propia felicidad, si era necesario.
Y lo único que él podía hacer era permanecer allí. Hacer lo que pudiera para ponérselo más fácil.
—Querrá gritarle a alguien, culpar a alguien porque cuando te necesitaba tú estabas en la cama conmigo. Si yo estoy allí, podré servirle para que ventile su odio.
—Yo quería estar contigo, Pedro. Esto no es culpa tuya.
—Y esto no es sobre nosotros. Daniela te necesita, Paula. Yo no soy indispensable.
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