sábado, 4 de julio de 2015

MI ERROR: CAPITULO 20





El edificio había sido asegurado contra los intrusos. Pedro se encargó de llamar a los propietarios personalmente para que lo hicieran rápido… y habían hecho un buen trabajo.


Daniela, que seguramente habría intentando entrar, tuvo que rendirse y ahora estaba sentada en el suelo, temblando, con las manos en los bolsillos de la cazadora.


Paula no dijo nada. Cuando le ofreció su abrigo fue invitada, de la forma más grosera, a marcharse, pero su respuesta fue quitarse el abrigo, tirarlo al suelo y sentarse a su lado.


—¿Vas a contarme qué ha pasado?


—Como que te importa.


—Si no me importase no estaría aquí. ¿Qué ha pasado?


—¡No estabas allí! —gritó Daniela.


Hablaba como una niña petulante y no como una adulta, pensó Pedro, pero la pobre había sufrido mucho. Necesitaría la ayuda de un psicólogo y el amor incondicional de Paula para reconstruir su autoestima. Y él sabía por experiencia que ése era un trabajo para toda la vida.


—¿Cuándo no estaba allí? —preguntó Paula pacientemente.


—Esta mañana, cuando llamaron de la agencia —respondió con desesperación.


—Estaba trabajando, Daniela, ya lo sabes. ¿Qué querían?


—Decirme que habían encontrado a mi padre.


—¿Qué? Pero no deberían…


—¿Por qué no? Era mi padre.


—Lo sé, pero yo habría querido estar allí cuando hablasen contigo. No deberías haber estado sola.


—No es nada nuevo para mí. Además, creían que hablaban contigo —dijo Daniela entonces, apartando la mirada—. Está muerto, Paula. Mi padre murió hace seis años. Fui a ver su tumba, le llevé flores. Ha sido horrible. No había lápida ni nada. Ni nombre, sólo un número.


—Cariño… —Paula le pasó un brazo por los hombros—. No deberías haber estado sola en ese momento —y no volvería a estarlo. Aquella tarde había visto a un Pedro diferente, cariñoso, capaz de demostrar sus sentimientos, el hombre del que se había enamorado. Y, sin pensar, lo había empujado a algo que era un error—. Lo siento mucho, Daniela.


—Por favor… —su hermana se apartó—. Tú lo odiabas, le culpabas de todo. Y yo no te importo nada. Él es la única persona que te importa —añadió, señalando a Pedro.


—No…


—Es verdad. Siempre te está llamando. Cuando hablas con él pones cara de tonta y, cuando volví a casa estaba allí, en tu habitación…


—Es mi marido, Daniela…


—Pero se supone que estás separada. No acostándote con él a media tarde.


Cuando Paula se volvió para mirarlo, Pedro supo que todo estaba perdido, que sacrificaría su felicidad, aquella promesa de un nuevo principio en su matrimonio… cualquier cosa para hacer feliz a su hermana por el error que creía haber cometido cuando tenía catorce años. La verdad era que Daniela necesitaba el cien por cien de su hermana en aquel momento y eso era lo que iba a tener.


Y no había nada que él pudiera decir o hacer para que cambiase de opinión. Incluso intentarlo sería un error.


Lo sabía porque él habría hecho el mismo sacrificio por Miranda.


—Lo de hoy ha sido… una de esas cosas que pasan cuando algo importante se ha terminado —empezó a decir Paula—. Pero ya no podemos volver atrás.


Estaba diciéndole que esperar no serviría de nada, que había tomado una decisión firme. Pero sus ojos, suplicándole que la entendiera, que la perdonase por poner a Daniela primero, estaban diciendo otra cosa. Y si Paula supiera que la estaban traicionando los habría cerrado.


—Tú eres más importante para mí que nada en el mundo, Daniela Porter. Tienes que creerme.


Había lágrimas en sus ojos pero Daniela, llorando por su propia pena, por un hombre al que no conoció, que nunca la había querido, que les había robado a las dos la posibilidad de ser felices, no las vio.


La vida tenía por costumbre hacer pagar por los errores, Pedro lo sabía. Él no se había ido tres años antes, no tenía el corazón de Paula, su capacidad de sacrificio. 


Pero esa vez era diferente. Paula le había enseñado el poder del amor.


Necesitaba estar sola con su hermana y él era lo bastante fuerte como para dar un paso atrás durante el tiempo que hiciera falta.


—Hasta que la muerte nos separe.


Repitió la promesa de su matrimonio en un susurro. La diferencia era que ahora entendía el significado. Y, sobre todo, creía en él.






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