jueves, 30 de julio de 2015

EL ESPIA: CAPITULO 22




Paula se marchó el domingo por la noche y Pedro no la llamó en tres días. No era el único que sentía la tiranía de la distancia en lo que se refería a las relaciones. Damian estaba en Canberra, a doce horas de la granja, y aunque su hermana era muy independiente estaba claro que Elena echaba de menos a su marido.


—Podríamos ir a visitarlos mañana —le dijo el miércoles, por teléfono—. ¿Sigues teniendo tu licencia de piloto?


—Hace años que no vuelo, tendría que pasar un examen.


—Menos mal que yo sí la tengo.


—¿La avioneta sigue funcionando?


Mantener la Cessna en buenas condiciones una vez había sido su tarea, antes de Antonov.


—Claro. ¿Para qué sirven los juguetes si no puedes usarlos? —Elena hizo una pausa—. ¿Entonces qué dices? ¿Quieres que vayamos a Canberra? Porque yo creo que una visita durante la semana a alguien que nos importa es algo serio.


—Creo que tienes razón.



*****


A Paula le gustaban los jueves y aquel jueves en particular un demonio de ojos azul oscuro la llamó a las seis y media para pedirle que cenase con él.


—¿Por qué no estás en el barco?


—Elena ha decidido cenar con su marido. Tiene una avioneta.


—Mira que sois…


—Me alegra que hayas llamado.


—¿Podemos cenar juntos esta noche? Sé que debería haberte avisado antes.


Así era. Paula miró el número de expedientes que tenía que estudiar y firmar esa misma tarde.


—No sé si puedo.


—¿Y si te llevo la cena a la oficina? ¿Tienes que trabajar hasta muy tarde?


—¿Puedes darme una hora y media? Después de eso creo que podré marcharme.


—¿Quieres que vaya a buscarte?


—Podríamos quedar en mi casa, si tú llevas la cena. Así ganarás puntos, muchos. Podría haber helado de vainilla con chocolate de postre.


—¿También tengo que llevar el helado?


—No hace falta, tengo helado en la nevera.


—Nos vemos allí entonces —dijo Pedro antes de cortar la comunicación.






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