jueves, 30 de julio de 2015

EL ESPIA: CAPITULO 21




—Niños —dijo Paula por la tarde, mientras tomaban una perca de agua salada y una ensalada en la cubierta del barco—. ¿Qué piensas de los niños?


—Me gustan —respondió Pedro—. No tengo nada contra ellos, pero no sé si quiero tener hijos propios.


—Eres demasiado joven, es normal que pienses eso ahora. ¿Pero no los ves en tu futuro?


—¿Y si me equivoco? Si meto la pata, el niño sufriría. La paternidad requiere una seria consideración.


—Desde luego que sí.


—¿Y tú? ¿Quieres tener hijos?


—Mis padres no han sido un ejemplo a seguir. Mi abuelo, según su propia admisión, abandonó a mi madre porque estaba muy ocupado con su trabajo y ella hizo lo mismo conmigo. Imagino que si yo no tengo hijos, el ciclo terminará.


—Y yo estoy seguro de que eso no es verdad. ¿Si conocieras a alguien especial te gustaría tenerlos?


Su vacilación le dijo muchas cosas.


—De todas formas, tendría que cambiar de vida —murmuró Paula—. Y estoy empezando a ser mayor para tener hijos. Además, nunca he conocido a un hombre con el que haya querido tener hijos y no sé qué clase de madre sería. ¿Y mi trabajo? Tú sabes que estoy todo el día en la oficina. He tenido que pedir muchos favores para conseguir este fin de semana libre.


Pedro frunció el ceño.


—Dejé de pensar en ser madre cuando conseguí el puesto. Sé qué tú no crees que la diferencia de edad sea un problema, pero tal vez mi ambivalencia en el asunto de los hijos sí te importe.


—¿Te estás apartando de mí?


—No —respondió ella, pero parecía preocupada—. Estoy dejándote entrar, hablándote sobre las esperanzas y los sueños que aún tengo y los que he dejado escapar.


Pedro miró el mar, pensando que ser padre no tenía atractivo para él si la mujer que tenía a su lado no quería ser madre.


Fue una de las decisiones más sencillas que había tomado en su vida


—¿Qué te parece ser tía?


—Sería una buena tía —respondió Paula—. Claro que yo no tengo sobrinos.


—Yo tengo tres y una hermana embarazada. Si me porto bien, tal vez me deje al niño alguna vez. Así podrías practicar.


Ella sonrió.


—Eres casi perfecto, no dejes que nadie te diga lo contrario.


Tarde, mucho más tarde, se reunieron con Elena y Damian para tomar una copa.


Y no porque hubiesen tenido viento en contra.






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