martes, 30 de junio de 2015

MI ERROR: CAPITULO 8




Paula se obligó a sí misma a comer, aunque no tenía apetito. 


Cocinar había sido más una distracción que otra cosa, algo que hacer con las manos mientras hablaba con Pedro. Pero le horrorizaba tirar comida, de modo que hizo un esfuerzo para tragar los huevos revueltos, que no le supieron a nada.


Sabía que estaba haciendo lo que debía hacer, pero no era fácil.


Incluso ahora su presencia parecía llenar la diminuta cocina. 


El calor de su piel, el olor a limpio, a ropa perfectamente lavada y planchada y a algo que no podría nombrar pero que le encogía el corazón, parecía flotar por toda la cocina.


Desesperada, tomó un frasco de ambientador y lo echó por todas partes. Pero lo que servía para erradicar el olor a tabaco o a calcetines sucios no era capaz de borrar el más sutil aroma de Pedro Alfonso.


El olor estaba en su cabeza, pensó entonces. Y tendría que vivir con él hasta que desapareciera con el paso del tiempo, borrándose como un recuerdo agridulce. O una fotografía dejada al sol.


Como si se hubiera puesto el piloto automático, guardó el plato en el lavavajillas y limpió la encimera, contando hasta cien antes de ir al salón para leer el correo. Calmando a los hados con su paciencia para que fuese una buena noticia. O quizá temiendo que no fuera lo que ella esperaba.


Y, evidentemente, los hados parecían pensar que necesitaba más tiempo.


No eran noticias sobre Daniela, sino un correo de Simone, disgustada por haber perdido el diario que había escrito durante el viaje. Su amiga le confesaba que se había convertido en un relato más emocional que descriptivo y contenía secretos que se habían contado las tres bajo el aire limpio de la montaña.


Si alguien lo encontraba, corrían el riesgo de que todos esos secretos se publicasen.


Quizá fuera la desilusión o que seguía angustiada por su encuentro con Pedro, pero Paula no se preocupó demasiado por la pérdida del diario. Simone, sin embargo, estaba angustiada y llena de remordimientos, de modo que contestó asegurándole que no pasaría nada, que seguramente el diario estaría en la basura de algún aeropuerto. Y luego, como el contacto con Simone había renovado su convicción de que estaba haciendo lo que debía hacer, se sintió mejor y escaneó una de las fotografías que se había hecho en los grandes almacenes.


Te mando una foto de la nueva Paula. Como ves, ahora soy mucho menos Monroe y más… yo misma, supongo. Me he pasado el fin de semana comprando ropa nueva y sin un asesor de imagen a mi lado. Mi nuevo aspecto ha dejado a la gente boquiabierta en el estudio esta mañana, un susto que aumentó considerablemente cuando anuncié que no renovaría mi contrato con la cadena.
Pedro ha pasado por aquí y casi le da un ataque cuando le he dicho que me había comprado un coche…


Estaba a punto de contarle cómo le había tomado el pelo, pero decidió no hacerlo. Clara y Simone sabían que estaban separados, pero no quería usarlas para hablar de él. Tenía que apartarlo de sus pensamientos. Difícil. Quizá imposible. 


Pero al menos podía apartarlo de sus correos. De modo que continuó:


Pero ésas son cosas triviales.
La gran noticia es que me he apuntado en el registro de adopciones. Si Daniela ha hecho lo mismo, me pondré en contacto con ella. Si no…
Si no, tardaría semanas o meses en encontrarla. Años quizá.


Simone le había dicho que pidiera ayuda a Pedro y Paula miró automáticamente hacia la puerta, casi esperando verlo allí.


«Si necesitas algo…».


Un millón de cosas. Que la ayudase a encontrar a Daniela, por ejemplo. Con sus contactos, seguramente no tardaría más de un minuto. Pero en realidad sólo había una cosa que quisiera de él: su amor. Y eso era algo que Pedro nunca le había ofrecido.


Volviéndose hacia el ordenador, borró la última parte.


No quería pensamientos negativos. Ni transmitírselos a Clara y Simone, que tenían que enfrentarse con sus propios demonios. En lugar de eso, les preguntó cómo iban sus planes, animando a Clara, a quien notaba dudosa, a no retrasar su propia búsqueda antes de enviarles un beso.


Luego volvió a la página del registro de adopciones, leyendo obsesivamente las historias de personas que habían sido adoptadas con felices o trágicos resultados. Madres que se habían separado de sus hijos, hijos buscando sus raíces. 


Historias llenas de alegría, de pena, experiencias que cubrían todo los estados de emoción. Paula buscaba algo que le diese esperanza, usándolo para no recordar a Pedro quien, por mucho que intentase bloquearlo, seguía ocupando sus pensamientos.


Pedro, en una playa tropical, dándole la mano mientras ella repetía una promesa que no debía ser tomada al pie de la letra: «hasta que la muerte nos separe». Quizá su corazón hubiera sabido entonces lo que su cabeza se negaba a admitir.


Pedro, dejando una importante reunión de negocios para ir a buscarla.


Pedro, en los raros momentos en los que se dormía en sus brazos y era, por un delicioso momento, todo suyo.



******


Era tarde cuando por fin llegó a casa.


—Ha llamado tu secretaria —dijo Miranda, con gesto de reproche—. Te has perdido una reunión.


—Lo sé. Le he pedido que se disculpase por mí.


—Eso no es lo importante. Nadie sabía dónde estabas.


—¿Y vas a castigarme sin recreo? —preguntó Pedro, irónico.


Pedro


Paula se habría reído. Aunque estuviera enfadada, no habría podido evitarlo. Pedro había intentado limitarse al acuerdo que tenían: sexo y seguridad. Pero Paula siempre le daba más. Y siempre había conseguido ayudarlo a eliminar la tensión del día con una sonrisa, con una caricia.


—Has ido a verla, ¿verdad? —preguntó su hermana entonces—. A Paula —añadió, como si hubiera alguien más.


—Teníamos que hablar de algunas cosas.


No habían hablado, en realidad. Al menos, no habían hablado de nada importante. Pero había descubierto algo: Paula no quería que mirase su ordenador. Había estado a punto de cerrarlo y prácticamente había dado un salto cuando entró un correo. Estaba escondiendo algo… no otro hombre, por supuesto.


Ojalá se hubiera fijado en lo que había en la pantalla.


—¿Pedro?


—Paula te llamará antes de venir a recoger sus cosas.


—Ah, claro, y yo tengo que ponerme firme cuando llame —replicó Miranda.


—Pensé que estabas deseando librarte de ella.


—Yo… siempre he sabido que esto iba a pasar.


—Sí, bueno, seguro que no eres la única.


Pedro


—Si llama por teléfono antes de venir será por educación, pero no tiene que hacerlo. Además, Paula es mi mujer, Miranda —la interrumpió él—. Y ésta es su casa.


—¿Y dónde está ahora? —replicó su hermana, señalando alrededor—. ¿Qué tiene Paula? ¿Cómo lo hace? Todo el mundo está siempre pendiente de ella. Va como flotando en una nube de luz y de color sin hacer nada salvo ponerse guapa y, sin embargo, tiene el mundo a sus pies.


—Si eso es lo único que ves en ella, es que no eres tan inteligente como yo creía —replicó Pedro, furioso.


—¡Pero si incluso ahora, cuando te ha dejado, sigues defendiéndola!


—Paula no necesita que la defienda.


No necesitaba nada de él. ¿No era eso lo que había aprendido en las montañas? ¿Que era lo bastante fuerte como para estar sola?


—Y en cuanto a lo de la nube de luz y de color, tú podrías probarlo de vez en cuando.


Su hermana se encogió de hombros.


—No, no es mi estilo. Yo no puedo… Paula me hace sentir tan inadecuada… Como mujer —dijo rápidamente, para que no pensara que se refería a algo importante—. En cuanto entra en una habitación de repente me siento invisible.


—Miranda…


Ella hizo un gesto con la mano.


—Haré lo que pueda, pero ¿no sería más sensato esperar a que se haya instalado antes de recoger sus cosas?


—¿Instalado dónde?


—No pensarás dejar que se quede en ese agujero en Camden, ¿verdad?


—Me parece que yo no tengo nada que decir al respecto.


—Ah, ya veo. Va a hacerse la pobrecita para sacarte todo lo que pueda.


Pedro suspiró.


—Paula no quiere sacarme nada. Y todo lo que tengo es suyo, además.


—¿Incluyendo esta casa?


La única posesión en la que Paula no estaría interesada jamás.


—Quizá lo mejor fuera que tú empezaras a buscar casa, Miranda. Por si acaso. Me han dicho que Camden está empezando a ponerse de moda. A lo mejor Paula quiere hacer un trueque… y su apartamento no es tan pequeño.


Lo era en comparación con aquella casa, cualquier piso lo sería. Pero resultaba acogedor, algo que nunca habían podido conseguir en aquel sitio al que llamaban su hogar y que parecía un museo cuando Paula no estaba.


—Una vez que lo haya redecorado… —añadió, recordando las muestras de tela y pintura que había visto sobre la mesa.
Adopción.


La página que había visto en el ordenador de Paula era una página de adopciones. Y, de repente, todo cobró sentido.
—… quedará muy bonito.







2 comentarios:

  1. Muy buenos capítulos! Muy buena esta novela! Me tiene atrapada!

    ResponderBorrar
  2. Está novela me atrapó 100% deberías subir 2 veces al día !!!! :) :)

    @jesica_tkd

    ResponderBorrar