miércoles, 10 de junio de 2015
LA PRINCESA: CAPITULO 6
Una empleada del hotel llamó a la puerta de la sala de juntas y asomó la cabeza con gesto de preocupación.
–Lamento interrumpir –se disculpó, mirando de unos a otros–. Una de las clientes se ha puesto enferma en las pistas de esquí. Están a punto de llegar.
–¿Se ha puesto enferma o se ha caído? –le preguntó el gerente, con tono preocupado. Enfermar era una cosa, tener un accidente en las pistas del hotel, otra muy diferente.
–Parece que es un mareo. Se trata de la princesa Paula de Bengaria, por eso he venido a avisarlo.
–¿Ha llamado al médico? –Pedro se levantó de un salto.
–No se preocupe, tenemos un médico en el hotel –se apresuró a decir el gerente–. Lo mejor para nuestros clientes, como usted sabe bien.
Por supuesto que lo sabía. Eso era lo que diferenciaba sus hoteles de los demás hoteles de lujo, la atención al detalle y el mejor de los servicios.
–El médico la examinará en cuanto llegue –dijo el gerente, haciéndole un gesto a la empleada para que saliera de la sala de juntas.
Pedro volvió a sentarse, pero había perdido la concentración. Durante la siguiente media hora tuvo que hacer un esfuerzo para concentrarse en los beneficios, proyectos y problemas hasta que, por fin, decidió rendirse.
–Tengo algo urgente que hacer –se disculpó mientras se levantaba de la silla–. Sigan ustedes.
Sabía que estaba portándose de una forma inexplicable.
¿Desde cuándo Pedro Alfonso delegaba en nadie algo que podía hacer él mismo? Especialmente después de haber cruzado el continente para acudir en persona a esa reunión.
Quince minutos después recorría el silencioso pasillo siguiendo a una nerviosa empleada.
–Esta es la suite de la princesa –la mujer llamó a una puerta con intricados picaportes de cristal tallado a mano, pero no hubo respuesta y Pedro la empujó. Estaba abierta.
–Soy amigo de la princesa –pasando por alto la mirada suspicaz de la mujer, entró en la suite y cerró la puerta tras él.
«Amigo» no describía su relación con Paula. Ellos no tenían una relación, pero, curiosamente, no era capaz de concentrarse en el asunto que lo había llevado allí hasta que comprobase por sí mismo que estaba bien.
El salón estaba desierto, pero la puerta que lo conectaba con el dormitorio estaba entreabierta y al otro lado escuchó el murmullo de una voz femenina, seguida de la voz de un hombre:
–¿Es posible que esté embarazada?
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