miércoles, 10 de junio de 2015

LA PRINCESA: CAPITULO 7




No! –exclamó Paula, estupefacta, mirando al médico–. No estoy embarazada.


¿Ella, embarazada? ¿Por qué iba a traer un niño al mundo cuando no era capaz de poner su propia vida en orden?


Podía imaginar la cara horrorizada de su tío. La impulsiva e irresponsable Paula, que desperdiciaba su vida en intereses absurdos en lugar de hacer el papel para el que había nacido. Aunque no tenía fe en que pudiese hacer ese papel.


–¿Está segura? –la mirada del médico era tan penetrante que Paula sintió que le ardía la cara.


–En fin, supongo que es posible –murmuró–. Pero solo fue una noche.


–Solo hace falta una noche –dijo el médico.


Paula sacudió la cabeza.


–No, no puede ser. Usamos preservativos –el rubor en sus mejillas se extendió al resto de su cuerpo. No por admitir que había estado con un hombre. Después de todo, tenía veinticinco años, no era una niña.


No, el rubor era por el recuerdo de cuántos preservativos habían usado, de lo insaciables que habían sido. Hasta que Pedro dijo que no quería saber nada de ella.


–Los preservativos no son efectivos al cien por cien –le recordó el médico–. ¿No usa otro método anticonceptivo?


–No –Paula hizo una mueca. Todos esos años tomando la píldora mientras entrenaba y de repente… tal vez debería haber seguido tomándola.


–Perdone que le pregunte, ¿pero cuándo fue esa noche de la que habla?


–Hace un mes. Un mes y un día exactamente –su voz sonaba ridículamente ronca y tuvo que aclararse la garganta. Sus periodos no eran regulares, de modo que podría ser un error–. Tiene que ser el mal de altura, eso es lo que ha pensado el guía.


–No lo creo –dijo el médico.


Paula abrió la boca para discutir, pero estaba demasiado cansada. Cuanto antes demostrase que estaba equivocado, antes le daría algo para el mareo.


A regañadientes, tomó la prueba que le ofrecía y se dirigió al baño… pero tuvo que agarrarse al quicio de la puerta porque de repente la habitación empezó a dar vueltas.


Pedro no sabía qué le sorprendía más, la posibilidad de que Paula estuviese embarazada o que él hubiera sido su único amante en el último mes. Si había que creer lo que decían las revistas del corazón, Paula no tenía escrúpulos para saltar de cama en cama.


Por eso se quedó donde estaba, escuchando la conversación. Espiar no era su estilo, pero no era tonto y sabía que su dinero lo convertía en objetivo para muchas buscavidas. Una demanda de paternidad podía ser muy lucrativa y él no era la presa de nadie.


Pero entonces recordó el tono sorprendido de Paula. No estaba fingiendo. Incluso había un temblor en su voz ante la idea de un embarazo no deseado.


Un mes y un día, había dicho. Eso significaba que el bebé que esperaba era hijo suyo.


Él siempre había tomado precauciones y era inconcebible pensar que hubiesen fallado. Y más inconcebible aún que fuese a tener un hijo.


Solo casi desde su nacimiento, Pedro había convertido lo que debería ser una debilidad en su mayor fortaleza: la autosuficiencia. No tenía a nadie y no necesitaba a nadie.


Siempre había sido así y no pensaba cambiar.


Nervioso, se pasó una mano por el pelo. Debería habérselo cortado el mes anterior, pero se había lanzado al trabajo con tal dedicación que no había tenido tiempo para nada más.


«Un mes y un día».


Se le encogía el estómago al pensarlo.


Un murmullo de voces hizo que volviese a mirar hacia la puerta de la habitación, pero, cuando estaba a punto de entrar, la voz masculina confirmó sus sospechas:
–Ah, esto lo confirma, Alteza. Está esperando un hijo.






No hay comentarios.:

Publicar un comentario