lunes, 15 de junio de 2015

LA PRINCESA: CAPITULO 25



Esas dos semanas en el Caribe le habían parecido dos meses. O más que eso.


Pedro pulsó el botón del ático y se pasó una mano por el pelo, demasiado largo. Se tocó la barbilla, notando el roce de la barba, y supo que debería haberse afeitado en el avión. 


Pero había trabajado como un loco intentando organizarlo todo para poder volver a São Paulo lo antes posible.


Se afeitaría cuando llegase al apartamento.


Salvo que una vez que viese a Paula sus buenas intenciones se irían por la ventana. No podría controlarse.


La necesitaba de inmediato.


La necesitaba como nunca había necesitado a una mujer. 


Sus brazos estaban vacíos sin ella. Echaba de menos su sonrisa, su carácter, su generosidad, cómo le tomaba el pelo. Echaba de menos tenerla cerca, compartir las cosas pequeñas de cada día a las que nunca antes había dado importancia.


Las puertas del ascensor se abrieron y Pedro entró en el apartamento.


–¿Paula? –fue al dormitorio, pero no estaba allí, de modo que salió al pasillo–. ¿Paula?


–Senhor Alfonso –era Beatriz, secándose las manos en el delantal–. No esperaba que volviese hoy.


–He cambiado de planes. ¿Dónde está la princesa?


La mujer frunció el ceño.


–Se ha ido, senhor.


–¿Cómo que se ha ido? ¿Dónde?


–A Bengaria, para la coronación de su tío.


Pedro parpadeó, sorprendido. Había hablado con Paula todos los días, pero no le había dicho nada de sus planes.


¿Porque temía que la detuviese?


Esa era la única explicación.


La ultima noche, en la galería, mencionó el matrimonio y ella intentó hacerlo callar. ¿Porque había decidido dejarlo?


–¿Se encuentra bien, senhor Alfonso?


Pedro sacudió la cabeza, intentando disimular su angustia.


–Sí, estoy bien.


–¿Necesita algo?


–No, nada, Beatriz. No necesito nada.


Salvo a Paula. Era como si el suelo se hubiera abierto bajo sus pies.


Sin fijarse en la mirada preocupada de Beatriz, volvió al dormitorio.


Quince minutos después se dejaba caer sobre la cama, con la cara entre las manos. Había intentado hablar con ella por teléfono, pero tenía el móvil apagado. Y no había ningún mensaje, ningún correo explicándole por qué estaba en Bengaria.


Nada salvo una carta arrugada de su tío en el cajón de la mesilla. Una carta exigiendo su presencia en la ceremonia de coronación. Una carta recordándole la importancia de su regreso a Bengaria para conocer al hombre con el que pretendía que se casase…


Pedro tuvo que hacer un esfuerzo para llevar oxígeno a sus pulmones.


Lo había dejado para volver con su tío, el hombre al que detestaba.


Porque prefería casarse con un aristócrata antes que con él, un hombre sin familia ni árbol genealógico. Un hombre respetado solo por su enorme éxito profesional, un hombre que aún tenía las cicatrices de su pasado. En todos los sentidos.


Habría jurado que nada de eso importaba a Paula, pero si no era eso, ¿qué entonces?


A menos que, como él, tuviese dudas sobre su capacidad para ser un buen padre. Para darle amor a su hijo.


¿Cómo iba a dar algo que él no había tenido nunca?


El miedo encogía su estómago, despertando profundas dudas sobre sí mismo.


Algo rozó su rodilla entonces y cuando bajó la mirada vio al chucho de Paula con la cabeza apoyada en su pierna, mirándolo con ojos tristes.


–Tú también la echas de menos, ¿verdad, Max?


Curiosamente, le parecía normal hablar con el perro, que apoyó las patitas en el edredón, suspirando.


Si Paula no tuviese intención de volver se habría llevado a Max, pensó.


Y se agarró a esa esperanza con todas sus fuerzas.


–No te preocupes, volverá. Yo la traeré de vuelta como sea –murmuró, acariciando la cabeza del animal.


No quería preguntarse si lo decía para convencer a Max o para convencerse a sí mismo.






3 comentarios:

  1. Ayyyyyyyyyyyyy, x favorrrrrrr, que viaje rápido y la rescate a Pau

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  2. Poco a poco Pedro va demostrando cuanto ama a Pau. Es muy linda esta historia!

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  3. ay! Por qué no le dice que la ama!??? Es lo que ella necesita!!!!! Hermosos capítulos!

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