jueves, 11 de junio de 2015

LA PRINCESA: CAPITULO 11




Paula salió de la casa unos minutos después de que la ginecóloga se hubiera ido. Sin duda, Pedro estaría hablando con ella en ese momento, recibiendo confirmación del embarazo.


Apresuró el paso y se quitó las sandalias cuando llegó a la playa. Le gustaría correr por la arena hasta quedar sin aliento, nadar hasta que estuviera lejos de la mansión, llena de empleados, escalar por las rocas que había al otro lado de la playa…


Cualquier cosa para volver a sentirse libre, aunque solo fuera durante unos minutos.


Paula suspiró. Debía ser más juiciosa a partir de aquel momento. Podía correr, por supuesto, pero el guardaespaldas que iba tras ella pensaría que alguien la amenazaba. Si le explicaba por qué corría, se sentiría obligado a correr a su lado, arruinando así la diversión.


Miró hacia atrás y allí estaba, una figura enorme intentando, sin éxito, mezclarse con los arbustos.


¡Incluso en Bengaria había tenido más libertad!


Paula se metió en el agua hasta las pantorrillas, dejando que las olas acariciasen sus piernas. Respiraba profundamente, intentando concentrarse en su pulso.


Hacía años que no practicaba las técnicas que había usado en las competiciones de gimnasia, pero si alguna vez había necesitado estar tranquila era en aquel momento.
Iba a ser madre.


La alegría se mezclaba con el miedo. A pesar de las circunstancias, no lamentaba estar esperando un hijo. 


¿Tendría lo que hacía falta para criarlo y cuidar de él como merecía? ¿Sabría ser una buena madre?


No tenía a nadie a quien pedir ayuda, nadie en quien confiar. 


Solo a Pedro, un extraño que veía el niño como una responsabilidad.


Pensó entonces en aquellos que podrían tener algo que decir sobre el futuro de su hijo: sus parientes. Paula sintió un escalofrío. Pasara lo que pasara, mantendría a su hijo a salvo de sus parientes y de los consejeros de la corte de Bengaria, que obedecían las órdenes de su tío.


Y sus amigos…Paula se mordió los labios. Había dejado de buscar amigos en Bengaria mucho tiempo atrás, cuando los pocos que tenía fueran expulsados de palacio por ser personas normales con las que no debía mezclarse una princesa.


De modo que estaba sola. Siempre había estado sola, incluso cuando Stefano vivía porque él tenía sus propios problemas. En realidad, había tenido suerte. Su labor consistía en servir de escaparate, ya que no estaba en la línea de sucesión. El pobre Stefano, heredero al trono, había tenido que soportar las expectativas de todos.


–Paula.


Ella se dio la vuelta y vio a Pedro en la orilla. Con un pantalón de lino y una camisa blanca tenía un aspecto tan sexy.


El corazón empezó a golpear sus costillas, dejándola sin oxígeno.


–Tenemos que hablar.


–No pierdes el tiempo, ¿eh?


–¿Qué quieres decir?


–¿Te importaría dejarme sola unos minutos? Sé que acabas de hablar con la ginecóloga.


–No voy a hacerte daño.


Paula contuvo el aliento.


–No te tengo miedo.


¿Cómo se atrevía a pensar eso? Ella, que jamás había temido a nada.


–¿No?


–No, en absoluto –enfrentarse con un brasileño sexy y seguro de sí mismo no era nada comparado con los egos con los que había tenido que lidiar.


Pedro se metió en el agua y se detuvo a medio metro de ella, su aroma mezclándose con el olor del mar.


–¿Cómo te encuentras?


–Bien.


Era cierto. Había tenido náuseas por la mañana, pero el té y las galletas saladas habían asentado su estómago.


–Entonces tenemos que hablar –insistió Pedro, su intenso escrutinio haciendo que se le erizase el vello de la nuca.


–¿De qué quieres hablar? ¿Del bebé? –le preguntó, con voz ronca–. ¿La ginecóloga te ha contado algo que no me haya contado a mí?


Pedro la tomó del brazo.


–No te preocupes, no pasa nada.


Paula puso una mano en su torso porque necesitaba apoyarse en algo.


–¿Entonces qué quieres decirme?


–La prensa. Se ha filtrado la noticia de que estás embarazada.


–¿Qué?


–No ha sido uno de mis empleados. A nadie se le ocurriría contarle a la prensa algo que tuviese que ver conmigo.


–¿Cómo puedes estar tan seguro? La gente es capaz de todo por dinero.


Él negó con la cabeza.


–Mi gente no me traicionaría. Ha sido alguien del hotel en Perú, alguien de la cocina. Me oyó pedir algo para contener las náuseas y debió sumar dos y dos.


–¿Tú fuiste a la cocina para pedir algo contra las náuseas?


Eso la sorprendió, pero desde que supo la noticia del embarazo estaba empeñado en cuidar de ella.


–Era una empleada nueva y ha sido despedida. No volverá a trabajar en ninguno de mis hoteles –su tono airado hizo que casi sintiera pena por la persona que había pensado beneficiarse pasándole información a la prensa.


–Pensé que tendría más tiempo antes de hacerlo público –Paula intentaba fingir una despreocupación que no sentía porque una vez que se diera la noticia…


–Por el momento, es un rumor sin confirmar. No pueden demostrar nada.


Ella asintió con la cabeza.


–Y he pasado por cosas peores.


A los quince años, alguien del equipo de gimnasia había filtrado que tomaba la píldora y había salido publicado en la prensa, junto con fotos de ella en una fiesta.


A nadie le había interesado que tomase la píldora por prescripción médica, para ayudarla a soportar las dolorosas reglas que interferían con su entrenamiento, o que acudiese a las fiestas exclusivamente como acompañante. Todo había sido retorcido por los periodistas; las miradas inocentes en las fotos se convertían en miradas lascivas. La retrataban como una chica de vida alegre, incontrolable y sin principios morales.


Una vez catalogada por los paparazis no hubo forma de cambiar la opinión de la gente y los servicios de protocolo de palacio no habían hecho nada. Solo años después había empezado a sospechar que lo hacían a propósito, una lección brutal para que obedeciese a su tío. Por fin, después de años luchando contra los paparazis, Paula había decidido rendirse y obtenía un placer perverso en vivir según las expectativas de los demás.


–Al menos aquí no tendré que preocuparme de la prensa –murmuró, intentando sonreír–. Gracias, Pedro. Parece que al final tenías razón. Si me hubiese alojado en un hotel ahora mismo estaría rodeada de paparazis.


–En estas circunstancias, preferiría no haber tenido razón.


Parecía sincero y era tan tentador dejar que alguien cuidase de ella. Pero no podía acostumbrarse.


Caminaron uno al lado del otro y acababan de llegar al jardín cuando una empleada salió de la casa para hablar con Pedro en portugués.


–¿Qué ocurre? –le preguntó, al ver que fruncía el ceño.


–Un mensaje para ti. Has recibido una llamada y volverán a llamar en quince minutos.


–¿Quién era? –preguntó Paula, con el estómago encogido. Porque sabía muy quién había llamado.


Y las palabras de Pedro confirmaron sus miedos:
–El rey de Bengaria.







3 comentarios:

  1. Oh oh. Se enteraron allá? Me gusta esta nove, es muy interesante

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  2. Muy buenos capítulos! que rápido que vuelan las noticias!

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  3. Wowwwwwwwww, qué pasará ahora con el rey????!!!!!!!!!! Está buenísima esta nove Carme.

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