jueves, 11 de junio de 2015

LA PRINCESA: CAPITULO 10





Paula se volvió para mirarlo cuando las aspas del helicóptero dejaron de moverse.


–Dijiste que iríamos a Lima –le espetó, furiosa.


–Dije que te llevaría a la ciudad y São Paulo no está demasiado lejos.


–Así que me has mentido –Paula estaba haciendo un puchero encantador y él tuvo que hacer un esfuerzo para no tomarla entre sus brazos y besarla hasta que suspirase su nombre.


–Lo importante es hacer una prueba que confirme el embarazo –insistió Pedro. Habían pasado veinticuatro horas y seguía sintiendo una emoción desconocida al pensar en la vida que habían creado.


–Pero no estamos en São Paulo.


–Un médico vendrá a verte. Esta es mi residencia privada.


Paula miró la ultramoderna mansión frente a una playa de arena blanca y aguas transparentes.


–Aquí estaremos tranquilos, la isla entera es de mi propiedad.


–¿Crees que eso va a impresionarme? Yo no tengo interés en tu isla privada –Paula apretó los labios y Pedro esbozó una sonrisa.


La había deseado desde que la vio y una noche en la cama solo había servido para aumentar su deseo. Quería poseerla por completo; su energía, su risa, su generosa sexualidad y esa sensación de estar compartiendo un regalo raro, exquisito.


Incluso discutir con ella era más estimulante que firmar un contrato de mil millones de dólares.


Ese pensamiento lo turbó. Normalmente le resultaba fácil pasar de una mujer a otra. Claro que nunca antes había estado esperando un hijo. Debía ser por eso por lo que no era capaz de apartarla de sus pensamientos.


–Muchas mujeres darían lo que fuera por estar aquí.


–Yo no soy una de esas mujeres.


El desdén que había en su mirada lo hizo sentir inferior por primera vez en mucho tiempo.


Pero él era Pedro Alfonso, un hombre hecho a sí mismo, un empresario de éxito que no se inclinaba ante nadie. Había borrado las cicatrices de su infancia con la cura más convincente de todas: el éxito.


«Inferioridad» era una palabra que había borrado de su diccionario personal muchos años atrás.


–¿No te impresiona, Alteza?


Ella lo fulminó con la mirada. ¿Porque la había llamado Alteza o porque lo había dicho con los dientes apretados?


–No se trata de sentirse impresionada –dijo ella, con frialdad–. Sencillamente, no me gusta que me mientan.


Pedro se quitó el cinturón de seguridad, impaciente.


–No era mentira, suelo ir a la ciudad desde aquí. Además, pensé que te gustaría más un sitio privado que una clínica o que un ginecólogo te visitara en el hotel –Pedro miró sus ojos azules–. Menos posibilidades de que los paparazis se enteren de la historia, ya que mis empleados son absolutamente discretos.


Paula respiraba agitadamente. Ah, ya no se mostraba tan superior. No quería que la noticia se hiciera pública.


–Gracias –dijo entonces, sorprendiéndolo–. No había pensado en ello –tardaba en quitarse el cinturón de seguridad y Pedro vio que le temblaban las manos. Le habría gustado hacerlo por ella, pero su expresión le advertía que era mejor no tocarla.


Por fin, se levantó del asiento.


–Pero no vuelvas a mentirme. No me gusta que me engañen ni que tomen decisiones por mí.


Pedro estuvo a punto de decir algo, pero se contuvo porque tenía razón.


–Muy bien. En el futuro te consultaré todas mis decisiones.


Ella arqueó una perfecta ceja.


–En el futuro –lo corrigió, con voz de acero– yo tomaré las decisiones que me conciernan a mí.


Saltó del helicóptero y se alejó sin esperar para ver si la seguía.


Caminaba como una princesa, con la cabeza alta, el paso firme. Con la absoluta confianza de que el mundo se aprestaría a cumplir sus expectativas.


Pedro se decía a sí mismo que era una niña malcriada, pero no podía dejar de admirarla. Él no estaba acostumbrado a que nadie cuestionara sus decisiones.


Que le hubiera dado las gracias lo había sorprendido, pero la insistencia en tomar sus propias decisiones era algo que entendía muy bien.


Observó el pantalón de lino abrazando el perfecto trasero con cada paso, cómo el pelo caía por su espalda como una cortina de oro…


En el futuro, tendría que convencer de sus decisiones a la princesa Paula de Bengaria antes de ponerlas en acción.


Pedro esbozó una sonrisa mientras bajaba del helicóptero. Convencer a Paula presentaba todo tipo de interesantes posibilidades.









No hay comentarios.:

Publicar un comentario