lunes, 8 de junio de 2015
LA PRINCESA: CAPITULO 1
Pedro la miró y se quedó sin aliento.
Él, que había tenido mujeres rendidas a sus pies antes de ganar su primer millón de dólares…
¿Cuándo fue la última vez que una mujer aceleró su pulso?
Había conocido a divas, duquesas y modelos. Aunque al principio habían sido turistas y una memorable bailarina de tango cuyo sinuoso cuerpo y descarada sexualidad había despertado su deseo adolescente. Pero ninguna le había afectado como ella sin hacer el menor esfuerzo.
Por primera vez estaba sola, sin reírse, sin una corte de hombres alrededor. Le sorprendió verla fotografiando flores exóticas, inclinada sobre el suelo, tan concentrada que no oyó sus pasos.
Le molestaba que no se hubiera fijado en él cuando él no podía dejar de mirarla. Lo exasperaba que sus ojos no dejasen de buscarla mientras ella se limitaba a sonreírle como sonreía a todos los demás.
Pedro se acercó un poco más, intrigado. ¿De verdad no lo había oído o estaba intentando llamar su atención? ¿Sabría que él prefería ser el cazador y no la presa?
Las rubias guapas eran algo normal en su mundo. Sin embargo, desde que vio aquel rostro radiante mientras salía empapada haciendo rafting, había sentido algo nuevo, una chispa, una conexión especial.
¿Sería por su energía? ¿Por el brillo de sus ojos mientras arriesgaba el cuello una y otra vez en las furiosas aguas del río? ¿O por esa risa tan sexy que parecía tocar directamente sus partes vitales? Tal vez era el valor de una mujer que no se arredraba ante ningún reto en una excursión diseñada para los más ricos y más temerarios.
–Por fin te encuentro, Paula. Te he buscado por todas partes –el joven Saltram apareció de repente a su lado.
Brian Saltram, un genio de la informática que parecía tener dieciocho años, pero que ganaba millones, era como un cachorro grande salivando ante un hueso… aunque el hueso era el estupendo trasero de Paula.
Pedro iba a dar un paso adelante, pero se detuvo cuando ella giró la cabeza. Desde ese ángulo, veía lo que Saltram no podía ver: Paula había suspirado como si tuviera que armarse de paciencia antes de hablar con él.
–¡Brian! Hacía horas que no te veía.
Saltram la tomó del brazo y ella sonrió, coqueta.
Y Pedro tuvo que apretar los dientes para no apartar al joven de un empellón.
Con el pantalón corto y las botas de montaña, sus bien torneadas piernas eran como un banquete para un mendigo hambriento. A su nariz llegaba un olor a limón y manzanas verdes…
¿Cómo era posible? Estaba demasiado lejos para respirar su perfume.
Ella dejó que Saltram la guiase por el escarpado sendero, su larga coleta moviéndose de lado a lado.
Durante una semana,Pedro había querido acariciar esa cascada de oro y descubrir si era tan suave como parecía, pero había mantenido las distancias, cansado de lidiar con
mujeres que querían más de lo que él estaba dispuesto a dar.
Pero ella no le haría demandas, le decía una vocecita. Salvo en la cama.
La princesa Paula de Bengaria tenía fama de ser exigente con sus amantes. Malcriada desde la infancia, viviendo de las rentas, según las revistas del corazón era temeraria, imprudente y tan lejos de una virginal y tímida princesa como era posible.
Pedro estaba harto de niñas malcriadas, pero sabía que Paula no se pegaría a él. Ni a nadie.
Flirteaba con todos los hombres del grupo, salvo con él. Y era exactamente lo que necesitaba porque no tenía el menor interés en vírgenes. Un poco de temeridad haría más interesante una corta aventura.
Pedro sonrió mientras caminaba tras ella por el sendero.
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