miércoles, 24 de junio de 2015

EN SU CAMA: CAPITULO 27




Mucho rato después de haber atendido al cliente, Pedro apagó el ordenador y se estiró. Entonces miró la hora. Las seis y media.


Se retiró de la mesa y avanzó pasillo adelante, preguntándose si…


No, Pau no se había ido sin decir adiós. Estaba sentada a la mesa de la entrada, inclinada sobre un montón de papeles, con el pelo sobre la cara mientras mordisqueaba la goma de la punta del lápiz y murmuraba algo entre dientes.


Sólo de verla sentía que algo se relajaba en su interior.


—Eh —le dijo en tono suave, sin querer asustarla.


Por primera vez desde que la conocía, ella no pegó un brinco. En lugar de eso estiró el cuello y le dedicó una sonrisa que era tanto dulce como tremendamente sexy.


Entonces él le miró los labios.


—Hace rato que deberíamos haber salido —le dijo él.


—Lo sé.


—Te agradezco todo el trabajo extra que has estado haciendo desde que Eva me abandonó.


—Te vas a casa a descansar, ¿verdad?


Ya lo entendía. Él había cuidado de Eduardo y ahora ella quería cuidar de él. Pedro apagó el equipo de música, bajó las persianas y apagó la mayor parte de las luces antes de apagar el ordenador de la mesa de la entrada.


Le gustara o no, una de las cosas que había desarrollado en los años que había estado trabajando para la CIA eran los sentidos. Incluso desde el otro lado del vestíbulo le llegó el aroma a ella, una complicada mezcla de jabón, champú y loción, que seguramente había sido diseñada para volverle loco.


—¿Pedro?


Sólo había una luz encendida ya, junto a las puertas del ascensor, y su resplandor le iluminaba la cara mientras avanzaba para colocarse delante de él y ponerle la mano en el brazo. Tenía los ojos tan increíblemente verdes y tan fijos en él, que Pedro sintió como si estuviera leyéndole el pensamiento.


Le gustaba mantener las distancias, se enorgullecía de ello, y sin embargo con ella era tremendamente difícil. Incluso cuando él le soltaba una grosería, cosa que a veces había hecho a propósito en lugar de ceder a lo que ella le hacía sentir, no se daba por vencida. Probablemente debería decirle que lo hiciera, porque veía que tenía esperanzas con él. Debería decirle en ese momento, en ese mismo instante, que no se ilusionara. Que tener esperanzas con él era una pérdida de tiempo.


—¿Te vas a casa? —volvió a preguntarle ella.


Él le retiró un mechón de pelo y se lo colocó detrás de la oreja. Fue una excusa para tocarla, lo cual lo sorprendió.


—Eso es lo que se suele hacer cuando uno sale del trabajo.


Paula ladeó la cabeza y lo miró largamente.


—Te muestras evasivo adrede.


—¿Tú crees?


—Sí. Te vas a ir a casa de Eduardo. Él dijo que yo debía evitar que fueras, que necesitabas irte a casa y a la cama, Pedro.


A la cama. ¿Con ella?


Sintió un calor en la entrepierna sólo de pensarlo. Ella se sonrojó, queriéndole decir que le había adivinado el pensamiento.


—Vamos —dijo él—. Te acompaño hasta la calle.


Ella agarró el bolso y se metieron en el ascensor. En cuanto se cerraron las puertas y la cabina empezó a descender ella lo miró.


—Siento lo de antes, cuando te dije que no tenías sentimientos. Hice mal en decirlo.


Las puertas se abrieron al llegar al vestíbulo. Sólo había unas cuantas personas pululando por allí y nadie cerca.


—No quiero que lo sientas.


—¿Qué quieres entonces? —le preguntó ella.


Él la miró fijamente. ¡Que lo asparan si sabía lo que quería!


—Está bien —susurró ella, antes de sacar un poco de cambio del monedero.


—¿Qué haces? —le preguntó Pedro.


—Preparando el dinero para el autobús.


Pedro se le encogió el estómago de aquel modo que sólo le pasaba con ella.


—Pensé que tenías el coche arreglado.


—Parece ser que no me lo han debido de arreglar muy bien.


—Te llevo.


Ella levantó la vista y se echó a reír.


—Gracias, pero no te preocupes. Ya ha terminado la jornada; no soy responsabilidad tuya.


—Te voy a llevar de todos modos —dijo Pedro, que le tomó la mano para demostrarle que iba en serio.


—Sé que prefieres estar solo —le dijo Paula cuando llegaron junto a su coche.


Abrió la puerta del pasajero para que ella se sentara. 


Cuando lo hizo se inclinó hacia delante y se acercó a ella.


—Sí, quiero estar a solas; pero a solas contigo.


No ocurría a menudo que reconociera tal cosa a una mujer. 


Esperaba que ella sonriera tímidamente, o que fingiera timidez.


Lo que no esperaba era que ella levantara los brazos y se los echara al cuello, o que le besara la comisura de los labios antes de decirle:
—Ya somos dos.


Entonces su boca caliente y de labios carnosos fue a darle otro beso al otro lado. Lentamente, adrede, le deslizó la punta de la lengua por la comisura de los labios.


Con manos temblorosas, él se retiró y le puso el cinturón de seguridad.


—Aquí tampoco, supongo —dijo ella con un leve suspiro mientras recordaba las palabras que él le había dicho horas antes en su despacho.


—Pau…


—Lo sé. Seguramente no habrá ningún sitio adecuado, ¿no?


Se echó para atrás y se quitó el suéter. Cuando se inclinó hacia delante para dejarlo junto a su bolso, por el escote se le vieron parte de los pechos y el sujetador morado.


—Trabajamos juntos —dijo él con cierta desesperación.


¿Llevaría las bragas a juego?


—Sí, trabajamos juntos. Y, aparte de trabajar, hemos hecho más cosas, juntos.


Él cerró su puerta, dio la vuelta al coche y se sentó al volante.


—Es eso lo que me está refrenando.


—¿No te gusta hacer el amor?


La miró antes de volver la cabeza para concentrarse en el tráfico. El deseo, la avidez que vio reflejados en los ojos de Pau, un deseo igual al suyo, fue demasiado para él.


—Me gusta… hacer el amor.


—¿Estás seguro?


¿Que si estaba seguro? ¿Acaso esa mujer no veía que la erección que tenía amenazaba con romperle la cremallera de los pantalones?


—Totalmente —dijo en tono seco.


—¿Entonces qué problema hay? Quiero decir, sentimos atracción el uno por el otro, Pedro. ¿Me lo vas a negar?


—No.


—También somos adultos. No veo por qué…


—Porque tú mereces más de lo que yo puedo darte —la miró de nuevo—. Mucho más.


—No quiero parecer que te llevo la contraria, pero esa es decisión mía.


Empezó el tic en el músculo de la mandíbula, una reacción muscular que no había tenido desde que había abandonado la CIA. Se llevó los dedos al punto exacto y dijo:
—Soy un tipo que vive el presente.


—¿Qué quiere decir eso?


—Quiere decir que puedo darte trabajo, que puedo darte conversación; incluso puedo ofrecerte una relación sexual estupenda, pero…


—¿Sexo estupendo?


Maldita sea. ¿Por qué lo miraría ella con tanta curiosidad?


—¿Cómo lo sabes con seguridad? —le preguntó ella—. A no ser que lo intentemos


Oh, Dios.


—Ah —le dijo ella asintiendo—. Ahora lo entiendo. Ha sido porque he dicho hacer el amor, ¿verdad? Bueno, entonces me conformaré con una relación sexual. ¿Qué te parece eso, Pedro? ¿Te apuntas?






2 comentarios:

  1. Paula es mi idola jajajajajajaj !! No anda con vueltas .. la novela esta genial, me encanta !!

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