domingo, 21 de junio de 2015
EN SU CAMA: CAPITULO 18
Al día siguiente Pedro iba de camino a la oficina cuando Eva lo llamó al móvil.
—Ay, cariño, me alegro de encontrarte. No voy a trabajar contigo hoy.
Pedro ya había salido a correr esa mañana y estaba desayunando algo que había comprado en un sitio de comida rápida mientras conducía. Sabía que lo segundo anulaba lo primero, pero le daba igual. Corría porque le gustaba y comía esas cosas porque sabían bien.
—¿Estás enferma? —le preguntó él.
—Yo nunca estoy enferma —hizo una pausa—. Pedro, hoy voy a trabajar para tu padre. Está detrás, y…
—Pero… —jamás se habría esperado algo así—. Trabajas para mí.
—Sí —dijo Eva con esa prudencia y esa calma que la caracterizaban—. Pero él me necesita.
—Pero…
—Pedro, de verdad, de verdad, Paula puede hacer mi trabajo con los ojos cerrados. Todo irá bien sin mí.
—Pero Paula no es la gerente de mi empresa; lo eres tú.
—Y necesito tomarme el día libre —dijo Eva.
—Para trabajar para Eduardo.
—Eso es.
No tenía sentido.
—Quieres ir a trabajar para el hombre que te abandonó cuando eras una adolescente embarazada.
—Ay, por amor de Dios —dijo Eva en tono molesto—. Mira, es hora de que te enteres de esto. Fui yo la que me tiré a su cuello a los dieciséis años. Y fui yo la que…
—¡Caramba! —estuvo a punto de pegarse contra el coche que tenía delante.
—Sabía que me estaba arriesgando —le dijo con calma—. Hace ya tiempo que hemos hablado de lo inocente que fui yo, pero si crees que me arrepiento de lo que pasó, eres tú el inocente.
—Mamá —dijo Pedro—. Él tiene un montón de mujeres más que podrían ayudarlo hoy.
—Sí, pero me quiere a mí. Y, sinceramente, yo soy la mejor.
—¿Y a la que se llevó a Cabo?
—Bueno, dudo que esa sepa algo de contabilidad.
Cierto.
—Deja de comportarte como un viejo, Pedro. Volveré en unos días. Pásatelo bien mientras no estoy, ¿de acuerdo?
—Cuando dices eso te pareces a papá —le dijo con fastidio.
—Que tengas un buen día, cariño.
Se quedó mirando el móvil un momento después de colgar, antes de lanzarlo al asiento del pasajero. Su madre le había dicho que se lo pasara bien. Él ya había vivido bastante, y le gustaba cómo vivía en el presente. Le gustaba la vida cómoda y tranquila que tenía. No había sorpresas. Ningún ladrón estúpido le había dado un porrazo en la cabeza.
Ninguna mujer lo había besado hasta hacerle perder el control; una mujer que de algún modo había acabado trabajando para él.
Cuando llegó a su oficina estaba listo para enfrascarse en los números. En muchos números.Paula estaba sentada detrás de la mesa al teléfono. Sus ojos grandes y verdes dejaban entrever sus pensamientos. Seguramente, estaba pensando que le habría gustado más si él no hubiera aparecido.
Claro que él pensaba lo mismo de ella.
Paula disimuló bien, incluso agitó la mano con simpatía mientras esbozaba una sonrisa que parecía genuina. Tan genuina que él también la saludó con la mano.
—Me aseguraré de anotar los cambios en esas facturas —estaba diciendo en tono amable por teléfono—. Oh, claro que sí, le diré al señor Alfonso que cree que soy la mejor empleada temporal que ha tenido —le dijo en tono satisfecho—. Pues resulta que yo también lo pienso. Hasta pronto —colgó y le echó una mirada atrevida como desafiándolo a que dijera algo más.
—Tal vez deberías pedirle un aumento a Eduardo—le sugirió.
—Entonces te va a cobrar más a ti.
—Yo puedo con Eduardo.
Ella sonrió.
—Y yo.
—No imagino que haya mucho con lo que tú no puedas —dijo Pedro sin pensar.
—Así es. Eso es por ser la pequeña de la familia —dijo con orgullo—. A mi hermano y a mi hermana les encanta preocuparse de mí, pero es culpa de ellos dos. Fueron ellos los que me hicieron ser así.
—Entonces estás muy unida a ellos.
—Mucho.
—Seguramente no intentarán dirigirte la vida —murmuró mientras pensaba en su madre.
Paula se echó a reír al oír eso.
—¿Estás de broma? Viven para dirigirme la vida. De eso se trata el amor, Pedro.
Sí, el amor. Se obligó a apartar la mirada de ella y de su traje de falda y blusa amarillas, y dio la vuelta al mostrador donde el día anterior había visto una bolsa de donuts.
—Oh, lo siento —dijo ella, adivinándole el pensamiento—. Estoy sin dinero hasta el día que me paguen.
—No pagues los donuts de tu sueldo. No hay necesidad de ello. Hay calderilla en la mesa de Eva.
—Pero entonces los comprarías tú.
—Sí, y así nadie le debe nada a nadie.
Ella se limitó a mirarlo.
Él disimuló, pasó delante de ella y fue hacia su despacho.
—Menos mal que Eva me dijo que por las mañanas no estabas de buen humor —murmuró ella.
Pedro se quedó inmóvil.
—También me dijo que ni la tarde ni la noche eran buenos momentos para ti —añadió Paula—. Por si acaso te lo preguntabas.
No quería, pero no pudo evitar preguntárselo.
—¿Qué más te dijo de mí?
Ella sonrió con cierta picardía. Fue entonces cuando él sintió vergüenza.
—Dijo que eras egoísta, gruñón, obstinado y receloso por naturaleza.
De acuerdo, eso podía soportarlo porque era verdad. Pero entonces ella se llevó la mano a la barbilla con gesto pensativo.
—Ah, y que sentía que nada de eso fuera culpa tuya.
—¿De verdad? ¿Por qué no?
—Porque dice que tu padre y ella te estropearon, y lo que no estropearon ellos lo terminó de estropear la CIA.
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Wowwwwwwwwww, qué buenos caps!! Me parece que Pedro es un hueso duro de roer jajaja pero Pau lo va a enamorar y ablandar jaja
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