jueves, 4 de junio de 2015

EL HIJO OCULTO: CAPITULO 18




De pronto, Pedro apretó a Paula por los hombros y ella se desequilibró. Acabó presionada contra el cuerpo de Pedro
—Suéltame —le espetó ella.


—Calla —dijo él, y antes de que pudiera reaccionar la tomó en brazos. La tumbó sobre el sofá y se colocó junto a ella.


Durante un momento, Paula no fue capaz de moverse, y luego trató de escapar. Pero él la tenía aprisionada con el cuerpo y sólo pudo resistirse con las manos.


—¡Suéltame! —gritó.


Él se rió y la agarró por las muñecas para colocarle los brazos sobre la cabeza. Con la otra mano le sujetó la barbilla para que lo mirara.


—¿Estás loco? ¿Qué diablos crees que estás haciendo? —preguntó ella, tratando de liberarse. Pero con las manos agarradas y las piernas sujetas por la pierna de Pedro lo único que podía hacer era retorcerse, y eso le causó más problemas, ya que notó la presión del miembro erecto de Pedro contra su cuerpo


—Exacto lo que imaginas, Paula, porque no tengo nada que perder —dijo él con una sonrisa seductora—. Según tú no tengo personalidad, ni sensibilidad... ¿quieres continuar? —esperó mientras deslizaba la mano de la barbilla hasta su cintura.


Paula notó que su cuerpo se tensaba al sentir el calor de la mano de Pedro sobre el vientre. Empezó a temblar al sentir que él presionaba su entrepierna con el muslo antes de besarla en los labios.


—Tómate tiempo para contestar —dijo él, y le acarició los labios con la lengua—. Aunque escuchar los aspectos negativos de mi persona puede dañar mi ego seriamente. Sin duda, preferiría explorar los aspectos positivos que hay entre nosotros.


Ella negó con la cabeza, pero no fue capaz de pronunciar palabra. Además, un fuerte deseo se estaba apoderando de ella.


—No tardes demasiado —murmuró contra su cuello antes de susurrarle al oído—: no quiero que hagas nada que no quieras, pero ésta siempre ha sido la mejor forma de comunicación entre nosotros y nada ha cambiado. Sólo tienes que decir «no» para que pare.


Paula tragó saliva. La tensión del ambiente era palpable. Pedro la miró y colocó la mano sobre uno de sus pechos, introduciendo los dedos bajo el sujetador de encaje para acariciarle el pezón erecto. Ella no pudo controlar el gemido de placer que escapó de su boca.


Pedro introdujo la lengua en su boca y la besó con delicadeza. Le acarició los senos y la besó en las mejillas, en la frente y otra vez en la boca.


La besaba con ternura y pasión, y ella no pudo evitar estremecerse de deseo. No se percató de que le había desabrochado la camisa y el sujetador hasta que él agachó la cabeza para mordisquearle los pechos.


Paula gimió. Su cuerpo y su mente estaban atrapados por el deseo y la desesperación por lo que le estaba sucediendo.


—Eres perfecta... —murmuró Pedro, levantando la cabeza un instante para mirarla a los ojos—. No te imaginas cuánto tiempo llevo soñando con esto —agachó la cabeza para mordisquearle los pezones una vez más.



Ganó el deseo. Paula se retorció bajo el cuerpo de Pedro, consumida por un deseo tan intenso que resultaba casi doloroso.


Pedro levantó la cabeza y, de pronto, le soltó las manos.


—Te deseo, Paula —dijo él—. Te deseo muchísimo, pero es tu decisión —la besó en el cuello y pronunció unas palabras en griego contra su piel.


Ella estaba perdida, inmersa en los recuerdos de cuando eran amantes.


—Dime que me deseas... Dilo, Paula.


—Sí, oh, sí —dijo ella mientras sus bocas se encontraban.









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