lunes, 4 de mayo de 2015

SIN COMPLICACIONES: CAPITULO 7





Debería haber ayudado a quitar los platos, pero no podía levantarme y mucho menos caminar. Las caricias bajo la mesa me habían vuelto loca. Estaba tan cerca que la desesperación me mataba, pero Pedro siguió acariciándome hasta que tuve que apretar los muslos para que parase.


Podía sentir su miembro creciendo bajo mi mano y al ver que sus ojos parecían más oscuros que antes, casi negros, sentí un escalofrío. Me preguntaba qué tendría que hacer para que bajase la guardia como había hecho en la boda. Nunca lo había visto reír, pero se me ocurrió que tampoco lo había visto expresar ninguna otra emoción.


Salvo deseo.


No podía disimularlo, estaba en sus ojos. Miré su boca y recordé lo que había sentido cuando me besó. Sabía que su mandíbula era dura, con barba incipiente, y quería volver a tocarla.


Estaba tan absorta que no me percaté de que mi hermana volvía con el pudín navideño, una torre perfecta de fruta deshidratada regada con alcohol como regalo para nuestros invitados. Había puesto una ramita de acebo en el centro del pudín y lo prendió, en el tradicional estilo británico. Lo que no resultó tan tradicional fue que cuando lo dejó sobre la mesa las llamas incendiaron una servilleta.


Pedro se levantó y, con calma, apagó las llamas con una jarra de agua y luego tomó un montón de servilletas para secar el mantel. Y todo sin estropear el pudín.


–Bien hecho –lo felicitó mi hermana, mirándome con una sonrisa en los labios, como si aprobase mi elección.


También yo estaba empezando a aprobar mi elección. Era poco comunicativo, pero eso resultaba bueno en momentos de crisis. Primero mi vestido y ahora aquello. Pedro no era un hombre que vacilase y, además, ayudó a mi hermana a limpiar la mesa antes de volver a sentarse.


Me sorprendía que el pequeño incendio no hubiese hecho saltar la alarma, pero Pedro y yo estábamos produciendo más calor que las llamas del pudín, así que seguramente la alarma estaría inconsciente.


Yo había dejado de comer y él también. Ojalá hubiese alguna manera de alargar aquel almuerzo navideño para siempre. No quería que terminase, pero en la vida real las cosas buenas siempre terminan antes de tiempo.


–Tenemos que irnos –Pedro hablaba en voz baja para que nadie más lo oyese. Aunque nadie estaba prestándonos atención. Todos estaban demasiado interesados en el pudín y en la conversación.


–Sí, claro –asentí yo. No había esperado que se fuera tan pronto y era casi imposible disimular la decepción. Había decidido que solo tendría relaciones basadas en el sexo para evitar esos disgustos, pero debía estar haciendo algo mal–. Imagino que Chiara y tú tendréis cosas que hacer.


–No me voy con Chiara –dijo él–. Me voy contigo.


–¿Conmigo? –mi boca estaba más seca que la depilada pata del pavo, pero no podía decir lo mismo sobre la parte de mí que estaba bajo sus dedos–. No puedo irme, vivo aquí. Y es Navidad.


Pedro miró a nuestros amigos, que para entonces reían de manera incontrolable.


–Ellos están contentos y yo tengo que darte mi regalo.


–¿Me has comprado un regalo? No tenías que hacerlo –me sentía un poco avergonzada porque yo no tenía nada para él, pero tal vez Pedro lo consideraba una obligación hacia sus anfitrionas–. ¿Por qué no se lo has dado a Raquel?


–No es para Raquel, es para ti. Es algo personal.


–Podrías dármelo ahora.


–No, no puedo.


Pedro tomó un trago de agua y me pregunté si no beber alcohol sería parte de su coraza. Me asustaba cuánto desearía robarle ese autocontrol para exponer al auténtico Pedro, pero tal vez era porque yo había estado expuesta unos días antes y, en mi opinión, era su turno.


–¿Por qué no?


–Porque mi regalo es solo para ti. No se puede compartir.


–¿Cómo sabes que me va a gustar?


Di un respingo cuando alguien abrió una botella de champán, pero el movimiento incrementó la fricción contra su mano y estuve a punto de soltar un gemido.


–Sé que es algo que te gusta, Paula.


–¿Cómo lo sabes?


–Porque lo has escrito en el buscador.


Yo estaba tan distraída por las sensaciones que provocaban sus dedos que tardé un momento en entender.


Cuando lo hice, volví a mirarlo.


Sus ojos eran como terciopelo oscuro, clavados en los míos. 


Había un brillo de humor en ellos y algo más… algo que hizo que mi estómago diese un vuelco.


–¿El buscador?


Pedro se acercó un poco más, sus labios rozando mi oreja.


–¿Has logrado encontrar el Pedro?


Yo tuve que hacer un esfuerzo para tragar saliva. Si estaba esperando que respondiese iba a esperar mucho tiempo porque no era capaz de formar una sola frase y me limité a emitir un gemido inarticulado que llamó la atención de Raquel.


Mi hermana me miró con el ceño fruncido y cuando estuvo convencida de que no requería una maniobra de resucitación volvió a llamar la atención sobre sí misma contando un chiste.


¿He mencionado que adoro a mi hermana?


Pedro no parecía importarle lo que pensaran los demás.


Estaba concentrado solo en mí y era la experiencia más sexy y más intensa de mi vida. Mauro solía mirar por encima de mi hombro, como si conversar conmigo fuese una tarea insoportable. Y el novio que tuve antes que él solía hablar continuamente de sí mismo.


Nunca había tenido un hombre que estuviera pendiente de mí, como si todo lo demás careciese de importancia.


–No sé de qué estás hablando.


Sus ojos eran dos pozos oscuros cargados de promesas.


–¿No? Porque yo sé dónde puedes encontrar lo que estás buscando.


Dios, qué voz más sexy tenía aquel hombre. Y cómo calentaba mi cuello con su aliento.


–¿Ah, sí?


–Claro que sí –respondió Pedro–. Pero tendrás que ir conmigo.


–¿Estás sugiriendo que me vaya de mi propio almuerzo navideño?


–No has hablado con nadie más que conmigo.


Una carcajada hizo que girase la cabeza y Raquel me hizo un guiño mientras levantaba su copa. Otra persona se enfadaría al pensar que iba a tener que lavar todos los platos sola, pero mi hermana no era así.


Había preparado aquello para mí.


Era mi regalo de Navidad.


Y yo debía aprovecharlo todo lo posible.


Decidiendo que era un regalo que debía desenvolver en privado, me volví hacia Pedro.


–Vámonos.







3 comentarios:

  1. Geniales estos capítulos! Una genia la hermana de Pau oficiando de cupido!

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  2. guauuuuuu !! quiero ver el regalote jejejejejej !! Raquel es una idola.. esta genial la novela... quiero yaaaa los cap q siguen !!

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  3. Lo que me divertí con estos 3 caps es imposible describirlo. Me encanta esta historia Carme. Raquel una ídola total jajajaja.

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