lunes, 4 de mayo de 2015

SIN COMPLICACIONES: CAPITULO 5







–Oye, despierta. Lleva nevando toda la noche.


Yo metí la cabeza bajo las mantas, irritada por la energía matinal de mi hermana.


–Es muy temprano.


–Es Navidad. Tenemos que abrir los regalos y hay muchas cosas que hacer.


–Porque tú insistes en invitar a comer a la mitad de Londres –asomé la cabeza por encima de las mantas y miré por la ventana.


La ciudad estaba cubierta por otra capa de brillante nieve blanca. Era casi como de cuento de hadas, salvo que yo tenía que levantarme y cocinar para un montón de gente a la que seguramente no conocía cuando lo único que quería era seguir durmiendo, ver películas en televisión e intentar olvidar la desastrosa boda.


Raquel se sentó en la cama; su pijama de margaritas era una alegre rebelión contra el frío invernal.


–¿Prefieres que no invite a nadie?


Yo estaba a punto de confesar que un año estaría bien comer bocadillos de pavo y tumbarnos frente a la tele, pero al ver un brillo de emoción en sus ojos supe que nunca, jamás, le pediría que dejase de organizar el almuerzo. 


Además, entendía por qué lo hacía. No podíamos tener una Navidad familiar, así que Raquel quería una Navidad con amigos.


Estaba decidida a vivir su cuento de hadas navideño y yo la admiraba por ello.


–No, me parece muy bien que invites a quien quieras –le dije.


Y era verdad. Gracias a mi hermana, nadie tenía que pasar el día de Navidad solo. Todo el que no tenía dónde ir estaba invitado y eso significaba que algunos años nuestro apartamento se llenaba de gente, pero en realidad no me importaba.


–¿Estás segura? Puede que prefieras un día tranquilo.


–No, para nada.


Raquel y yo nos peleábamos como todas las hermanas, pero siempre por cosas sin importancia. Cuando tenía algo que ver con nuestro pasado, éramos un frente unido.


De modo que abrimos los calcetines que habíamos colocado la noche anterior (ella llenaba el mío y yo el suyo. El año pasado nos dimos un cabezazo cuando íbamos a guardar las cosas al mismo tiempo). Eran regalos pequeños y baratos y gracias al estrés de la boda, yo había comprado los míos por Internet. No sabía dónde o cuándo había ido de compras Raquel, pero de repente mi cama estaba cubierta de bombones, agendas, una llama de peluche preciosa, un conjunto rojo de ropa interior rematado con piel blanca y una caja de preservativos con una nota que decía “no usar hasta Año Nuevo”.


Yo enarqué una ceja.


–No recuerdo haberle pedido esto a santa Claus.


–Él sabe que has sido buena chica este año, pero también que pronto vas a ser una chica muy mala –Raquel me hizo un guiño–. Y quiere que estés preparada.


Mi hermana era tan sutil como la coz de un reno, pero estaba encantada con los regalos que había elegido para ella. Sobre todo con el regalo importante: un bolso de piel de color café que habíamos visto en un escaparate en noviembre.


–Me encanta –Raquel me miró, con expresión enigmática–. Tu gran regalo llegará después.


Yo me preguntaba cómo iba a llegar después cuando el día de Navidad no había Correos ni servicio de mensajería, pero no tuve tiempo de seguir pensando en ello porque estábamos esperando a un montón de gente y había que hacer la comida.


Rindiéndome ante el inevitable maratón en la cocina, me duché a toda prisa y me puse mis vaqueros favoritos con unas botas altas y una blusa preciosa con botoncitos de perla.


Debajo llevaba mi nuevo conjunto navideño de ropa interior (incluyendo el sujetador, en caso de que te lo preguntes. 
Que nadie diga que no aprendo de mis errores).


Acababa de entrar en la cocina cuando Raquel apareció con un pavo en brazos. Había pasado la noche en el pasillo, supongo que para que estuviese a temperatura ambiente.


–Hay que encargarse de esto. ¿Te importa hacerlo mientras yo preparo el relleno?


Yo miré el pavo con cara de recelo porque lo mío no es la cocina.


–¿Qué hay que hacer?


–Hay que quitarle las plumitas que quedan.


¿Quería que desplumase al pavo?


–Desplumar aves de corral no es mi especialidad –empecé a decir, pero estaba hablando conmigo misma porque Raquel había salido de la cocina y estaba canturreando villancicos. 


Y te aseguro que mi hermana es mejor bailarina que cantante.


Miré al pavo con cara de pena. Tenía barba en una pata. La persona que lo había preparado debía tener prisa por salir del trabajo.


Miré las plumas en la pálida pata y me sentí hermanada con él. No era fácil ir siempre bien depilado. ¿Pero cómo iba a hacerlo?


Saqué el móvil del bolsillo para comprobar los mensajes, pero no había ninguno de Pedro. Aunque no esperaba un mensaje de felicitación, pensé que al menos llamaría para pedir que le devolviese su chaqueta.


–Deja de mirar el teléfono –Raquel estaba de vuelta en la cocina, echando zumo de naranja en un cuenco de arándanos–. No va a llamarte.


–No sé a qué te refieres. Estaba comprobando mis mensajes.


–¿El día de Navidad?


Me pregunté entonces por qué estaba tan segura de que Pedro no iba a llamar. Yo tenía su chaqueta, una Tom Ford, y él debería querer recuperarla. Un hombre como él iría a muchas cenas elegantes.


–Este proyecto es importante. Además, tú también trabajas en vacaciones.


El teléfono de Raquel no dejaba de sonar. Sus clientes querían que los pusiera en forma para ir a esquiar o al Caribe… claro que en febrero olvidaban sus buenas intenciones para el nuevo año y volvían a ser gordos inactivos.


Entonces sonó el timbre. No estábamos preparadas para recibir a nadie y miré a mi hermana, horrorizada. Pero Raquel estaba sonriendo y, considerando que teníamos un pavo peludo entre las manos, me pareció una reacción muy positiva.


Cuando mi hermana fue a abrir la puerta yo decidí que la vida era demasiado corta como para desplumar un pavo con pinzas. Necesitaba resultados rápidos y formulé un plan, felicitándome a mí misma por mi ingenio.


El apartamento empezaba a llenarse de gente y Raquel tardó unos minutos en volver.


–Paula, tienes que… –mi hermana me miró, incrédula–. ¿Le estás haciendo la cera al pavo?


–¿No me has dicho que le quite las plumas? –tiré de una banda de cera, arrancando las plumas y gran parte de la piel–. Ay, vaya. En fin, no quería quitarle la piel.


–¡Solo tenías que quitarle las plumas!


–No me da tiempo a quitar pluma a pluma –respondí yo. Las dos miramos la pata del pavo; yo con morbosa fascinación, 


Raquel horrorizada.


–¡Te has cargado el pavo!


Yo me sentía culpable.


–Solo es una pata, tiene dos. Además, la carne de las patas siempre es un poco seca.


–No voy a dejar que entres en mi cocina –Raquel me empujó y fue entonces cuando recordé que había entrado para decirme algo.


–¿No tenía que hacer algo?


En ese momento giré la cabeza y estuve a punto de desmayarme porque Pedro estaba allí, sus anchos hombros bloqueando la puerta.


No había pensado en otra cosa en varios días. A veces, cuando fantaseas con un hombre y vuelves a verlo, te das cuenta de que le has otorgado cualidades que no tiene, pero no era el caso de Pedro. Era realmente espectacular. E imponente. Ocupando todo el quicio de la puerta de la cocina, miró al pavo y luego a mí con una ceja arqueada.


Seriamente desequilibrada por su inesperada aparición, intenté encogerme de hombros.


–No a todo el mundo le gustan las patas.


–Eso es verdad –sus ojos oscuros, cargados de ironía, estaban clavados en los míos. No sonreía, pero en ellos había un brillo de humor–. Yo también soy más de pechuga.


Ay Dios, ¿Por qué había tenido que decir eso?


En la capilla había demostrado que de verdad era un hombre de pechuga.


¿Pero qué demonios hacía allí?


Seguramente necesitaba la chaqueta para alguna fiesta, pero me parecía un poco raro que hubiese aparecido sin avisar.


Me volví hacia Raquel, pero mi hermana seguía con su ataque de pánico por la pata afeitada del pavo.


Esta chica no sabe nada de prioridades.


Estaba a punto de ir a buscar la chaqueta de Pedro cuando me di cuenta de que no estaba solo. Chiara estaba a su lado, elegantísima como era habitual. Me sonrió tímidamente y yo le devolví la sonrisa, pero me sentía más desnuda que el pavo (aunque, a riesgo de parecer engreída, yo diría que mis piernas son bastante más bonitas).


Pedro estaba apoyado en el quicio de la puerta, mirándome con esos ojos oscuros rodeados de espesas pestañas. 


Podría estar tocándome porque podía sentir esa mirada en cada poro de mi piel. La sensación empezó como un cosquilleo, un calor que recorría mis venas y que pronto se convirtió en un incendio. Y el que sentía en la pelvis no tenía nada que ver con las braguitas rematadas en piel.


Me exasperaba esa sensación y más aún que Pedro supiera lo que sentía. No porque se mostrase presuntuoso ni nada parecido. Si tuviera que describir su expresión yo diría que era vigilante.


Seguía mirándome tranquilamente, como si se hubiera hecho una pregunta y estuviera contemplando la respuesta. 


Y luego miró a su hermana.


–No os han presentado oficialmente, ¿verdad?


Ah, genial. Estaba dejando claro que su hermana solo me había visto medio desnuda.


–No –respondí, con los dientes apretados–. No nos han presentado.


–Chiara, te presento a Paula. La viste un momento durante la boda.


¡Bueno, ya estaba bien!


Podría haber sido un momento, pero un momento que yo no olvidaría nunca.


¿A qué estaba jugando? Otro comentario como ese y le daría una patada. No sería tan eficaz o impresionante como las de mi hermana, pero su capacidad para tener hijos en el futuro se vería seriamente afectada.


–Hola, Chiara. Encantada de conocerte.


Yo no lo miraba, pero él estaba mirándome a mí. No había dejado de mirarme desde que apareció y ser el sujeto de esa intensa y ardiente mirada hacía que mis piernas se doblasen. Estaba a punto de tomar la manta ignífuga que Raquel guardaba en el armario y echármela por encima.


–Encantada de conocerte –dijo Chiara–. Sé que eres ingeniero, qué suerte. A mí se me dan fatal las matemáticas y la física. Pedro solía tirarse del pelo cuando tenía que ayudarme a hacer los deberes.


¿Pedro la ayudaba a hacer los deberes?


Yo parpadeé, sorprendida.


Intenté imaginar a aquel hombre sofisticado y elegante sentado pacientemente con su hermana, ayudándole a resolver problemas de álgebra. No, imposible.


–En fin –empecé a decir, nerviosa–. Imagino que has venido por la chaqueta, así que voy a…


Pedro seguía mirándome fijamente y me pregunté si parte de su trabajo como abogado serían los interrogatorios porque su mirada era como un rayo láser. Si tuviese un espejo cerca me miraría para comprobar si había un punto rojo en mi frente.


–No he venido a buscar la chaqueta –dijo por fin–. Estamos aquí porque Raquel nos ha invitado a compartir vuestro almuerzo de Navidad.








No hay comentarios.:

Publicar un comentario