domingo, 3 de mayo de 2015

SIN COMPLICACIONES: CAPITULO 4






–La mejor boda a la que he asistido nunca.


Era Nochebuena y Raquel estaba haciendo estiramientos en el suelo del salón, rodeada de regalos a medio envolver. Mi hermana pasaba mucho tiempo haciendo estiramientos y yo había aprendido a dejarle sitio porque en más de una ocasión había terminado con un pie en la cara.


Raquel empezó a hacer kárate a los seis años y luego, a los dieciocho, empezó a estudiar Muay Thai y allí conoció a…
No, no puedo mencionar su nombre. Llamémosle “el que no puede ser nombrado” (y no es el tal Voldemort de Harry Potter, aunque por las sonrisitas de mi hermana creo que también debía tener una varita mágica escondida en alguna parte).


–Me alegro mucho de que lo pasaras bien.


La nieve caía sin cesar al otro lado de las ventanas. Las calles de Londres estaban cubiertas por una capa blanca y todo el mundo iba envuelto en abrigos, bufandas y gorros de colores.


Esa era una de las muchas cosas que me gustaban de Londres, que la gente no tenía miedo de vestir de manera creativa, especialmente donde vivíamos nosotras. En Notting Hill estábamos rodeadas de artistas, músicos y escritores.


Con el ordenador portátil sobre las piernas, me tapé con la manta del sofá porque no me apetecía sentarme a la mesa y, además, así ahorrábamos en calefacción.


–¿Podemos dejar de hablar de la boda?


Raquel había estado riéndose sin parar durante los tres últimos días.


Y el amor fraternal empezaba a agotarse.


Fingí estar concentrada en la pantalla del ordenador, pero si debía ser sincera apenas había trabajado desde que volvimos de la boda. No podía concentrarme. Mi cerebro estaba repleto con los recuerdos más ardientes de mi vida.


 No podía dejar de pensar en ello. En él.


Sobre todo, en cómo aquel hombre tan frío había pasado de ignorarme a prácticamente hacer el amor conmigo. El cambio había sido sorprendente y, en fin, excitante. Lo que no era tan excitante era que hubiésemos sido interrumpidos y que no hubiera posibilidad de retomar lo que habíamos dejado a medias, de modo que estaba condenada a morir de frustración sexual. Había intentado hacer algo al respecto, pero ningún vibrador podría compararse jamás con el talento erótico de Pedro Alfonso. Era como estar viendo una película de misterio a la que hubieran cortado el final. Necesitaba desesperadamente saber qué pasaría después.


Pero nunca lo sabría porque a Pedro no le caía bien antes de la boda y después de arruinar el día y marcharme con su chaqueta de Tom Ford debía odiarme a muerte.


Estaba convencida de que se pondría en contacto conmigo, pero por supuesto no lo había hecho. La vida real era un vestido con las costuras descosidas y una humillación pública, no que el hombre más sexy del mundo te llamase por teléfono.


Respondí a otro correo, intentando olvidarme de Pedro, y volví a buscar en YouTube, rezando para que nadie hubiese colgado un vídeo con mi ignominioso desnudo. Por el momento estaba teniendo suerte, pero si hubiera podido meterme en un agujero y vivir allí durante un tiempo, lo habría hecho.


–¿Por qué demonios tuviste que entrar en esa alcoba?


–¿Por qué demonios no cerraste la puerta con cerrojo si pensabas tirarte a Pedro? –replicó mi hermana–. Por cierto, he envuelto varios regalos de los que compramos por si vienen invitados inesperados. Son los que no tienen etiqueta –Raquel estaba dando patadas al aire, a punto de tirar una lámpara de la mesa. Si la lámpara hubiera sido una persona estaría inconsciente en ese momento. Y se preguntaba por qué los hombres se sentían intimidados por ella…


El sexo con mi hermana seguramente podría ser clasificado como un deporte de riesgo.


Y hablando de sexo…


–¡No estaba tirándome a nadie!


Raquel dejó de dar coces al aire para colocar los regalos bajo el árbol de Navidad. Yo prefería comprar uno falso, pero ella decía que había habido tantas cosas falsas en nuestras navidades infantiles que merecíamos algo más romántico. Personalmente, yo no veía nada romántico en recoger las agujas del abeto, que caían por todas partes, pero yo soy así.


–¿No te has pasado con los regalos este año?


Mi hermana siempre compraba más regalos de los que debería. Decía que era porque así el árbol quedase más festivo, pero yo sabía que su idea de una navidad horrible era que alguien viniese a comer a casa y no tuviese un regalo.


Raquel es muy generosa y su visión del mundo es lo más parecido a un cuento de hadas. Estaba convencida de que uno podía crear su propio cuento si se esforzaba un poco. 


¿Quién necesitaba un príncipe azul cuando tenías una tarjeta de crédito y compras online? Cuando éramos pequeñas, ella era la que bailaba alrededor del árbol, con unos leotardos rosas y una tiara en la cabeza, fingiéndose una princesa. Pero entonces nuestros padres se separaron y decidió ser Karate Kid.


La fantasía más importante de mi hermana era la Navidad. 


Como nunca había tenido una Navidad familiar de verdad, lo compensaba como loca. De ahí el árbol, los regalos, y su determinación de que ninguno de nuestros conocidos tuviera que pasar ese día solo.


–Voy a elegir el pavo –Raquel lanzó otra patada, la melena rubia volando alrededor de su cara. A veces he pensado que debería hacer las pruebas para interpretar al próximo Bond (y me refiero a James Bond, no a la tonta de turno a la que ponen en la película solo para que se acueste con él). Entrenaba muchas horas al día, pero sus esfuerzos habían dado fruto porque tenía un trabajo genial como entrenadora de artes marciales en uno de los mejores gimnasios de la ciudad. Y, además, era entrenadora personal de varios clientes, todos satisfechos, pero asustados de mi dulce hermana porque si no se esforzaban de verdad les daba una patada en el culo. Literalmente.


Los correos no dejaban de entrar en mi buzón. Estábamos en medio de un enorme proyecto y el trabajo no iba a desaparecer porque la mayoría de Londres hubiese cerrado por vacaciones.


Una parte de mí esperaba recibir un correo de Pedro Alfonso


No tengo que decirte qué parte era esa, pero empezaba a preguntarme si no debería pedirle a Santa Claus un nuevo vibrador. ¿Habría uno llamado el Pedro? Ese era el que yo quería.


Tontamente, escribí vibrador Pedro en el buscador.


–Tengo que devolverle la chaqueta.


–No creo que esté en la oficina. Es Nochebuena y está nevando –Raquel tomó su abrigo–. Ven conmigo a elegir el pavo, eso es mejor que quedarse aquí lloriqueando.


–Yo no estoy lloriqueando.


–Sí estás lloriqueando. Y soñando en italiano.


Airada, cerré el ordenador para que Raquel no pudiera ver lo que había escrito en el buscador. Una tiene sus secretos.


–Si no fuera por ti no tendría que soñar, sería una realidad. Habría puesto en práctica mi resolución para el nuevo año: sexo sin emoción.


–Con un hombre tan guapo como Pedro, eso sería un desperdicio.


–¿Así que en cambio lo que tengo es nada? ¿Eso es mejor? –tuve que agacharme cuando Raquel me tiró el abrigo–. No voy a salir. Aún no me he recuperado del desastre y alguien podría reconocerme.


–La ventaja de estar desnuda de cintura para arriba es que nadie mira tu cara –Raquel me tiró la bufanda–. A menos que lo que tengas que hacer sea una emergencia, vas a venir conmigo a comprar el pavo. Venga, lo pasarás bien.


No, yo no iba a pasarlo bien. Esa era la cuestión. Y sí, era prácticamente una emergencia. A ese paso, iba a necesitar reanimación artificial. O el boca a boca. O boca a… bueno, tú ya me entiendes. Solo podía pensar en sexo y eso no era bueno cuando no había esperanza de una resolución satisfactoria.


Tal vez el frío y la nieve reducirían mi necesidad de un vibrador.


No fue así, pero debo admitir que era estupendo caminar por Notting Hill el día de Nochebuena. Los escaparates brillaban con sus luces navideñas y todo el mundo sonreía. Claro que también había mucha gente que encontraba triste aquella época del año y no la celebraba. Pero tal vez esos se quedaban en sus casas.


Una familia pasó a nuestro lado, tirando de un enorme árbol. 


La madre, el padre y dos emocionados niños con las mejillas rojas y los ojos brillantes. Al verlos, algo se encogió dentro de mí. No entendía por qué los envidiaba si no era eso lo que yo quería.


Cuando miré a Raquel, ella se encogió de hombros, como si hubiera leído mis pensamientos.


Esa era una de las cosas que más me gustaban de mi hermana, que no solo supiera lo que estaba pensando sino que para ella el pasado era el pasado. Si algo salía mal, lo hacía de otra manera en la siguiente ocasión. Ella siempre miraba hacia delante.


Mientras la nieve caía sobre su pelo pensé en lo guapa que era. Delgada como una bailarina, con unos asombrosos ojos verdes, una melenita rubia que caía alrededor de su cara… y unas piernas larguísimas con las que podría tumbar a cualquiera de una patada. Ese era su superpoder.


Pero aunque todo el mundo pensaba en la Navidad, yo no podía dejar de pensar en la funesta boda.


–¿Crees que les estropeé su gran día? –le pregunté, suspirando.


–Si lo hubieras hecho, se lo merecían. Fue una maldad por su parte insistir en que fueras dama de honor. Mauro no era hombre para ti y no deberían haberte puesto en ese aprieto.


Era mi hermana y su obligación era consolarme e intentar que me sintiera mejor. Y yo quería creerla. Era Nochebuena y nadie quería sentirse mal consigo mismo el día de Nochebuena.


–Es irónico que fuese por orgullo y terminase medio desnuda, besando a un hombre que me detesta.


Raquel soltó un bufido.


Pedro no te detesta. Hay química entre vosotros, siempre la ha habido. En realidad, te pega mucho más que Mauro.


Yo me detuve de golpe, mirándola con cara de sorpresa.


–¿Cómo puedes decir eso? Pedro Alfonso apenas me dirige la palabra. Cuando estamos en la misma habitación, me ignora. No le caigo bien.


Y por eso, todo era más desconcertante. ¿Cómo había podido tener tan ardoroso encuentro con un hombre que me detestaba?


–Se encargó de buscar un coche que nos llevase a casa para que no tuvieras que ver a los demás invitados. Y eso debió costarle una fortuna.


Yo ya había metido el dinero en el bolsillo de su Tom Ford. 


No quería estar en deuda con Pedro.


–Lo hizo porque quería librarse de nosotras… bueno, de mí. Porque me había cargado la boda.


–Él te rescató cuando todo el mundo estaba mirándote –mi hermana también se había parado en la acera, la nieve cayendo sobre su pelo–. Y te dio su chaqueta. No tenía por qué hacerlo.


Yo fruncí el ceño.


–Pues claro que sí. No quería que estuviese desnuda en la capilla.


Raquel se inclinó para hacer una bola de nieve.


–¿Quién te llevó a casa la noche que celebramos tu nuevo trabajo, cuando Mauro pasó de ti y se pilló una borrachera?


Pedro –tuve que admitir. Esa noche había sido el principio del fin para Mauro y para mí. Me había pedido en matrimonio al día siguiente, como alternativa a mi nuevo trabajo. Yo pensé que seguía borracho, pero estaba sobrio y hablaba en serio. En opinión de Mauro, casarme con él era mejor que tener una carrera–. Pero es que tenía que pasar por nuestra calle de todas formas.


Esperé que Raquel dijera: “sí, es verdad”, pero se quedó mirándome sin decir nada. Y me pregunté qué explicación le habría dado Pedro a su hermana. Tal vez que no había sido culpa suya, que se había visto asaltado por mis pechos desnudos y, sencillamente, había tenido que defenderse. Era abogado, de modo que podría alegar defensa propia mejor que nadie.


Por otro lado, no parecía la clase de hombre que inventaba excusas.


O lo aceptabas como era o pasabas de él.


Pero yo había intentado aceptarlo y mira dónde me había llevado.


Pasé un brazo por los hombros de mi hermana, decidida a dejar de pensar en él.


–Hablemos de otra cosa –le dije. Nunca había estado tanto tiempo pensando en un hombre con el que no tenía una relación–. Por el momento, mi propósito para el nuevo año no me lleva a ningún sitio. Tal vez debería haber pensado en algo más tradicional como perder peso o ir al gimnasio.


–Tú estás en forma y, además, no tienes que empezar con los propósitos hasta primeros de año. Puede que conozcas a alguien estupendo mañana mismo.


Algo en el tono de mi hermana hizo que la mirase con suspicacia.


–¿A quién has invitado? Por favor, no me digas que has llamado a ese periodista…


–No, solo a los amigos de siempre y unos cuantos más –Raquel estudiaba una casita de jengibre en el escaparate de nuestra panadería favorita–. ¿Quieres que la compremos?


–Si compras más comida no habrá sitio para los invitados. ¿Quién irá a casa mañana?


–Nunca se sabe hasta que llaman a la puerta. Ya sabes como es, no todo el mundo se molesta en confirmar.


Raquel no me miraba, por supuesto. El año anterior había invitado a varios de sus alumnos, que se dedicaron a dar patadas en el salón.


Mientras seguíamos mirando escaparates pensé cuánto me gustaba Londres. Vivíamos en una zona estupenda, llena de tiendas, mercados y restaurantes. Nuestro apartamento estaba en una casa victoriana de ladrillo rojo, en la mejor zona de Notting Hill, al lado del mercado de Portobello y cerca de los jardines de Kensington. Muchos de nuestros amigos vivían en la misma zona.


Me pregunté dónde viviría Pedro. ¿Se habría ido a Italia a pasar las navidades?


Esperaba que no necesitase la chaqueta.






4 comentarios:

  1. Que graciosa es Pau, me encanta el carácter q tiene.. la historia es myy buena Carme !!!

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  2. Que graciosa es Pau, me encanta el carácter q tiene.. la historia es myy buena Carme !!!

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  3. Lo que me divierto con esta novela no tiene nombre jajajaja. Me encanta, súper genial.

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  4. Muy buenos capítulos! me mata los razonamientos de Pau!

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