domingo, 3 de mayo de 2015

SIN COMPLICACIONES: CAPITULO 3





Manos, caras, bocas, cualquier parte que pudiera tocarse se tocaba, y aunque yo no sabía quién había dado el primer paso, me daba igual porque su boca era cálida y sabia y el beso confirmaba lo que yo ya sospechaba: que Pedro Alfonso era el hombre más sexy sobre la faz de la tierra.


Fuera lo que fuera, aquel no era un beso ensayado para los demás.


Dudaba que alguno de los dos supiera o le importase que hubiese alguien mirando. Estábamos tan concentrados el uno en el otro, tan absortos en el momento que si un caballo hubiera saltado de uno de los cuadros para galopar por la habitación no nos habríamos dado ni cuenta.


Al sentir el erótico roce de su lengua dejé escapar un gemido. Lo que estaba haciendo conectaba un millón de circuitos dentro de mí, despertando una reacción en cadena… tanto que pensé que mi cuerpo estaba a punto de estallar. Me daba igual que no sonriese nunca porque su boca estaba hecha para besar y lo demostraba con cada delicioso roce de su lengua. Le eché los brazos al cuello, apretándome contra él. Era musculoso, duro, cuadrado. Bajo el carísimo traje de chaqueta, Pedro Alfonso era perfecto. Lo que estaba desgarrado era mi vestido, mi cuerpo, mi reputación.


Sin poder contenerme, cubrí la bragueta de su pantalón con la mano y lo sentí duro y grueso debajo.


–Dio… –murmuró él, aplastándome contra la pared. Sus manos habían pasado de la chaqueta a mis pechos y sentí un delicioso escalofrío de excitación cuando rozó mis pezones con los pulgares.


Normalmente cierro los ojos cuando me besan, pero esta vez no lo hice.


Los de Pedro, oscurecidos de deseo, estaban clavados en los míos. Era la experiencia más sexy de mi vida y no quería perderme ni un solo segundo.


No era capaz de formar ningún pensamiento coherente, pero sabía que me había equivocado en una cosa…
Pedro Alfonso no era un buen chico. Era un mal chico con un buen traje de chaqueta.


El calor entre nosotros superaba cualquier escala, la química era intensa, ardiente. Pedro enterró los dedos en mi pelo, haciendo que las horquillas que lo sujetaban salieran despedidas, mientras me besaba ardientemente.


Murmuró algo en italiano y yo estaba a punto de pedirle que tradujese cuando decidí que no quería que lo hiciera. Saber lo que estaba diciendo podría estropearlo todo. No había manera de saber qué estaba pasando o por qué y lo mejor sería no complicar las cosas.


Sentí la presión de su duro muslo entre los míos y las costuras se abrieron un poco más. Si el vestido de dama de honor no estaba ya destrozado del todo, lo estaría en aquel momento, pero creo que Pedro no se daba cuenta porque estaba muy ocupado devorando mi boca.


La anticipación estaba a punto de matarme mientras acariciaba el interior de mis muslos, pero cuando empezó a tocarme con esos dedos largos y sabios, como programados para tocar en el sitio adecuado aunque yo no había dicho una sola palabra, pensé que me desmayaba.


Respirábamos el mismo oxígeno, mordiendo, lamiendo. Era la experiencia más erótica de mi vida. No pensaba en nada salvo en lo maravilloso que era, pero entonces él deslizó dos dedos dentro de mí y lo maravilloso se convirtió en increíble. 


Tuve que agarrarme a sus hombros con una mano porque se me doblaban las rodillas y si no me sujetaba iba a terminar en el suelo. Pero eso me dejaba una mano libre y no iba a desperdiciarla.


Agarré su miembro y noté que crecía, que se hacía más duro. Mientras lo acariciaba, Pedro dejó escapar un gemido ronco y fue el sonido más sexy que había escuchado nunca, más aún porque sabía que era yo quien lo había provocado. 


Aquel hombre tan frío estaba perdiendo el control y era culpa mía.


Sus dedos eran sabios y cuando encontró el sitio justo con gran puntería empecé a sentir los primeros calambres del orgasmo.


Apenas habíamos intercambiado unas cuantas frases antes de aquel día y, sin embargo, allí estábamos, apretados en un íntimo abrazo.


Pedro abrió mis piernas con la rodilla un poco más y siguió usando los dedos, besándome hasta que sentí que todo dentro de mí se derretía. Estaba cerca, muy cerca, y él lo sabía porque estaba allí conmigo, sus dedos controlando lo que sentía, su boca respirando mis jadeos.


–Córrete –me ordenó, en voz baja.


Normalmente, yo no solía obedecer órdenes, pero en esta ocasión nuestro objetivo era el mismo y apreté su rígido miembro mientras…


–¿Paula?


Era mi hermana, usando uno de sus frenéticos susurros mientras me buscaba por la capilla. Seguramente habría dejado de reírse el tiempo suficiente como para entender que yo tenía un problema.


“Mierda”.


Pedro y yo nos miramos, ojos y boca aún unidos. Mi cuerpo suspendido en un estado de intensa excitación.


Por una vez en mi vida, desearía que Raquel no intentase ayudarme.


Allí estaba, al borde del que sabía iba a ser el mejor orgasmo de mi vida, con el hombre más atractivo al que iba a conocer nunca, y mi hermana estaba llamando a la puerta.
Iba a matarla. Lentamente. Si yo tenía que morir de agonía, ella moriría también.


–¿Paula? ¿Estás bien?


Yo estaba tan excitada que tener a mi hermana llamando a la puerta no hizo que mi pasión se enfriase.


Pedro masculló algo sobre mi boca (en varios idiomas, por cierto) y yo estaba a punto de preguntar si había cerrado con cerrojo cuando la puerta se abrió.


Afortunadamente, él estaba frente a mí, como un escudo. 


Otra razón para agradecer esos anchos hombros.


Con admirable calma,Pedro sacó los dedos de donde los tenía y, de alguna forma, consiguió subirme el vestido y cerrar las solapas de la chaqueta al mismo tiempo.


Era impresionante en momentos de crisis; sereno, templado. 


Raquel me había visto desnuda muchas veces porque nunca cerramos las puertas con cerrojo, de modo que yo estaba más exasperada que avergonzada en ese momento.


Pero entonces miré por encima del hombro de Pedro (y tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano, en serio, porque esos hombros eran lo más interesante que había visto en mucho tiempo) y vi un rostro asustado que no era el de mi hermana.


La hermana de Pedro lo miraba como si no lo hubiera visto nunca.


Ay, mierda y requetemierda.


La chica tenía los ojos como platos y la boca abierta, como si no pudiera llevar suficiente oxígeno a sus pulmones.


Evidentemente, pensaba que yo había corrompido a su querido y adusto hermano. Y tal vez fuese cierto. En ello estaba, desde luego.


Desde el momento que me tocó, no había pensado en otra cosa. Y antes de que me juzgues, puedo decir sin la menor sombra de duda que si este hombre te hubiera besado a ti, tú tampoco habrías pensado en otra cosa.


Pedro masculló una palabrota.


–Vuelve a la capilla, Chiara.


Era una orden y ella, colorada hasta la raíz del pelo, se dio la vuelta sin cuestionarla.


Si me hubiera hablado a mí con ese tono habría regalado su chaqueta de Tom Ford a alguna organización no gubernamental, pero Chiara obedeció como un cachorrito en una clase de obediencia.


Debía ser la sorpresa lo que había impedido que le plantase cara.


Y yo pensando en lo estupendo que sería el sexo sin ligazones emocionales. Daba igual las reglas que usaras, alguien siempre resultaba herido.


Me habría gustado decirle que no se preocupase, que en realidad Pedro y yo nos odiábamos, pero la chica había desaparecido y yo me quedé preocupada por algo más que un vestido descosido.


Había creído que no podría estar más avergonzada.


Resultó que también estaba equivocada sobre eso.






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