viernes, 15 de mayo de 2015

EXOTICA COMPAÑIA: CAPITULO 26





Pablo alzó la vista del periódico que leía y observó con ojos críticos el aspecto desarreglado de su hermano.


—¿Dónde diablos has estado? He preparado la cena, pero no has aparecido. Podrías haber llamado. Para eso tenemos los teléfonos móviles.


—Lo olvidé —repuso al sentarse en el sillón.


—Lo olvidaste —se burló Pablo con sarcasmo—. Bien podríamos olvidar el acuerdo que tenemos para cocinar. Esta semana has olvidado todo lo que sabes.


—Déjalo —no tenía ganas de soportar un discurso cuando había temas importantes que tratar—. ¿Cuándo le vas a dar el anillo a Cathy?


Pablo apartó la vista.


—Aún no lo he decidido.


—Comprendo. Supongo que esperarás hasta figurar en el primer lugar de la lista de donantes de médula espinal.


—Lo haré cuando me parezca oportuno —repuso a la defensiva.


—Bueno, pero si no te lo parece pronto, me ocuparé yo de la situación, cobarde.


—¡Eh! —exclamó, ofendido—. No soy un cobarde. Lo que pasa es que trato de no precipitar las cosas.


Pedro no pudo discutirle eso, porque él mismo había intentado ir despacio con Paula para no agobiarla. Pero Pablo llevaba cuatro meses saliendo con Cathy, y el muy payaso estaba loco por ella. Si su hermano quería estar prometido durante un par de años, perfecto, pero ya era hora de que diera el paso.


Porque él no iba a sentirse cómodo hasta que su hermano hubiera arreglado su situación.


Él no había llegado a decirle a Paula que eran gemelos. Y Pablo no se lo había mencionado a Cathy hasta que llevaban saliendo más de un mes. Ya era un procedimiento estándar entre ellos. Hasta que Pedro no supiera exactamente su situación con Paula, no iba a correr ningún riesgo presentándosela a Pablo. No hasta que el muy idiota le planteara la pregunta a Cathy.


—Y bien —dijo—, ¿cuándo crees que las estrellas estarán perfectamente alineadas y la presión barométrica será lo bastante estable para que le pidas que se case contigo?


—No lo sé, maldita sea. ¡No he consultado los gráficos astrológicos! Además, ¿a ti en qué te afecta?


«En todo, cabeza de chorlito», pensó.


—Me gustaría presentarte a Paula, pero los dos tenemos la política de esperar hasta que el otro tenga las cosas solucionadas en el departamento de romances.


Pablo sonrió y asintió con gesto comprensivo. Era gracioso cómo aquel incidente con la niña de quinto curso había dejado una impresión duradera en ellos, hasta el punto de que primero establecían su identidad con las mujeres de sus vidas antes de aceptar cosas como presentar a sus respectivas parejas y salir juntos.


—De manera que las cosas entre Paula y tú se están poniendo serias —sonrió con ironía—. Si no puedes vencer a los animales exóticos, únete a ellos, ¿eh?


—Soslayamos ese tema en un esfuerzo por llegar a conocernos —replicó con los dientes apretados.


—A juzgar por el hecho de que tu pelo y tu ropa tienen hierba, diría que os estáis conociendo excepcionalmente bien. ¿Qué has hecho? ¿Llevarla a tu rincón favorito de pesca en el prado del sur?


—¿Y? ¿Cuántas veces has ido allí con Cathy? repuso.


—No es asunto tuyo.


—Lo mismo te digo, hermano. Hay algunas cosas que nunca tratamos, como bien sabes. Bueno, ¿vas a darle ese anillo a Cathy o tendré que hacerlo yo por ti? Por lo visto, siempre me toca a mí enfrentarme a las situaciones difíciles. Yo ataco un problema mientras tú divagas sobre el tacto y la diplomacia. Jamás tomas la iniciativa y aplicas tu teoría. 
Hablas, hablas y hablas, pero nunca actúas.


—¡Eh! —protestó Pablo—. El que no afronte un problema no significa que no pueda solucionarlo.


—¿No? Entonces, ¿qué demonios estás esperando? ¿Te sigue dando miedo que te rechace?


—No —musitó—. Está loca por mí.


—Eso repites, pero no haces nada al respecto —continuó sin piedad—. ¿Cuándo harás algo? ¿La próxima semana? ¿El mes siguiente? ¿La próxima década?


—Después de que plantemos el trigo, después de que Cathy encuentre ayuda para la cafetería y podamos pasar más tiempo juntos.


Pedro lo miró exasperado.


—Es la excusa de esta semana. ¿Cuál será la que viene?


Pablo se puso de pie y arrojó a un lado el periódico, luego se dirigió a su dormitorio.


—¡Déjame en paz! —gritó.


—Perfecto, lo haré —repuso—. A primera hora de la mañana empezaremos a dejarnos las espaldas plantando el trigo. En cuanto terminemos, te vas a declarar o te arrastraré a la ciudad y lo haré por ti!


—¡Ni lo sueñes! —gruñó su hermano.


—No apuestes por ello a menos que quieras perder.


Pablo cerró de un portazo. Pedro frunció el ceño. Imaginaba que las dudas y los titubeos de su hermano eran en parte por su culpa. Había sido un infierno vivir con él después de que Sandi lo traicionara. Pablo había presenciado todo, lo que hacía que en ese momento quisiera ir muy despacio, cerciorándose de que cada paso que daba fuera sobre suelo firme.


Decidió que le daría dos semanas. Si por ese entonces Pablo no se había movido, pensaba romper algunas reglas antiguas y forzarlo a entrar en acción.


Tomada esa decisión, fue a su cuarto a llamar a Pau y a decirle que iba a estar ocupado con la siembra del trigo. 


Pensaba mantener a Pablo tan enfrascado en el trabajo que no dispondría de un minuto para ver a Cathy. Entonces comprendería que no le gustaba vivir sin verla. Y añadiría algunas provocaciones sobre los clientes de la cafetería que no dejaban de mirar a Cathy. Eso haría que el cobarde se decidiera.


Llegó a la conclusión de que era un plan estupendo. Sin embargo, si mantenía a su hermano ocupado día y noche, tampoco él podría ver a Pau…


—¿Hola?


La frustración lo dominó en cuanto oyó la voz sensual. 


Quería estar con Pau, necesitaba su dosis diaria de ella. 


Pero había que meter a su hermano en cuarentena por el bien del amor… lo que significaba que también él sufriría la cuarentena.


—¿Cómo estás, cariño? —murmuró.


—Sola sin ti.


El cuerpo se le tensó. Apretó los dientes y en silencio maldijo a su renuente hermano.


—A mí me pasa lo mismo. Y va a ser más solitario aún, porque Pablo y yo vamos a iniciar la siembra de trigo por la mañana. Nos ocupará más de una semana, siempre y cuando no surjan complicaciones con la maquinaria. Haremos turnos dobles, con la esperanza de terminar antes de que vuelva a llover. El tiempo libre de que dispongamos, lo dedicaremos a reparar los tractores y las sembradoras.


—En otras palabras, no se te verá el pelo.


Juró que había captado desilusión en su voz. ¿O era su imaginación?


—Me temo que no. Junto con la recogida, esta es la época más ajetreada del año.


—Igual que cuando se acerca la declaración de la renta —convino ella.


—Exacto. No hay descanso para los trabajadores agotados, y todo eso.


—¿Puedo ayudarte en algo?


—No, pero gracias por ofrecerte. Pablo y yo podemos ponernos nerviosos y desquiciados. Preferiría que no vieras nuestra peor faceta.


—Te lo recordaré cuando llegue la época de pagarle a Hacienda.


—Hazlo. Mientras tanto, te llamaré todas las noches, aunque quizá sea tarde.


—Muy bien, Pepe. Buenas noches. Pen… pensaré en ti.


Maldijo al colgar. Paula empezaba a abrirse a él, a desprenderse de sus reservas e inhibiciones. Era capaz de decir cosas como «te echo de menos, pienso en ti, te necesito», sin sentirse insegura o vulnerable. Y él se tomaba una semana para ausentarse de su vida. No quería que se acostumbrara a no tenerlo cerca.


Se desnudó y se tumbó en la cama para mirar la oscuridad. 


Se consoló diciéndose que serían doce días, dos semanas como mucho. Si Pablo no le entregaba a Cathy el anillo, entonces se lo quitaría y quizá se lo ofreciera a Paula.


El pensamiento impulsivo lo puso incómodo. ¿Y si le respondía que no? ¿Y si no estaba lista para algo permanente y un compromiso de por vida porque ya se
había quemado? ¿Querría tener hijos? No se lo había preguntado. No habían hablado de la posibilidad.


«Tranquilo, Alfonso», se reprendió. Si Paula quedaba embarazada de él, se sentiría feliz. Quería tener hijos, pero no sabía lo que pensaba ella después de la infancia que había padecido.


Cerró los ojos y se dijo que ya tendría innumerables horas para pensar en ello. De pronto entendió la falta de seguridad de Pablo, su vacilación. Simpatizó con su gemelo. El gran paso podía asustar si la mujer a la que amaba un hombre no compartía la profundidad de sus sentimientos, carecía de las mismas visiones para el futuro.Pedro había pasado por eso y lo habían arrojado al vacío sin un paracaídas emocional que mitigara su aterrizaje. Había chocado con fuerza contra el suelo y se había lastimado.


Pasaron un par de horas antes de que dejara de dar vueltas y contara unos cuantos cientos de ovejas. Al final, logró sumirse en un sueño inquieto.







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