viernes, 15 de mayo de 2015

EXOTICA COMPAÑIA: CAPITULO 27





Paula juró que sus animales intentaban crear un conflicto entre Pedro y ella durante toda la semana. No pararon de rugir, gruñir y graznar cada noche desde que Pedro comenzó la siembra. En dos ocasiones había tenido que levantarse pasada la medianoche para cerciorarse de que su ganado no había escapado. Una vez habían roto una valla, y tardó dos horas en devolverlos a su pastizal.


Él la había llamado todas las noches con voz agotada. 


Paula vivía para esas breves conversaciones. La informó de que la siembra iba bien, salvo por unas averías menores que le habían consumido más tiempo del planeado. También afirmó que la echaba mucho de menos.


A Paula cada vez le resultaba más sencillo reconocer que también lo echaba de menos y que quería estar con él. Esa última semana había sido mucho peor que los días que se había ausentado en su misterioso viaje. La soledad que experimentó fue casi insoportable, y se intensificaba con cada día que transcurría.


Decidió prepararle una tarta. Eso lo sorprendería y le daría algo que hacer. Podía dejarla en su porche delantero para que él la encontrara cuando llegara a rastras tras otro día agotador y tedioso.


Buscó en el armario un preparado de chocolate. Se puso a batir la masa, la metió en el molde y en el horno, colocó el temporizador a su hora y salió a alimentar a sus animales. El veterinario había pasado la noche anterior y se sentía complacida de que todos hubieran recibido un diagnóstico sano.


Miró el reloj, luego aceleró el paso para poder acabar las rondas antes de que la tarta estuviera lista. Regresó a la casa justo a tiempo de oír sonar la alarma del horno. Sacó la tarta, la puso a enfriar y preparó la decoración.


Una hora y media más tarde, con la tarta en la mano, subía por el sendero de ladrillo hacia el rancho moderno y espacioso. Admiraba lo bien cuidado que estaba, aunque se preguntaba por qué nunca la había invitado. Quizá pensaba que las cosas podían complicarse si su hermano, llegaba pronto y los descubría. Decidió que era mejor que Pedro fuera a su casa. En ocasiones vivir sola tenía sus ventajas.


Miró alrededor y vio una mesa de hierro forjado con una planta en el centro. La movió hasta dejarla justo delante de la puerta, luego cambió la tarta por la planta. Sonrió ante las palabras atrevidas que había escrito encima: «Te Echo de Menos». Y era verdad. Cuando él terminara la siembra, pensaba tomarse un día libre para dedicarlo a demostrarle cuánto lo quería. Y también pensaba decirle de una vez que lo amaba.


Se la imaginaba como una velada perfecta. Cena a la luz de las velas, y un dormitorio poco iluminado lleno de pétalos de rosas por la cama.


Al marcharse, vio los faros de dos tractores que trabajaban en el campo del sur. Pobre Pedro.


Pensó en lo agotador que sería pasar todo el día encima de un tractor sobre terreno irregular.


Al regresar a su casa, el contestador automático parpadeaba. Le dio a la tecla que lo activaba y oyó la voz de barítono de Pedro con ruidos de fondo.


—Cariño, ¿dónde estás? Lamento la mala conexión. Pero te llamo desde el móvil —sonaron más interferencias—. Esta noche he decidido trabajar hasta más tarde con el fin de acabar este último prado. Mañana por la tarde debo hacer algunas cosas, pero iré a tu casa… a eso de las…


La llamada se cortó. No importaba a que hora se presentara al día siguiente, porque ella estaría lista y esperándolo.


Cuando el teléfono sonó, se lanzó sobre él con la esperanza de que fuera Pedro.


—¿Hola?


—Hola, jefa —dijo Teresa con voz apagada.


—¿Te encuentras bien?


—No mucho —gimió—. He pillado un constipado horrible. No soy capaz de estar de pie sin marearme. Lo siento de verdad, pero mañana no creo que pueda ir a trabajar.


Ahí desaparecía la idea de tomarse el día libre para prepararse para Pedro.


—No te preocupes, Teresa. Yo estaré en la oficina. Tú quédate en casa y relájate hasta ponerte bien.


—Gracias por entenderlo, jefa. Quiero que sepas que no finjo, como esa camarera de Cathy’s Place.


—Te conozco lo bastante bien como para saber que no harías algo así.


—Jamás te decepcionaría adrede… oh, oh, he de colgar. Tengo otro ataque de náuseas…


Tomó nota mental de pasar al día siguiente por la cafetería de Cathy para comprar sopa para el almuerzo de Teresa.
Suspiró. Era tarde y necesitaba dormir, ya que la esperaba un turno doble en la oficina.


Subió las escaleras y se desnudó. Al echarse en la cama, automáticamente apoyó la mano en la almohada vacía, deseando que Pedro estuviera a su lado.


Se aseguró que lo estaría al día siguiente, y al otro. Y entonces le diría lo vacía que estaba su vida sin el sonido de su risa. Solo esperaba que Pedro sintiera algo similar por ella. De lo contrario, se le rompería el corazón.








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