domingo, 12 de abril de 2015
SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 9
Paula salió del baño envuelta en su bata de felpa favorita y se sentó en su cama. Después de la mojadura con agua fría, la tibieza de su tina le había parecido un oasis.
Se quitó la toalla que envolvía su cabello y se lo peinó con los dedos. Todavía debía decidir que se pondría para la dichosa e improvisada cena con su familia y su nuevo jefe.
Fue hasta el closet y revolvió las perchas una y otra vez. No quería vestirse demasiado formal, después de todo estaba en la casa de su hermana, pero al mismo tiempo quería verse bonita.
Se decidió por una falda ligera en tonos violáceos y una blusa negra sin mangas que se abrochaba en la parte frontal. Estaba conforme con su elección, nada sofisticado pero un atuendo que sin dudas resaltaba sus atributos físicos.
Estaba a punto de quitarse la bata cuando alguien llamó a su puerta.
—¿Quién es? —preguntó antes de abrir. No quería que la escena vivida con Gabriel se volviera a repetir.
—Paula, soy yo, ábreme.
Paula se llevó una mano al pecho cuando escuchó la voz de Pedro desde el otro lado de la puerta.
—¿Qué haces aquí arriba? ¿Qué quieres? —preguntó.
—Tu hermana me ha prestado ropa de su esposo, al parecer pensó que podía pescar un resfriado o algo peor.
—Eso responde a la primera de mis preguntas solamente —le dijo ella sin abrir la puerta aún.
—Por favor, ábreme, necesito decirte algo.
¿Qué sería eso tan urgente que quería decirle? ¿Acaso se había arrepentido de contratarla luego del baño que ella le había dado en el jardín?
—Pedro , hablamos luego.
—No puedo esperar… es importante —alegó en un intento por convencerla de que abriera la puerta por fin.
Esas palabras tuvieron el efecto deseado y ella le abrió.
Paula tuvo que hacer un esfuerzo por no dejar escapar una carcajada. Sara le había dado un pantalón y una camisa que pertenecían a Gabriel y siendo su cuñado más bajo que él, la ropa le quedaba patéticamente ridícula. Los pantalones no le llegaban a los tobillos y la camisa parecía que fuera a explotar de un momento a otro.
—¡No te atrevas a reírte de mi! —levantó el dedo índice y le lanzó una mirada asesina.
Paula movió la cabeza hacia un lado y hacia el otro, de su boca estaba a punto de escapar una risa pero se contuvo apretando los labios.
—¿Qué es lo que quieres? —le preguntó tratando de olvidarse de su aspecto.
Pedro la miró de arriba abajo; la bata que llevaba Paula se había abierto en la parte delantera y buena parte de una de sus piernas se asomaba descaradamente.
—Podría querer muchas cosas…
Paula dio un paso atrás y puso los brazos en jarra.
—¡Habla o márchate! —ordenó para ocultar su nerviosismo.
Pedro no dijo nada, simplemente se metió en su cuarto y cerró la puerta.
—¿Qué demonios crees que estás haciendo? —Paula retrocedió unos pasos más y chocó con la cama.
Él vio que Paula había quedado atrapada y en dos zancadas estuvo a tan solo un par de centímetros de ella.
Paula quiso gritar que saliera de su cuarto, que no se vería bien que él estuviera allí pero cuando Pedro la miró con esos ojos verdes las palabras se le atragantaron en la garganta.
Tampoco pudo hacer nada cuando él la asió de la cintura y la pegó a su cuerpo.
Sin preámbulo alguno, él buscó sus labios y la besó con frenesí; la devoró y la saboreó; saciándose con su sabor, con su humedad. Hurgó en la cavidad tibia de su boca y le introdujo la lengua que rápidamente se unió a la de ella.
Paula hubiera querido luchar contra él pero ni siquiera podía luchar con lo que su propio cuerpo estaba experimentando.
Ella ya estaba completamente entregada a él y a su beso cuando Pedro dejó de besarla de repente.
—Quise hacer esto desde el primer momento en que te vi —dijo él con la voz claramente afectada.
Paula apenas se había recobrado del sofoco cuando él la soltó.
—Te espero abajo, dulzura —le susurró él al oído antes de dejar su habitación.
Paula se dejó caer en la cama. Le temblaban las piernas y otras partes de su anatomía que sin dudas, se habían quedado con ganas de más, mucho más.
¿Qué diablos había sido eso?
¿Cómo podría bajar y mirarlo ahora a la cara y fingir delante de su familia que nada había ocurrido?
¿Y en el trabajo? ¿Cómo se suponía que tendría que actuar delante de él después de que la había besado de aquella manera?
Preguntas a las cuales Paula no pudo hallar respuesta alguna.
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