domingo, 12 de abril de 2015

SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 10





Paula apenas había probado bocado, la presencia de Pedro la tenía más inquieta de lo normal; no sabía si era la manera en que él le clavaba la mirada y se quedaba viéndola o el recuerdo del beso que le había dado en su habitación solo unos momentos antes.


Pedro en cambio parecía estar muy a gusto celebrando los halagos de Sara y respondiendo cada una de las preguntas que su hermana le formulaba. De vez en cuando, Paula observaba su reloj, rogando para que aquella tortura terminase de una vez pero los minutos parecían pasar más lento de lo habitual, o al menos eso creía ella.


—No vas a tener ningún problema con Pau, Pedro —comentó Sara sonriendo—. Mi hermanita es la persona más responsable que conozco y apuesto a que tus pacientes la adorarán.


Pedro sonrió. No solo mis pacientes la adorarán pensó antes de responder.


—Estefania me habló maravillas de tu hermana, Sara y estoy seguro que no me arrepentiré de contratarla, creo que ni siquiera voy a extrañar a Lucia.


Paula no pudo evitar sentir curiosidad al oír en nombre de la tal Lucia.


—¿Quién es Lucia? —preguntó Sara quitándole las palabras de la boca a su hermana.


—Lucia es mi anterior secretaria, está embarazada y decidió que ya no quiere lidiar conmigo —guiñó el ojo—, prefiere quedarse en su casa a cuidar a su esposo y esperar la llegada de su primer hijo, del cual ya me ha prometido que seré el padrino.


Inexplicablemente, Paula sintió cierto alivio al descubrir por fin quien era Lucia.


—Debes tener un feeling muy especial con los niños —comentó Sara observando como él le hacía muecas a su hija quien parecía estar encantada con el nuevo amigo de su tía.


—Lo tengo, si —respondió él y todos notaron que se había emocionado.


—Serás un padre excelente —vaticinó Sara.


Paula la fulminó con la mirada cuando advirtió el tono que estaba tomando la conversación hasta ahora inocente de su hermana.


—Solo te falta encontrar la mujer adecuada —añadió a pesar de la furia de Paula.


Pedro se quedó en silencio, al parecer Sara había tocado un punto sensible y él prefirió no seguir hablando del tema.


—Bueno, creo que será mejor que me marche —dijo de repente Pedro acariciando los rizos de Ana que se había sentado en su regazo—. He molestado lo suficiente ya.


No te imaginas cuanto pensó Gabriel agradeciendo que el hombre al fin se fuese.


Paula también experimentó cierto alivio cuando él decidió marcharse, necesitaba estar a solas para reflexionar sobre lo que había sucedido entre ellos y sobre todo para saber que actitud tendría que tomar de ahora en adelante frente a él. 


No podía olvidarse que Pedro Alfonso era su jefe… debía olvidarse que la había besado y debía olvidarse cuanto lo deseaba; no tenía otra alternativa.


Sara buscó su ropa que ya estaba casi seca e invitó a Pedro a que subiera a la planta alta para cambiarse mientras ellos levantaban los trastos de la mesa.


Pedro subió las escaleras de prisa y ya en el pasillo buscó la habitación de Paula. Entró y observó aquel lugar en el cual dormía la mujer que le había quitado el sueño. Fue hasta la cama y acarició las sábanas de satén en tonos morados y se la imaginó a ella completamente desnuda debajo. Su polla reaccionó de inmediato y tuvo que sentarse. Sus ojos se desviaron hacia un mueble antiguo con varios cajones que servía de cómoda, un impulso lo empujó a ir hasta allí y abrió el primero de los cajones. Estaba lleno de lencería, de todos los colores, sujetadores de seda, de satén y de encaje; bragas de todos los tamaños pero abundaban las pequeñitas, sacó una de color roja con encaje en los bordes y se la llevó a la nariz.


Cerró los ojos y aspiró con fuerza, impregnándose de su olor. La diminuta y delicada tela olía a rosas y a jabón. Una mezcla que de inmediato le recordó a su dueña.


Regresó a la cama y tuvo que sentarse, tenía una erección descomunal y necesitaba liberarla. Con una mano abrió la cremallera de los pantalones prestados que llevaba
mientras que la otra seguía sosteniendo las bragas de Paula. Sacó la polla fuera de los pantalones; estaba enorme y dura, comenzó a estirarla con lentos movimientos, al mismo tiempo sus labios apretados mordían las bragas, justo en la parte delantera en donde la tela alguna vez había tocado el coño de Paula. Los tirones comenzaron a hacerse cada vez más intensos y las bragas terminaron envolviendo su polla dolorida. Acabó en la ropa interior de Paula y dejó escapar un sonoro suspiro de alivio cuando descargó su semilla en la suave tela de encaje.


Una vez que estuvo repuesto se quitó la ropa que le había prestado el esposo de Sara y se puso la suya; las bragas manchadas con su semen estaban encima de la cama, entonces decidió que se las llevaría consigo, no solo para ocultar su pecado sino para conservarla para él.


Antes de bajar fue hasta el cuarto de baño y se mojó la cara; no quería que nadie descubriera lo que había estado haciendo en la habitación de Paula, mucho menos que ella lo supiera, no quería que renunciara a su empleo antes de empezar.


Cuando llegó a la sala, observó que Paula no estaba.


—Pau está en la cocina, lavando los platos —dijo Sara adivinando el pensamiento de Pedro—, puedes pasar y despedirte de ella.


Pedro asintió y al entrar a la cocina vio que Paula estaba apoyada contra el fregadero secando una taza de porcelana. 


La falda se le había adherido en la parte trasera dejando ver la forma redondeada de sus generosas caderas. Ella le daba la espalda y ni siquiera había notado su presencia.


Pedro reprimió el impulso de acercarse y pegarse a su cuerpo para volver a sentirla temblar entre sus brazos.


Ella se movió para buscar otra taza y entonces lo vio.


—¿Cuánto tiempo llevas allí? —preguntó secándose las manos en su delantal.


—Solo un par de minutos. Los suficientes para dejarme tentar por las curvas de tu cuerpo se dijo para sus adentros.


—Se ha secado tu ropa —comentó ella prestando atención nuevamente a la vajilla que estaba secando.


—Si, he venido a despedirme, no quería irme sin saludarte —le dijo él avanzando hacia ella.


Paula salió del fregadero y caminó hacia la mesa, justo en dirección contraria hacia donde él estaba leyendo.


¡No pretenderá despedirse con otro beso! Pensó mientras ponía una de las tazas recién secadas encima de la mesa.
Pedro notó de inmediato que ella estaba nerviosa y lo evitaba, lo lamentó y mucho pero no podía hacer nada al respecto, al menos no por ahora.


Ella había reaccionado a su beso y sabía que era cuestión de tiempo para que terminara en sus brazos nuevamente y la próxima vez no se detendría por nada del mundo. Paula sería suya y eso era ya tan inevitable como el hecho de que no podía dejar de pensar en ella desde la primera vez que la había visto en esa carretera despotricando contra su viejo automóvil.


—Nos vemos el lunes, espero que seas puntual —le dijo él a modo de despedida.


—Estaré allí a las nueve, no te preocupes la puntualidad es una de mis mayores virtudes —respondió sonriéndole por primera vez desde que él había entrado en la cocina para despedirse.


—Hasta el lunes, entonces.


—Hasta el lunes.


Paula se quedó sosteniendo una taza en la mano mientras lo veía irse.


Faltaban más de cuarenta y ocho horas para que llegara el lunes y se encontró preguntándose si sería capaz de soportar tanto tiempo sin ver a Pedro Alfonso.


¡Qué tonta eres, Paula Chaves! ¡Por supuesto que vas a soportar no verlo en todo ese tiempo! Pensó sonriendo mientras guardaba la taza en la alacena.







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