martes, 14 de abril de 2015
SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 15
Paula llegó a la casa y se encerró en su cuarto, había visto el auto de Gabriel en la cochera y no deseaba encontrarse con él. Tenía todavía un par de horas antes de que Pedro pasara a buscarla y quería dedicarlas a arreglarse. Le había prometido que estaría guapísima y cumpliría su promesa. De camino a casa había pasado por una lencería y se había comprado un conjunto de ropa interior negro formado por unas pequeñas bragas de tela transparente y un sujetador adornado con encajes y delicadas puntillas en color rojo. Había sido una osadía comprárselo pero no se arrepentía de haberlo hecho. Era consciente que cualquier cosa podía suceder esa noche y quería estar preparada y escandalosamente sensual.
Revolvió en su closet y luego de sacar unas cuantas prendas que arrojó encima de la cama para tener un mejor panorama se decidió por un vestido corto de color negro que se ajustaba a las curvas de su cuerpo como un guante. No tenía mangas y un escote pronunciado dejaría a la vista el encaje de su sujetador. Buscó un par de sandalias que hiciera juego y luego se dirigió hacia el espejo en donde se puso a jugar con el peinado que llevaría esa noche.
Finalmente se decidió por llevar su melena atada en la coronilla con un lazo de terciopelo negro que le había regalado su sobrina en su cumpleaños.
Ordenó todo lo que se pondría encima de la cama y comenzó a quitarse la ropa. Se daría un baño relajante con su sal de baño favorita, esa que hacía que toda su piel
oliera a lavanda.
Estaba a punto entrar al cuarto de baño cuando alguien golpeó a su puerta.
—¿Quién es? —preguntó temerosa.
—Soy yo, Pau.
Paula aflojó la tensión y suspiró aliviada. Caminó hacia la puerta y le quitó el cerrojo.
—¿Por qué tenías la puerta cerrada con llave? —preguntó Sara entrando a su habitación cargando unas cuantas toallas.
Paula se pasó una mano por la cabeza.
—Seguramente ni cuenta me di de que la había cerrado con llave —dijo.
Sara notó de inmediato el nerviosismo de su hermana y al ver la ropa encima de la cama creyó saber el motivo de sus nervios.
—¡Vaya, parece que tenemos una cita esta noche! Sara movió el vestido y descubrió la ropa de encaje debajo—. ¡Guau, parece que tendremos guerra también! ¿Quién es el afortunado?
Paula estuvo a punto de decir algo pero su hermana no la dejó ni siquiera abrir la boca.
—¡Ya sé, no me digas nada! ¡No hace falta! –Dijo contenta—. ¡Vas a salir con tu jefe! ¡Sabía que había algo entre ustedes!
—Sara, no te hagas ninguna ilusión, solo me ha invitado a cenar.
—¿ Y desde cuando para ir a cenar mi hermanita menor se compra un conjunto de ropa íntima tan sensual?
Era imposible refutar las palabras de Sara y Paula lo sabía. Terminó por darle la razón mientras terminaba de quitarse la ropa.
Unos minutos después y luego de que su hermana se hubiera marchado luciendo una enorme sonrisa de oreja a oreja, Paula se metió en la tina y se quedó allí dejando que todo su cuerpo se relajara.
Cuando se dio cuenta que faltaba menos de una hora para que Pedro viniera por ella salió del baño envuelta en su bata.
Ya en su habitación se secó y comenzó a vestirse como si fuera una especie de ritual de seducción. Sabía que se vestiría para matar y anhelaba ver la expresión en el rostro de Pedro cuando la viera.
Luego de que se puso la ropa interior se colocó el vestido; le quedaba más ajustado de lo que recordaba pero no le importó, aquella noche estaban prohibidos la compostura y la sensatez; se dejaría llevar por lo que sentía y no se detendría a pensar en el después.
Acomodó el vestido lo más que pudo pero era inevitable que se le subiera cada vez que daba un paso. Además el escote demasiado profundo revelaba una porción de encaje de su sujetador y sus pechos abundantes se asomaban un poco por el borde. Sonrió al pensar hacia donde estarían dirigidos los ojos de Pedro la mayor parte de la noche; y pensar en ello la excitó. Se tocó el vientre con una mano y casi inconscientemente su mano subió hasta tocar uno de sus pezones. Dejó escapar un gemido al recordar como los dedos de Pedro habían acariciado aquel punto sensible de su cuerpo esa misma mañana.
Cálmate, Pau, cálmate se dijo respirando hondo un par de veces. No haber tenido sexo en los últimos cuatro meses, específicamente desde la separación con Matias sin dudas la había dejado más sensible de lo normal.
Se calzó las sandalias de tacón alto y se sentó en el tocador para arreglarse el cabello y maquillarse. Sacó el lazo de terciopelo de dentro del primer cajoncito de su cómoda y se ató el cabello en lo alto de la coronilla. Retiró algunos mechones y los acomodó a ambos lados de su rostro para darse un toque más informal. Cuando llegó el turno de maquillarse se decidió por una sombra de color pastel en la gama de los lilas y los azules. Se aplicó un poco de rimel y un labial rosado con sabor a fresa en los labios.
Se puso de pie y comprobó por última vez su atuendo.
Sin dudas había cumplido la promesa que le había hecho a Pedro y esperaba que él compensara su esfuerzo.
El sonido de un auto acercándose a la casa hizo que su corazón comenzara a latir más de prisa. Observó su reloj, faltaban diez minutos para las ocho pero parecía que Pedro estaba tan ansioso como ella.
Cuando Paula bajó en compañía de su sobrina quien había ido hasta su cuarto para anunciarle que su cita había llegado, vio que Pedro estaba en la sala conversando animadamente con Sara y su cuñado.
Tanto Pedro como Gabriel se dieron vuelta al verla bajar las escaleras. Ambos quedaron impactados ante la imagen de Paula descendiendo aquellos escalones lentamente.
Paula clavó su mirada en los ojos verdes de Pedro que se habían encendido de repente y despedían un brillo intenso.
Ni siquiera le dirigió una mirada a su cuñado aunque sabía que él la estaba devorando con los ojos sin importarle que Sara estuviera prendida de su brazo.
—¡Dios, Paula, estás radiante! —exclamó Sara contemplando a su hermana.
Cuando Paula terminó de bajar las escaleras, Pedro avanzó hacia ella y se acercó.
—Promesa cumplida —le susurró al oído para que nadie escuchara.
Paula no pudo evitar sonrojarse por su comentario y por su cercanía.
Ella lo observó y descubrió que él también había echado mano a su mejor vestuario. Llevaba unos pantalones oscuros y una camisa celeste con un par de botones desprendidos que dejaban ver su pecho. Se había peinado la melena hacia atrás y aún la llevaba mojada. Paula aspiró hondo, además olía deliciosamente bien. Una exótica mezcla de sándalo y mentol que la embriagó de inmediato.
Por unos segundos Pedro había logrado que ella se olvidara de la presencia de su hermana, de su sobrina y especialmente la de su cuñado.
—¿Nos vamos? —preguntó él extendiendo el brazo.
Paula dejó que él la cogiera de la mano y la condujera hacia la salida.
—¡Qué se diviertan! —les gritó Sara desde la sala.
Gabriel, a su lado, no había pronunciado palabra alguna. Por dentro tenía unas enormes ganas de correr hasta Paula y separarla de Pedro. Impedirle que se marchara con él y terminara esa noche en su cama.
Ambos entraron a la casa cuando Paula y Pedro se marcharon.
—Hacen una linda pareja, ¿no crees? —comentó Sara entrando a la cocina seguida por su hija y su esposo.
Gabriel no dijo nada, seguía rumiando la rabia de saber que Paula se había ido con otro hombre, vestida de aquella manera.
Sara notó la expresión de disgusto en el rostro de su marido pero no dijo nada, últimamente las cosas no andaban muy bien entre ambos, sobre todo en la cama y la culpable era ella. Desde hacía un par de meses había perdido las ganas de tener sexo, parecía que su libido se había evaporado con el embarazo, no le había ocurrido cuando esperaba a Ana y no entendía porque ahora con este segundo embarazo las cosas habían cambiado.
Estaba perdida en sus pensamientos que no notó que su esposo se acercó por detrás y metió una mano debajo de su vestido.
—¡Gabriel, la niña!
—Ana subió a su cuarto —dijo él besando el cuello de su mujer con ímpetu.
Ella trató de separarlo pero las manos de Gabriel subían por sus muslos, buscando ahora debajo de sus bragas. Sara sintió casi de inmediato la dureza de su erección golpeando contra su espalda.
—¡Gabriel! ¿Qué te sucede? —la repentina embestida de su esposo no dejaba de sorprenderla, hacía meses que no la tocaba y ahora de pronto parecía haberse desatado. No lo reconocía y eso la asustó.
—Sara… por favor —pidió él lamiendo y mordiendo su cuello.
—¡Gabriel, suéltame! ¡Me estás haciendo daño! —Gritó Sara intentando zafarse—. Nunca antes habías hecho algo así… ¿qué sucede contigo?
—¡Déjame, Sara, por favor! —exigió él abriendo la parte delantera de su vestido. De inmediato, su mano buscó uno de los pechos llenos de Sara y lo estrujó con fuerza.
—¡Me haces daño, Gabriel! —Sara le gritó a punto de echarse a llorar.
Gabriel no le respondió y tampoco la soltó. Estaba completamente fuera de sí, desenfrenado y haciendo oídos sordos a las súplicas de su esposa. En ese momento solo tenía en mente sacarse el deseo de follar que llevaba contenido desde hacía tanto tiempo. El rechazo de Paula y su posterior salida con Pedro habían sido el disparador; la gota que había rebasado el vaso y ya no aguantaba más.
—Te necesito —le susurró él al oído cerrando los ojos.
No era el cuerpo que quería tocar ni el olor que quería que se impregnase en su piel pero aquella noche eso no le importó. No quería detenerse, quería follar a su esposa e imaginarse a su cuñada en sus brazos.
Eso era lo único que le importaba esa noche.
Pero Sara no estaba dispuesta a ser tratada de esa manera y como pudo logró escapar de los brazos y los besos violentos de su irreconocible esposo.
Se apartó y miró al hombre que aquella noche había estado a punto de tomarla por la fuerza. Había terror en su mirada.
—¡Vete, déjame sola! —le gritó desesperada.
Gabriel aún jadeaba y su polla estaba erecta.
—¡Demonios, Sara soy tu marido! —replicó él sin importarle el pánico en su mirada.
—Te desconozco, Gabriel... no sé que es lo que te ocurre pero así no se hacen las cosas —dijo ella buscando calmarse pero aún seguía temblando.
Entonces cuando Gabriel vio el estado de conmoción en el que estaba su esposa comprendió lo que había estado a punto de hacer.
—Sara... —extendió la mano y buscó la de ella—. Lo siento.
Sara no le dijo nada, solo salió corriendo de la cocina como pudo y subió las escaleras en dirección a su habitación.
Gabriel respiró hondo, intentando calmarse. Había estado a punto de cometer una locura, lo sabía. Se pasó la mano por la cabeza y dio unas patadas en el suelo.
Estaba furioso consigo mismo pero estaba más furioso aún con toda aquella situación que se le escapaba de las manos.
Deseaba a Paula y ella se había marchado con su jefe dispuesta a todo con él y eso era lo que había provocado su actitud violenta hacia Sara.
Paula lo estaba volviendo loco y no tenerla se había vuelto una obsesión.
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