martes, 14 de abril de 2015

SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 16




Paula observaba el paisaje costero que lentamente iban dejando atrás. Ignoraba hacia donde la estaba llevando Pedro pero aquella incertidumbre le agregaba más excitación a su primera cita.


No recordaba algún restaurante en aquella parte de la ciudad pero había estado ausente de Belmont doce años y eso era mucho tiempo.


Le echó un vistazo a Pedro quien parecía completamente concentrado en conducir, una mano aferraba con fuerza el volante y la otra descansaba en la manija de cambio. Los ojos de Paula se posaron en aquella mano, tan grande y tan suave a la vez. Un hormigueo bajó por su vientre al recordar como él la había tocado esa mañana. Todo su cuerpo estaba expectante, consciente de lo que podría llegar a suceder aquella noche. La cena podía fácilmente convertirse en algo más y ella lo sabía. Y lo deseaba; deseaba acabar en la cama de Pedro Alfonso más que nada en el mundo.


—¿En qué piensas? —le preguntó él de repente apartando la vista de la carretera uno instantes.


Paula se sonrojó. Jamás le diría los pensamientos que cruzaban por su mente en ese preciso momento.


—En nada —simplemente respondió.


Pedro sonrió y desvió su mirada hacia su escote. Paula había apoyado un brazo en la ventanilla abierta de la puerta y esa posición hacía que sus pechos se juntaran hacia delante. Una visión generosa y tremendamente tentadora. 


Paula era la clase de mujer que irradiaba sensualidad por cada poro de su piel y a Pedro, eso lo enloquecía. Faltaba solo unos pocos metros para llegar y eso fue motivo suficiente para abstenerse de detener el auto y hundir su rostro entre aquellas dos montañas suaves y carnosas que parecían querer escaparse de su vestido.


Paula descubrió hacia donde iba dirigida la atención de Pedro y se sintió tan deseada que de solo pensarlo comenzaba a excitarse. Ella misma desvió la mirada hasta posarla en la entrepierna de Pedro, solo para comprobar que él estaba tan o más excitado que ella.


No hubo necesidad de palabras y cuando Pedro detuvo el auto a un costado del camino se olvidaron del mundo. Las manos de Paula le quitaron la pretina de su cinturón mientras él acercaba el rostro a sus pechos. En tan solo cuestión de segundos; la boca de Paula estaba succionando su polla con fuerza mientras las manos de Pedro se metían debajo de la falda de su vestido y le apretaban las nalgas con fuerza.


Él se movió un poco hacia atrás para que ella pudiera jugar con su polla con total libertad. Su lengua subía y bajaba por toda la extensión de su verga erecta y cuando ella la metía y sacaba de su boca, en suaves movimientos primero y luego con tirones más violentos, Pedro sintió que todo su cuerpo se tensaba como las cuerdas de una guitarra. Estaba a su total merced y la sensación era apabullante. La dejó hacer mientras él respondía gimiendo de placer, hundiendo sus manos en las caderas carnosas de ella para ayudarla en su vaivén.


Paula podía sentir la punta de la polla de Pedro llegando hasta lo más profundo de su garganta y sabía que en cualquier momento él la inundaría con su néctar.


Movió su cabeza de manera que ahora podía verlo mientras seguía chupando y lamiendo. Pedro la miró, completamente embelesado, perdido en un trance exquisito y que no parecía tener final


Estaba por correrse y ambos lo sabían, entonces Paula cambió el ritmo de su mamada, moviéndose encima de él, su cabeza iba de un lado a otro mientras se metía la polla más adentro en cada succión.


—¡Oh, Dios! —exclamó él en medio de los jadeos.


Aquellas palabras fueron lo que Paula necesitó para dar su estocada final. Se irguió un poco hacia arriba, levantando las caderas para ubicarse mejor. Una de sus manos apretó los testículos de Pedro mientras que la otra sujetó la polla por la raíz. Separó un poco la boca y escupió la punta colorada dejándola más húmeda y brillante. La volvió a meter en la cavidad caliente de su boca y la succionó como si le fuera la vida en ello.


Pedro se retorcía en su asiento, las manos de Paula se movían por sus pelotas y por toda la extensión de su polla, haciendo que un volcán se formara en su interior. Estaba a punto de estallar; a punto de morir en la boca de aquella mujer que lo tenía completamente loco. Estaba perdido por ella y eso ya no era novedad alguna.


Eyaculó dentro de su boca, y encontró alivio a la tensión que, unos segundos antes había dominado todo su cuerpo.


Pedro la observó limpiarse con la lengua las gotitas de semen que habían rodado por sus labios. No aguantó más y la levantó, acercándola a su rostro. La besó con fervor, hurgando en su boca, buscando su lengua. Paula se acomodó encima de él y gimió complacida. Enredó sus dedos en la melena humedecida de él y lo atrajo más hacia ella.


Ninguno de los dos escuchó el sonido de un auto acercándose y solo se dieron cuenta de que ya no estaban solos cuando alguien dio unos golpes en el vidrio del parabrisas.




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