lunes, 13 de abril de 2015

SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 14




Luego de su almuerzo en un pequeño restaurante a un par de cuadras del consultorio Paula regresó para cumplir con su horario vespertino. Llegó diez minutos antes de las dos de la tarde y la sala de espera estaba aún vacía. Observó que la nota que le había dejado a Pedro había desaparecido, desvió su mirada hacia su despacho y en ese preciso momento él abrió la puerta.


Fue verlo y experimentar un intenso cosquilleo recorriendo cada espacio de su cuerpo. Él se acercó y la observó. 


Paula notó cierta tirantez en su mirada.


—Me hubiera gustado que almorzáramos juntos —dijo él por fin suavizando su expresión.


Ella dejó su bolso y se sentó.


—Lo siento pero tu reunión no acababa y además no me habías mencionado que querías almorzar conmigo —respondió ella sin mirarlo directamente a los ojos.


—Podrías compensarme aceptando cenar conmigo esta noche —dijo él acercándose a su escritorio.


Paula le clavó la mirada y en sus ojos verdes vio que él estaba hablando en serio.


—¿Compensarte?


—Así es, por haberme dejado con las ganas…


Paula se ruborizó.


—Con las ganas de comer contigo —añadió él sonriendo atrevidamente.


Faltaban tres minutos para las dos y su primer paciente de la tarde llegó.


—¿Qué me respondes? —preguntó Pedro bajando la voz.


Paula saludó a la mujer que acababa de entrar con un niño regordete en brazos y le sonrió, retrasando el momento de darle una respuesta a su jefe.


Sabía lo que le diría, solo quería jugar con la incertidumbre de Pedro unos segundos más.


Ella lo miró a los ojos y le sonrió.


—¿Es eso un sí? —quiso saber ansioso.


—¿Tú que crees? —retrucó ella tratando de que la recién llegada no advirtiera lo que estaba sucediendo entre el pediatra de su niño y su nueva secretaria.


Pedro se fue hacia su despacho con una sonrisa de oreja a oreja instalada en su rostro. Desde la puerta, dijo:
—Paula, espera cinco minutos y dile a la señora Spence que entre.


Ella asintió, miró a la mujer que no dejaba de observarla y agradeció cuando sonó el teléfono.


La tarde transcurrió tranquila, había fallado uno de los pacientes de Pedro y la consulta terminó unos minutos antes de lo previsto. Paula ordenaba las citas para el día siguiente mientras Pedro rellenaba unos formularios para el pedido de nuevos medicamentos.


La puerta del despacho de Pedro estaba abierta y desde su lugar podía ver las piernas largas y bronceadas de Paula asomándose por debajo de su escritorio.


Había logrado que ella aceptara cenar con él y ese había sido un paso importante; solo tenía que procurar no arruinarlo todo. No quería correr con Paula aunque se muriera por llevársela a la cama. Tenía la impresión que la amiga de su hermana no era el tipo de mujer que él estaba acostumbrado a tratar y a convertir en su amante.


Sin embargo no podía negar que la deseaba como nunca antes había deseado a otra mujer. Debía controlar sus impulsos de ir hacia ella y hacerla suya encima de su escritorio.


Ya tendría el tiempo y la situación perfecta esa noche durante la cena; procuraría que fuera especial, una cita que ninguno de los dos pudieran olvidar. Dejó escapar un suspiro y trató de concentrarse en los formularios que tenía que llenar.


Paula de vez en cuando levantaba la vista y veía a Pedro concentrado en su tarea, o al menos eso era lo que parecía. Le gustaba verlo en su rol profesional y en las pocas horas que llevaba trabajando para él había comprobado que se llevaba de maravillas con los niños; esa conexión especial no solo se había dado con su sobrina sino con cada uno de sus pacientes.


Será un excelente padre algún día pensó Paula suspirando. 


No era difícil imaginárselo cargando a una pequeña en los hombros o jugando con un niño al balón.


Sacudió la cabeza. ¿De dónde habían surgido semejantes pensamientos?


Otra pregunta había surgido en su mente… ¿Por qué había aceptado cenar con él esa noche?


Al principio pensó que sería la excusa perfecta, una más, para escapar de la casa de su hermana y de la molesta presencia de su cuñado por algunas horas pero luego comprendió que quería cenar con Pedro porque le gustaba, la atracción que sentía hacia él era tan poderosa que incluso no la dejaba razonar bien, porque si lo hubiera meditado mejor no hubiese dado un sí como respuesta a su invitación.


La cena conllevaba cierto peligro y ella lo sabía, después del momento de intimidad que habían compartido esa mañana en su despacho cualquier cosa podía suceder entre ellos esa noche y eso, en vez de asustarla, la excitaba.


Cuando terminó con su tarea se puso de pie y recogió su bolso. Ni bien se puso de pie, Pedro salió de su despacho y se acercó.


—Supongo que lo de la cena sigue pendiente —dijo él apoyando las caderas en el extremo de su escritorio.


—Por supuesto —respondió ella yendo hacia la puerta—. ¿Dónde piensas llevarme?


Él la miró y ella percibió cierto aire de misterio en sus ojos verdes.


—Es una sorpresa pero puedo asegurarte que cenarás deliciosamente esta noche —le aseguró él.


Paula sonrió; estaba comenzando su juego de seducción una vez más y eso solo lograba encenderla. Tenía que marcharse antes de cometer una locura.


—¿Pasas por mí a mi casa?


—Estaré allí a las ocho. ¿Te parece bien?


—Si —se alejó del escritorio y no pudo evitar que él la sujetara de la mano antes de que se marchara.


—Prométeme que te pondrás guapísima, quiero ser la envidia de todo el mundo esta noche —le dijo él clavándole la mirada.


Ella se mordió el labio inferior antes de responder.


—Te lo prometo.


Pedro quiso atraerla hacia él pero ella le puso una mano en el pecho.


—Nos vemos esta noche, Pedro


Él dejó escapar un suspiro de resignación y asintió.


—Hasta esta noche —le cogió la mano y se la besó.


—Hasta esta noche —contestó Paula soltándose para luego caminar sinuosamente hacia la salida.


Pedro la observó hasta que ella se perdió del alcance de su vista. Agachó la mirada y descubrió que sería una tortura esperar hasta la noche, el bulto en sus pantalones se lo estaba diciendo a gritos.






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