lunes, 13 de abril de 2015

SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 12




Cuando Paula regresó a la casa eran pasadas las tres de la mañana; subió corriendo las escaleras y se encerró en su habitación. Buscó su maleta y la llenó con todas sus pertenencias. No podía quedarse en aquella casa un día más. Sería un infierno convivir con Gabriel después de lo sucedido y además ya no podría mirar a Sara a los ojos, la pobre jamás se podría imaginar que su propio esposo había intentado follarse a su hermana menor.


No tenía idea adónde se iría, tenía algo de dinero ahorrado no era mucho pero al menos le alcanzaría para dormir en algún hotelucho barato hasta que cobrara su primer sueldo.


Cualquier cosa era preferible a soportar aquella situación tan desagradable. Le vinieron nauseas al recordar la manera en la que Gabriel la había tocado, al recordar las cosas que le había confesado sin ningún escrúpulo.


Cuando terminó de meter todo en la maleta se recostó e intentó dormirse pero le costó hacerlo, podía sentir las asquerosas manos de su cuñado tocándola.


Deseaba que ya amaneciera para poder hablar con Sara y despedirse de ella y de la pequeña Ana; no podía marcharse sin decirles adiós, solo esperaba no toparse con Gabriel una vez más.


Cuando había logrado conciliar un sueño liviano, el ruido de pasos en el pasillo la despertó. Se puso en estado de alerta pero suspiró aliviada cuando escuchó la voz de su hermana.


—Pau, el desayuno está listo. Ana te ha preparado tus galletas preferidas y quiere que las pruebes.


Paula sonrió amargamente. ¿Cómo le diría a Sara que se marchaba? ¿Qué excusa valedera podía inventar para no preocuparla?


—Ya bajo, Sara —le gritó levantándose de un salto de la cama.


Cuando llegó a la cocina, observó con alivio que Gavriel no estaba, echó un vistazo al reloj y supuso que a aquellas horas de domingo estaría jugando su habitual partida de golf con sus socios abogados.


En la mesa, Ana acomodaba las galletitas de avena que había horneado para ella el día anterior mientras Sara servía el café.


Paula se acercó y se sentó en un extremo. Ana le ofreció una galleta y ella la aceptó.


—¡Está deliciosa, cariño! —exclamó antes de acercarse a su sobrina y darle un sonoro beso en la mejilla.


—Le salen cada vez mejor, ¿no crees? —comentó Sara sentándose al lado de su hermana menor.


Paula asintió. Debía decirle a Sara que se marchaba de su casa ese mismo domingo.


—Sara... hay algo que debo decirte —dejó la galleta de avena a medio comer sobre una servilleta—. Me marcho.


Los ojos de Sara se abrieron como platos.


—¿Qué dices?


—Eso mismo, me voy hoy de tu casa, ya tengo lista mi maleta —alegó evitando por un instante el mirarla directamente a los ojos.


—No puedes hacerme esto, Pau. Falta un mes y medio para que nazca tu sobrino... te necesito.


Pau odiaba estar haciendo aquello y hubiese preferido cualquier cosa antes que tener que atravesar por tal situación pero no encontraba una solución a su problema y jamás le contaría a Sara el verdadero motivo de su súbita partida.


—Sara, no he estado contigo durante el embarazo de Ana y nada malo te ha sucedido, todo saldrá bien. Entiende que tengo que irme, no me siento bien aquí viviendo de arrimada —argumentó.


—¡No digas algo así! Además acabas de conseguir empleo y pronto podrás aportar para los gastos de la casa, aunque sabes que ni a Gabriel ni a mí nunca nos importó ese asunto, eres mi hermana y creo que has sido bien recibida en esta casa —de repente Sara sonaba realmente ofendida.


—Sara, sé que es así pero entiende que prefiero irme.


—¿Y adónde piensas mudarte?


Paula sonrió mientras buscaba una respuesta a la pregunta de su hermana.


—Con Estefania... me ha ofrecido pasar unos días en su departamento hasta que encuentre algo acorde a mis posibilidades —fue lo primero que se le ocurrió y no sonaba del todo incoherente.


—¿Y crees que en casa de tu amiga vas a estar mejor que aquí, con tu familia?


—Por supuesto que no, Sara—hizo una pausa y tocó el brazo de su hermana—. No me lo hagas más difícil, además no me voy al fin del mundo, Estefania vive cerca de aquí y...


—¿Es por causa de su hermano, no es así?


Paula se sorprendió por el cuestionamiento de su hermana.


—¡Claro que no! ¡El hermano de Estefy no tiene nada que ver con esto! —¿Cómo se le había ocurrido a Sara semejante idea?


—Lo digo porque he notado cierta tensión entre ustedes —respondió Sara cuidando que su hija no oyera lo que no tenía que oír.


—Para nada, Pedro es mi nuevo jefe y hermano de una amiga de la infancia, no entiendo a que clase de tensión te estás refiriendo —replicó algo confusa.


—Estoy hablando de la clase de tensión que surge entre un hombre y una mujer cuando ambos se gustan.


Paula soltó una carcajada para que Sara no notara que había dado en el clavo.


—Estás viendo cosas que no son, Sara.


Sara no dijo nada pero no podía estar molesta por la repentina decisión de su hermana.


—¿Por qué no te quedas hasta que nazca el niño?


—¡Tía Pau, no te vayas! —la vocecita de Ana se sumó a la de su madre.


Paula sabía que llevaba las de perder, eran dos contra una y se la estaban poniendo muy difícil.


—No puedes irte, Pau, tu sobrina predilecta te está pidiendo que te quedes —adujo Sara guiñándole un ojo a su hija.


¿Qué podía hacer? No quería irse por su hermana y por la pequeña Ana a quien adoraba pero convivir con Gabriel sería un infierno. Quizá la única solución era quedarse y tratar de evitar a su cuñado a toda costa. Quizá después de lo sucedido, él mismo se daba cuenta del error que había cometido y no volvía a acercarse a ella para tratar de seducirla.


—¿Qué dices? —preguntó Sara expectante.


Paula contó hasta cinco y soltó un suspiro.


—¡Está bien, ustedes ganan!


Sara y Ana se abalanzaron encima de ella y la abrazaron. Había tomado una decisión y esperaba no arrepentirse después.


—Tenemos que seguir hablando de ese otro asunto —dijo Sara una vez que la niña se retiró a su habitación a jugar con sus muñecas.


—¿A qué asunto te refieres? —preguntó Paula haciéndose la desentendida.


—Un asunto que mide fácilmente un metro noventa, tiene unos ojos verdes increíbles y un cuerpo de los mil demonios —dijo sonriendo divertida.


Paula no pudo evitar contagiarse de la risa de su hermana.


—¡Eres insoportable a veces! ¿Lo sabías?


—Insoportable, no. Soy perspicaz y muy buena observadora —la corrigió mientras llevaba las tazas sucias al fregadero con dificultad debido a su prominente barriga.


Paula no le dijo nada, solo se limitó a levantarse de su silla para ayudar a su hermana; jamás admitiría delante de ella que moría por Pedro Alfonso.






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