miércoles, 29 de abril de 2015

REGRESA A MI: CAPITULO 9





Un flic.


Juan le había contagiado su afición por el thriller. Ella conocía de sobra el significado de esa palabra francesa para designar a un policía.


Y ahora, en esa gloriosa tarde de otoño, ella tenía a un flic satisfecho, adormilado en sus brazos, con la cabeza apoyada sobre su pecho desnudo.


Su relación no era todo lo espontánea que quisieran. Estaba calculada con la precisión de una operación militar. Camila, y sus respectivos trabajos, les obligaban a trazar planes con antelación para arañar unas horas, juntos.


En poco tiempo, la niña y Pedro habían formado un equipo en el que ella era admitida de tanto en tanto. Camila estaba tan contenta que parecía haber recibido el regalo más valioso de su vida. Decía que Pedro estaba allí gracias a la abuela. Ella no se atrevía a discutírselo para no desilusionarla.


Con todo, no quería que Pedro viviera aún en su casa. Aún había cuestiones por aclarar. Si Camila se encariñaba demasiado con él, y al final su relación fallaba, sufriría
mucho.


Esa tarde llevaban todo el tiempo sin salir de la cama, disfrutando de sus cuerpos y dando rienda suelta a sus necesidades.


—Estoy hambriento —soltó Pedro de pronto, rompiendo el apacible estado adormilado en el que ambos habían caído.


Ella le miró extrañada, pensando si el sexo le había dado tanta hambre como para tener que levantarse a comer.


—De ti. Solo de ti —rió burlón—. Hambriento solo de ti.


Se tumbó sobre ella, piel contra piel. Hundió la cabeza en la base de su cuello y aspiró el dulce aroma de Paula, a una de esas colonias selectas con aroma a cítricos que ella usaba. Sujetó con fuerza sus caderas para atraerla hacia él. Besó su clavícula. Su boca fue bajando hasta apresar el pezón enhiesto. Lo sostuvo con cuidado entre sus dientes, dando ligeros tironcitos. La exclamación de placer de ella, le enardeció. Después repasó el otro con la punta de la lengua.


Notó su mano pequeña y delicada toqueteándole. Una llama ardiente que envolvía su pene y le hacía perder la razón. Ella le acariciaba de arriba abajo con la suavidad de una pluma, casi sin tocarle, friccionando la punta de su sexo de tanto en tanto. Solo jugaba con él. Le provocaba hasta hacerle casi alcanzar la cima para soltarle antes de llegar al alivio necesario. Los músculos de su cuello se tensaron. Un rugido salvaje nació en su interior.


Soltó el aire entre los dientes. Movió la pelvis y se arqueó, incitándola a que le tomara del todo para sentir la liberación total. Ella apartó la mano y se dedicó a repasar la piel firme
de su cadera. Sonreía, embelesada en su propio gozo, con los ojos convertidos en dos ranuras, casi opacos.


Pedro ardía. La mezcla de placer y dolor le estaba llevando más allá de sus fuerzas.


Sujetó su mano y la llevó de nuevo a su sexo. Marcó con ella el ritmo que necesitaba, mientras su lengua hambrienta penetraba en su boca y se retiraba con la fuerza de firmes estocadas. Por un instante, pensó en dejarse llevar y liberar tanta pasión entre sus manos, pero la necesidad de estar dentro de ella, era muy superior.


Paula elevó sus piernas y las envolvió en torno a sus caderas. Él entró de un solo golpe. Su boca absorbió el grito de sorpresa de ella. La pasión les abrasaba, en un fuego
que consumía sus voluntades. Se sentían asfixiados por el placer. En aquel momento nada importaba. Solo ellos. El pequeño universo que les rodeaba había dejado de existir, envueltos en el goce infinito de la pasión.


Se dejaron ir al unísono, temblando juntos, pronunciando sus nombres entre jadeos de violenta ansia.


Pedro se dio la vuelta y la colocó sobre él. La dulzura de Paula purificaba su alma atormentada. La mantuvo pegada a su pecho sudoroso. Si pudiera la mantendría allí sujeta. Permanecería abrazado a ella, sin pensar en los límites que marcaban el lugar y el tiempo. Pero la tarde llegaba a su fin.


Paula estaba tan exhausta como relajada. Repleta de amor, con todas sus necesidades saciadas con la delicadeza y el placer que solo Pedro podía darle.


Adoraba esos últimos instantes en la penumbra del cuarto.


Momentos en los que se intensificaba su amor por él. Se sentía poderosa al lograr que Pedro derribara sus barreras, y le ofreciera pequeños retazos del ayer y del hoy. Podía asomarse a su interior y saborear la dulzura, pasión y generosidad, que tan celosamente guardaba. Sus ojos perdían frialdad para llenarse de fuego. Su voz insinuante pronunciaba su nombre con gula.


Su rostro se relajaba en una sonrisa, a veces tierna; otras, lasciva.


Las manecillas del reloj corrían inexorables. Nada podía detenerlas. Paula debía de bajar el tramo de escaleras que la separaban de su vivienda para reengancharse a su vida diaria. Tal vez Pedro, si no tenía que volver esa noche a Comisaría, podría acercarse a cenar. Y besarse a escondidas. Dos adolescentes escapando de la mirada de los mayores.


Juan les había prometido una sesión de cine clásico. Un Flic (o Crónica Negra como se había traducido) de Melville, con un guapísimo Alain Delon en el papel del comisario Eduard Coleman. Paula había tenido que aguantarse la risa. Su hermano no tenía ni la menor idea del tipo de relación que mantenía con Pedro, otro poli, que a ella le gustaba bastante más que el actor. Aunque estaba segura de que si lo supiese estaría encantado.


Mucho más que cuando la veía acompañada por Carlos Bouza.


Se separó de Pedro. Él se despabiló de golpe. Gruñó algo incomprensible y antes de que se diera cuenta la sujetó por la cintura, tiró de ella y la colocó de nuevo sobre él.


—No te vayas. Ahora no —pidió mimoso, con voz sugerente.


Paula notó su necesidad de ella, más de cariño que de sexo, pero no se dejó convencer. Las obligaciones diarias eran en esos instantes una losa. Pero tenía que cumplirlas. Se limitó a acariciar su rostro, dibujando con los dedos los rasgos amados, tratando de adivinar su expresión en la oscuridad del cuarto.


—Es tarde. Daria se tiene que ir y Camila no se puede quedar sola.


Él aflojó el abrazo.


Notó su disgusto, pero no hizo caso. Era madre antes que nada. Sus propios deseos tenían que quedar de lado. Salió de la cama. Mientras se vestía le observó por el rabillo del ojo. Pedro tenía la mirada fijada en un esquina de la habitación. Su mandíbula se había endurecido en un gesto adusto.


—No tendríamos estos líos si viviéramos juntos —dijo al fin.


Ella suspiró. Se cargó de paciencia. Esa frase salía a relucir en los últimos días al final de cada maratón amoroso.


—No podemos, lo sabes. Aún no. Camila…


—A Camila le importaría un cuerno. Ella me adora. Sospecho que solo quiere tener un padre.


—¿Un padre? —el tono de Paula sonó algo chillón. Se preguntaba de dónde había sacado él semejante historia.


—Me lo ha sugerido. Quiere que la vaya a buscar al colegio en vez de Daria, como hacen todos los padres. Quiere que sus amigos la vean conmigo.


—Tonterías. Camila no tiene ni la menor idea de lo que es un padre. El único hombre presente en su vida es Juan, y no se puede decir que sea el padre ideal. Es su colega.Tiene menos sentido común que ella.


Pedro guardó silencio unos instantes. Se notaba en desventaja, ahí tirado en la cama, desnudo, con las sábanas arrebujadas bajo su cuerpo y el aroma a sexo y a Paula flotando en la habitación. Pero tenía que decir lo que llevaba dentro antes de que su corazón se rompiera en pedazos. Su ansia por ella, por las dos. Su sueño de pertenecer a una familia le estaba matando. A él no le interesaba el sexo de una tarde. Él quería más.


Mucho más.


—Las amo a las dos, Paula. Quiero vivir con Ustedes el día a día. No estos momentos arañados.


Paula continuó vistiéndose en silencio. Se puso el pantalón y una camiseta. Se sentó en el borde de la cama y se fue colocando con parsimonia los ejecutivos de encaje y los zapatos. Todo bien conjuntado, en una escalera de color del verde manzana al musgo. A Pedro le parecía la mujer más elegante que él hubiera conocido jamás. No era lo que llevaba sino cómo lo llevaba. Con esa naturalidad propia de las féminas con clase.


Ella, mientras, meditaba en sus palabras, sabiendo que su réplica estropearía esos momentos íntimos, deliciosos, que habían pasado juntos.


—No sé nada de tu vida, Pedro. Muestras nada más que lo que quieres enseñar.


Pedro saltó de la cama. Ella le contempló en su desnudez gloriosa. Se recreó en su amplio tórax, en la fuerza de sus músculos, en sus manos amplias que tanto goce le daban.


—No hay nada que saber —su voz plasmaba toda la frustración que sentía—. Sabes lo importante. Me crié en un orfanato y en casas de acogida. Estudié Derecho, y Psicología. Me hice policía. Mi vida, como la del común de los mortales, se resume en un par de frases. No hay grandes hazañas.


—La mía también se resume en dos frases, pero creo que la tuya es algo más compleja. Sé que hay algo de lo que nunca hablas. Lo intuyo.


—Imaginas lo que no hay —se defendió elevando más de lo necesario el tono de voz.


—Necesito saber para dejarte entrar de lleno en nuestras vidas. No puedo confiar en ti, si tú no lo haces en mí. ¿Qué tipo de relación estaríamos iniciando?


—Paula, yo me pongo en tus manos sin dudar ni un segundo. Lo eres todo para mí. El pasado debe dormir en el pasado.


—No. El pasado forma parte de nuestro presente y de nuestro futuro.


—¿Para qué? —los brazos de Pedro se abrieron.


Se sentía derrotado por la voluntad de ella. Jamás podría convencerla.


No podía contarle sus secretos. Si ella llegara a saber, la perdería para siempre. El conocimiento solo les repostaría tristeza.


—Para saber a lo que nos enfrentamos.


Él se sentó en la cama. En el mismo sitio que ella acababa de dejar. Apreció el calorcillo en sus nalgas y su deseo se hizo más profundo.


—Nunca te he preguntado por tu pasado, Paula. Jamás me ha interesado saber quién es el padre de Camila o si después hubo otros hombres. Nosotros tenemos que empezar de cero. Y caminar hacia el futuro.


Paula le miró con pena. Eso era lo más fácil. Pero lo fácil no solía funcionar. Le dolía la tristeza que observaba en los ojos de él, la sensación de pánico que de vez en cuando asomaba a su expresión.


—Tengo que saber.


Él pareció meditar en sus palabras.


—Cuando era pequeño leí una leyenda en la biblioteca del colegio. Un guerrero llega a un reino, salva al pueblo de sus enemigos y se enamora de una princesa. Se casan, pero con la condición de que ella jamás pregunte cuál es su origen. Sin embargo, ella, investiga y descubre su secreto, por lo que él debe alejarse para siempre, montado sobre un cisne blanco. Él solo. El guerrero se llamaba Lohengrin. Jamás pudo disfrutar de la felicidad con su amada. La curiosidad rompe el amor. ¿Acaso quieres eso?


Paula le escuchaba hablar. Sintió en sus palabras el miedo y la desesperación a perderla. Le miró con ojos llorosos. 


Pedro era un hombre fuerte, callado. Era un policía
acostumbrado a convivir con lo peor de la sociedad y, sin embargo, no se había contaminado por la violencia. 
Conservaba una exquisita sensibilidad. Así lo veía cuando
jugaba con Camila. Cuando respondía a sus preguntas o cuando se enfrentaba a sus encaprichamientos infantiles, convenciéndola con ternura.


Se lo podía imaginar en su trabajo diario. Paciente. 
Concienzudo. Perseverante.


Se acercó a él. No podía decir más. Sus brazos la envolvieron. Se dejó mecer, abrazar con esa pasión que Pedro ponía en cada uno de sus actos.


Ella depositó una serie de besos tiernos en su pecho desnudo. Notó un estremecimiento y como su sexo volvía a endurecerse. Se separó con renuencia. Si pudiera, detendría el tiempo para entregarse de nuevo a él, y apagar con sus besos la tristeza y derrota que veía en su expresión.


—Tengo que marcharme —musitó.


Él abrió los brazos y la dejó ir. El dolor laceraba su corazón. 


Maldijo la negrura de su vida pasada. Tal vez algún día… Paula debía entender que su amor por ellas, estaba por
encima de los secretos.


Sonrió con humor negro. Nada de eso ocurriría si no era claro. Y eso era imposible porque entonces la perdería para siempre. Ninguna madre confiaría a su hija a un hombre como él. Aunque se hubiera regenerado.


El golpe de la puerta al cerrarse le pareció una metáfora de su situación. De nuevo le había dejado al margen.





3 comentarios:

  1. Ayyyyyyyyyyy, x favor yq quiero saber cuál es el pasado de Pedro. Me encanta Camila jaja

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  2. Muy buenos capítulos! pero necesito saber que pasó en el pasado de Pedro que lo tiene así! Me da mucha pena que lo oculte aun sacrificando la confianza de Paula en él!

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  3. Pobre Pedro... que le habra pasado ?

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