domingo, 5 de abril de 2015

CONDUCIENDO AL AMOR: CAPITULO 10





Seguro que quieres hacer esto, Paula? –dijo Pedro cuando ella puso el coche en marcha–. Cambiar un vestido no es lo mismo que hacerlo desde el patrón.


–No supondrá ningún problema. Mi abuela hacía muchos arreglos y yo la ayudaba. Así me gané mi primer dinero.


–Estás llena de sorpresas, ¿verdad? –Pedro sonrió–. Parece que eres alguien a quien conviene tener cerca. Apuesto a que también cocinas bien.


Paula se encogió de hombros.


–No se me da mal. Pero mi madre es mejor. ¿Tú sabes cocinar, o es una pregunta estúpida?


–Para nada. Creo que todos los hombres deberían saber cocinar un poco, sobre todo los que viven solos. Puedo hacer una tortilla decente, y mi risotto de setas ha recibido varios halagos.


Paula se rio.


–Apuesto a que sí.


–No vas a quedarte a dormir esta noche en casa de Catherine, ¿verdad? –le preguntó Pedro de pronto.


Ella frunció el ceño ante la pregunta.


–No lo tenía pensado, pero ¿qué más daría? Tú vas a salir, y parece que vas a llegar muy tarde.


–Quiero que estés ahí por la mañana. Me gustaría desayunar contigo y charlar un poco más.


–De acuerdo –accedió Paula–. Pero procura no hacer ruido al entrar. No quiero que me despierte ningún borracho que viene de juerga.


–No tengo intención de emborracharme esta noche –aseguró él para sorpresa de Paula–. No quiero tener resaca mañana, gracias. Tengo planes para por la noche que requieren que esté en forma.


–Oh –murmuró ella.


Y por primera vez en su vida, Paula se sonrojó. Pero no por timidez. Era rubor sexual.


–No te pases la casa de Andy –le pidió Pedro.


–¿Qué? Dios, durante un momento he olvidado dónde estaba –miró por el espejo retrovisor y frenó bruscamente antes de girar hacia la entrada de casa de Andy.


–¿Estás pensando en mañana por la noche? –le preguntó Pedro con tono sexy.


Paula se negó a mostrarse nerviosa delante de él aunque realmente lo estuviera.


–Por supuesto –dijo con tono neutral.


Pedro no debería sorprenderle su sinceridad. Paula no era de jueguecitos. Pero él tenía muchos juegos pensados para la noche siguiente. No quería que el sexo con ella terminara rápidamente. Quería saborearlo. Saborearla a ella. También quería que el acto amoroso durara mucho.


–¿Cuántos amantes has tenido, Paula?


–No tantos como tú, de eso estoy segura –afirmó ella–. Pero ¿podemos dejar de hablar de sexo? –detuvo el coche en seco–. Tú quédate aquí sentado mientras yo voy a buscar a Andy, le cuento lo que pasa y luego averiguo dónde está la cabaña. Y antes de que protestes, no vas a engañarme fingiendo que puedes entrar y salir del coche sin sentir dolor en el hombro porque sé que no es así. Así que sé un buen chico y quédate sentado un ratito.


No le dio oportunidad de pensar alguna respuesta inteligente porque se bajó a toda prisa, dejando a Pedro pensando en lo buen chico que iba a ser aquella noche.


La tentación de volver a casa antes era muy potente. Podría poner alguna excusa relacionada con el accidente de coche, decir que le dolía la cabeza por la conmoción o apelar al dolor de hombro. Le molestaba un poco, pero nada grave.


Finalmente decidió que esperaría. Esperar solía mejorar el sexo. Y Paula estaría más dispuesta a ser completamente seducida.


La noche siguiente sería la primera vez para él en muchos aspectos. Su primera boda. Su primera chica morena. La primera en décadas que no parecía impresionada con que fuera el hijo y heredero de Mariano Alfonso.


¡Aquello sí era una primera vez de verdad!




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