lunes, 6 de abril de 2015

CONDUCIENDO AL AMOR: CAPITULO 14




Crees que estoy haciendo lo correcto?


Paula sacudió la cabeza con desesperación. ¿Por qué le preguntaba aquello la novia? Ella no sabía nada de su relación con Andy. Además, ya era un poco tarde para echarse atrás. La comitiva nupcial estaba a punto de avanzar por el jardín de rosas hacia donde el novio esperaba impaciente. Ya llevaban veinte minutos de retraso. Pero al mismo tiempo, Paula sentía simpatía por la joven. Su madre no era la más tranquilizadora de las madres, se había pasado las dos últimas horas llorando, y el matrimonio era un gran paso.


–¿Tú quieres a Andy, Catherine? –le preguntó aceleradamente.


–Sí, por supuesto.


–Nada de «por supuesto». Muchas chicas se casan por motivos que nada tienen que ver con el amor.


–Yo no.


–Yo tampoco soy así. ¿Y Andy te quiere?


–Sí, estoy segura de que sí.


–Pues entonces parece que no hay razón para dudas de última hora, Catherine. Vamos, ya llegamos tarde. Pero déjame decirte antes que estás absolutamente preciosa –y era cierto. El vestido era demasiado recargado en opinión de Paula, pero iba muy bien con la belleza rubia de Catherine.


La novia sonrió.


–Tú también estás preciosa. Igual que tú, Leanne.


Leanne esbozó una mueca y Paula sonrió. Sí, estaban las tres muy guapas.


Mientras avanzaban desde la casa hacia el jardín de rosas, Paula iba pensando en su propia boda futura, así que no se fijó mucho en lo que la rodeaba. Había hecho un esfuerzo por dejar de lado sus crecientes sentimientos hacia Pedro durante las horas que había pasado antes con él, centrándose solo en lo físico y no en lo emocional. Pero le había resultado tan difícil controlar el corazón como el cuerpo. Le había practicado sexo oral, y eso había sido lo máximo para ella. Le había encantado ver cómo Pedro perdía el control bajo su boca y sus manos. No había querido hacerlo, de eso estaba segura. Pero al parecer fue tan incapaz de evitarlo como ella. Aunque eso no significaba nada. Paula no era tan ingenua.


Utilizaron el preservativo que quedaba, y luego Paula, todavía excitada, se ofreció a ir a buscar el que ella llevaba siempre en el bolso, que estaba en la otra habitación. Pedro la siguió, la puso sobre la alfombra que estaba al lado de la cama y la tomó a cuatro patas. Era la primera vez que Paula lo hacía de aquel modo y le encantó.


Pedro se había equivocado respecto a lo de no dormir. 


Cuando volvió a llevarla a la cama tras el acto en la alfombra se quedó dormida y no se despertó hasta que Pedro empezó a agitarle el hombro.


–¡Oh, Dios mío! –había exclamado ella sentándose y apartándose el pelo revuelto de la cara–. ¿Qué hora es? –se fijó al instante en que Pedro estaba ya vestido. Aunque no para la boda, llevaba vaqueros y una camiseta.


–Casi las dos y media. Andy llegará en cualquier momento. Dijiste que tenías que arreglarte el pelo.


Paula torció el gesto.


–Voy a tener que lavármelo otra vez. Está hecho un desastre.


Justo entonces llamaron a la puerta principal. Andy la abrió, saludó y avanzó por el pasillo. Asustada, Paula agarró una sábana para cubrirse. A Pedro no le dio tiempo a llegar a la puerta abierta antes de que llegara Andy.


–Oh, lo siento –dijo Andy al ver a Paula en la cama, obviamente desnuda–. Eh… te espero fuera, Pedro.


–No pasa nada –Pedro se giró para dirigirle a Paula una mirada de disculpa–. Lo siento, cariño. Te veré en la boda.


Paula recordó que el corazón le había dado un vuelco al escucharle decir «cariño». Y otro más cuando le vio al lado de Andy al final de la alfombra roja que habían extendido entre las filas de bancos decorados. Estaba claro que tanto el novio como los demás testigos estaban tan guapos como Pedro con sus esmóquines, pero Paula solo tenía ojos para él.


Empezó a sonar música de boda grabada y Paula avanzó flotando por el pasillo, ajena a los silbidos de admiración de los invitados, consciente únicamente de los ojos de Pedro clavados en ella.


«Maldición», se dijo Pedro mientras Paula avanzaba lentamente hacia ellos. «Está preciosa».


–Eres un hombre de suerte, amigo –murmuró Andy a su lado–. Esa chica es un bombón.


–Mira quién fue a hablar –consiguió susurrar Pedro cuando finalmente apareció la novia.


Pero apenas se fijó en Catherine ni escuchó la ceremonia. 


Se limitó a cumplir con el ritual, sacó los anillos cuando tuvo que hacerlo y agradeció que el servicio fuera relativamente corto. Estaba deseando volver a quedarse a solas con Paula.


La primera oportunidad que tuvo para hablar con ella fue cuando firmaron en el registro de testigos después de la boda.


–Estás muy guapa de rosa –le susurró cuando Paula le pasó el bolígrafo–. Pero te prefiero sin nada.


Se dio cuenta de que le tembló la mano cuando firmó. Le excitaba saber que podía seducirla con tanta facilidad. No era como las demás chicas con las que se había acostado. 


Parecía menos experta y con mayor capacidad de sorpresa.


Y eso en sí mismo ya era muy excitante. La tentación de ampliar sus fronteras sexuales era grande, sobre todo porque era una mujer muy sexual. Le había encantado ponerse arriba. A él también. Pero le preocupaba la tendencia que tenía a perder el control con ella en ocasiones.


La próxima vez no dejaría que sucediera. A Pedro le gustaban los juegos eróticos, y tenía una idea en mente para aquella noche, una idea que esperaba que Paula aceptara gustosa. Estaba seguro de que así sería.


Pero, lamentablemente, todavía quedaba mucha velada por delante.


Paula no podía creer lo larga que fue la noche. Las fotos fueron de lo más tedioso, igual que la cena de tres platos. 


Todavía no habían servido el café cuando Pedro finalmente se puso de pie y pronunció su discurso de padrino.


No parecía nervioso en absoluto, y eso la irritó. Tal vez porque remarcaba la seguridad que tenía en sí mismo. Y eso era absurdo. ¿Acaso no le había dicho que le gustaban los hombres seguros de sí mismos?


No le importaba que le gustara Pedro. Nunca se habría acostado con él si no le gustara. Pero no quería enamorarse.


–Señoras y caballeros –comenzó Pedro–. En primer lugar, quiero agradecerles a todos que hayan venido hoy a celebrar el matrimonio de Andy con Catherine, quien, por cierto, es la novia más bella que he visto en mi vida.


No solo estaba seguro de sí mismo, se dijo Paula, sino que además era un adulador.


–Los que no me conocen se estarán preguntando seguramente qué hace un tipo con acento americano ejerciendo de padrino de Andy. Créanme si les digo que aunque hable como un yanki, si escarban un poco, encontrarán bajo la superficie a un australiano de pura cepa.


Se escucharon aplausos y vítores.


–Andy y yo nos conocemos desde hace mucho. Fue mi mejor amigo en el internado y en la facultad de Derecho. Siempre ha estado ahí para mí. Siempre. Y le quiero. Lo siento si suena cursi. Créanme si les digo que es el hombre más inteligente y sensato que he conocido en mi vida. Una prueba de su inteligencia es que haya escogido a Catherine como compañera de vida. Son una pareja maravillosa que se quiere profundamente. Un amor así es un tesoro que debe cuidarse. Y protegerse. Si les parece, vamos a brindar por ello…


Todo el mundo se puso de pie, Paula la primera. Estaba conmovida por la última parte del discurso de Pedro. Sí, el amor era realmente un tesoro, sobre todo el amor verdadero. 


Guillermo no la había amado de verdad. Y en cuanto a Pedro… más le valía no seguir por ahí.


–Por Andy y Catherine –exclamó Pedro en voz alta alzando su copa.


Todos los invitados repitieron sus palabras, brindaron y bebieron.


Paula también lo hizo. Luego se apoyó en el respaldo del asiento. Se sentía de pronto agotada. Siguieron más discursos y, finalmente, Andy se puso de pie para hablar y pronunció unas palabras conmovedoras sobre su novia. A Paula se le llenaron los ojos de lágrimas, pero tuvo que contenerse porque Andy propuso un brindis por las damas de honor, contando el gran favor que les había hecho Paula en el último momento y lo agradecidos que estaban.


Eran una pareja encantadora. Y sí, estaban muy enamorados. Paula no podía evitar envidiar su felicidad. Ya no le hacía gracia que Pedro tuviera planeado quedarse en Australia un poco más. Sabía a lo que se atenía. Quería sexo apasionado con ella, y luego volvería a Nueva York y se olvidaría por completo de su existencia. Y para entonces, seguramente, Paula se quedaría con el corazón roto.


El sentido común le decía que no tuviera nada más que ver con Pedro cuando acabara el fin de semana. Pero el sentido común no podía competir con el ardor sexual que le corría por las venas desde que firmaron juntos el certificado de matrimonio. Unas cuantas palabras susurradas al oído y había estado a punto de arder en el sitio. Todavía le ardían los pezones erectos que se le apretaban contra la seda del vestido. Estaba deseando que terminara la celebración para poder estar otra vez con Pedro.


Pero tenía que esperar, aceptó a regañadientes. Dios mío, estaba como loca por aquel hombre.


Al menos ya habían llegado al momento de cortar la tarta. 


Pronto sería el turno del vals nupcial, y luego empezaría la fiesta propiamente dicha. Aunque se sintió tentada,Paula decidió no beber demasiado para no tener problemas al regresar después conduciendo a la cabaña.


Algo que no sucedería pronto, reconoció con cierto disgusto. 


El padrino no podía marcharse de ninguna manera antes que los novios. Solo faltarían un par de horas, pero
iban a parecer una eternidad.


–¿Quiere usted bailar, señorita? –le preguntó una voz con cerrado acento sureño.


Paula giró la cabeza y se encontró a Pedro detrás de su silla con una sonrisa pícara en la cara.


–Dicen que da suerte bailar con una de las damas de honor –añadió él, actuando como si fuera un paleto de la colina.


Paula no tuvo más remedio que sonreír. Estaba claro que Pedro no se había quedado sentado dándole vueltas al asunto. Para él todo era juego y diversión.


–Bueno, no quiero decepcionar a un tipo tan guapo como tú –respondió ella riéndose mientras se ponía de pie.


Cuando estuvieron en la pista de baile, Pedro la atrajo hacia sí y ella cerró los ojos y se fundió contra su cuerpo, saboreando la sensación mientras trataba de contener su creciente deseo. Se estremeció cuando los labios de Pedro hicieron contacto con los suyos y le deslizó la lengua dentro. Pero solo durante una décima de segundo.


Paula gimió suavemente cuando él levantó la cabeza y contuvo otro gemido cuando el otro padrino del novio, Javier, le dio a Pedro un toquecito en el hombro y sugirió que cambiaran de pareja.


Pedro no tenía ningunas ganas de bailar con Leanne, pero ¿qué podía hacer? Le habían enseñado que debía ser educado. Así que sonrió y le pasó a Javier a Paula mientras él cumplía con su deber y bailaba con la tonta de Leanne.


–¿Y desde cuándo conoces a Paula? –fue lo primero que le preguntó Leanne con curiosidad.


–No hace mucho –respondió él deslizando la mirada hacia Javier, que estaba demasiado cerca de Paula, en su opinión.


–Es muy atractiva, ¿verdad? –continuó Leanne.


Pedro asintió.


–Las chicas así pueden conseguir al hombre que quieran –afirmó la joven con un suspiro de envidia–. Debe de ser difícil para un hombre tan rico como tú saber si una chica le quiere por sí mismo o por su dinero –añadió mirándole.


Pedro estaba asombrado por la maldad que encerraba el comentario de Leanne.


–No soy tan rico, Leanne.


Ella sonrió como si supiera lo que decía.


–Tal vez no ahora, pero lo serás algún día. Según Catherine, tu padre es multimillonario. No es que piense que Paula sea una cazafortunas. Es una chica encantadora.


–En eso tienes toda la razón –afirmó Pedro pensando que Leanne era una mala persona. De todas las chicas con las que había salido, Paula era la que menos estaría con él por su dinero. De hecho, su riqueza era un punto en contra. 


¿Acaso no le había dicho que nunca se casaría con un hombre tan rico como él?


Fue un alivio que Andy le diera un golpecito en el hombro y le acercara a Catherine. Que lidiara él con la malicia de Leanne. Pedro ya había tenido suficiente por una noche. 


Sin embargo, tuvo que sonreír al ver cómo Andy le devolvía a Leanne a Javier en menos de un minuto y se ponía a bailar con Paula.


Y eso le puso contento. No le importaba que Paula bailara con Andy. Pero no le había gustado nada que lo hiciera con Javier. No le había gustado que otro hombre la tuviera tan cerca.


Pedro frunció el ceño al darse cuenta de lo posesivo que estaba empezando a ser respecto a Paula. No era propio de él mostrarse celoso. Siempre había despreciado aquel
sentimiento, al que consideraba destructivo. Pero con Paula no tenía el control que solía ejercer sobre sus emociones. Ni tampoco sobre su cuerpo.


Se había pasado la noche luchando para no tener una erección, y finalmente había perdido la batalla al estrecharla entre sus brazos para bailar. Aunque no se le notaba. La chaqueta del esmoquin cubría la prueba de aquel deseo casi obsesivo. Pero él podía sentirla, maldición. No solo en la piel, sino también en la mente. Nunca había deseado a ninguna mujer como deseaba a Paula. Estaba deseando quitarle aquel vestido y hacerle todo lo que deseaba hacerle






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