domingo, 19 de abril de 2015

CHANTAJE: CAPITULO 5





Pedro agarró una de las galletas que Maria había dejado enfriándose en la cocina y analizó la situación. Su abogado no había encontrado manera de desenredar el tinglado que había montado Renato. No había nada que permitiera declararlo mentalmente desequilibrado, aunque siempre lo había sido, y cualquier procedimiento legal para conseguir la custodia de su madre llevaría demasiado tiempo. Pedro no quería arriesgar la salud ni el bienestar de una persona a la que tanto le debía.


Su enfado estaba, pues, justificado, pero cuando abandonó la cocina con el sabor del chocolate en la lengua supo que debía controlarse. Al fin y al cabo no era un crío con una rabieta ni un joven descocado. Era un hombre capaz de manejar operaciones millonarias como marchante de arte. 


Seguro que podía manejar a un viejo obstinado y una novia potencial… pero solo si conservaba la mente fría.


No oyó los pasos hasta que fue demasiado tarde. Se disponía a subir la escalera cuando levantó la vista y chocó con alguien que estaba bajando rápidamente. Un cuerpo suave y femenino que emitió un chillido al tambalearse. Los dos se habrían caído si Pedro no se hubiera echado inmediatamente hacia delante para no perder el equilibrio. 


Paula intentó echarse hacia atrás, pero el ímpetu la llevó también hacia delante y sus cuerpos quedaron firmemente pegados como uno solo.


Pedro se quedó paralizado, casi sin poder respirar. Al recuperar el aliento olió la fresca fragancia de los cabellos de Paula y no pudo resistirse a apretarla contra él y clavar las manos en su suculento trasero, enfundado en unos vaqueros.


Llevaba demasiado tiempo sin una mujer. Era la única explicación a aquel desconcierto. Su regla estricta de «sin compromisos» lo había llevado a una vida de encuentros pasajeros y aventuras de una sola noche, pero su última amante resultó ser la mujer equivocada. A Eliana Zabinski no le hizo ninguna gracia que se marchara a la mañana siguiente como si nada, y desde entonces Pedro no había vuelto a fiarse de ninguna mujer.


La oscuridad de la escalera aumentaba la sensación de intimidad, y lo único que se oía eran las respiraciones de ambos. Estaban tan cerca que Pedro sintió los temblores que recorrían el cuerpo de Paula y que se transmitían al suyo.


 Tardó bastante en reaccionar.


–¿Sigues buscando la manera de invadir mi territorio, Intrusa?


La pregunta tuvo el efecto deseado y Pedro sintió cómo la tensión reemplazaba la deliciosa suavidad del cuerpo de Paula.


Ella se apartó y apoyó una mano en la pared.


Pedro… –su tono remilgado no ocultaba su dificultad al respirar–. Lo siento, no te he visto.


«Yo no lo siento en absoluto», pensó él.


–Y no estoy invadiendo nada, así que te agradecería que no volvieras a usar conmigo ese estúpido apodo.


Pedro siempre se había resentido de las atenciones que Paula recibía en Alfonso Manor. Tal y como él lo había vivido de niño, Paula había invadido la caótica vida familiar y se había hecho con la poca atención positiva que había en la casa. Y una calurosa tarde de verano él le había escupido una dolorosa acusación de la que siempre se arrepentiría.


–Estoy intentando ayudar, Pedro –dijo ella en voz baja.


Él tuvo que carraspear antes de volver a hablar.


–¿Por qué? No soy nada para ti.


–Ni yo para ti, pero me preocupo por Lily.


–Podrías ser la enfermera de otras muchas personas.


A pesar de la poca luz, Pedro vio la mirada asesina de Paula y se extrañó de no salir ardiendo por aquel fuego.


En vez de eso sintió un soplo de aire cuando ella se movió en los escalones.


–Si te hubieras dejado ver por aquí en los últimos diez años, sabrías que Lily ha sido como una madre para mí. Desde que éramos niños –tragó saliva y bajó un momento la mirada–. Esto es lo que se espera de mí –añadió en un tono desprovisto de toda emoción.


–¿Te venderías por dinero a un desconocido? ¿Con la esperanza de que el viejo te dé un trozo del pastel a cambio de tu trabajo?


–No –declaró ella como una profesional–. No me estoy vendiendo, pero estoy dispuesta a sacrificarme por Lily. Como enfermera y amiga suya, estoy convencida de que es consciente de dónde está. Esta casa ha sido su santuario desde el accidente, y sacarla de aquí afectaría gravemente su estado físico y emocional. Sobre todo si él la mete en… –se estremeció– ese sitio. Haré lo que tenga que hacer para impedirlo. ¿Tú no?


Pedro cambió el peso de una pierna a otra.


–¿Crees que él le haría algo así?


Paula dejó escapar un bufido nada femenino.


–¿Acaso lo dudas? Con los años se ha vuelto aún más obstinado.


–Pues tú pareces manejarlo muy bien –dijo Pedro, recordando cómo le había dado la medicina.


–Solo me hace caso como enfermera porque tiene miedo de morir.


–Él no tiene miedo de nada.


–Todos tenemos miedo de algo, Pedro –su respiración temblorosa así lo sugería–. La muerte es lo único que Renato no puede vencer ni cambiar.


Incomprensiblemente, Pedro sintió una extraña afinidad. 


Paula tal vez pareciera delicada, pero estaba demostrando ser una chica muy lista. Y además tenían un vínculo en común: Lily. Él se sentía obligado a hacerlo por su madre, pero la devoción de Paula iba más allá de la amistad y el celo profesional. ¿Se debía a lo buena que había sido Lily con ella o había algo más? Pedro estaba dispuesto a averiguarlo.


El silencio debió de resultarle insoportable a Paula, porque hizo ademán de seguir bajando. Lo correcto habría sido echarse a un lado, pero el deseo por volver a sentir su cuerpo mantuvo a Pedro perversamente quieto.


–¿Pedro?


–¿De verdad estás dispuesta a hacerlo? –le preguntó con la respiración contenida. ¿Podría vivir junto a aquella mujer sin tocarla?


–No lo sé. No creo que pueda compartir una cama contigo.


Su voz revelaba su incomodidad, y él se imaginó haciéndola sentirse muy cómoda en una cama para dos.


–Tranquila. Ya se me ocurrirá una solución.


–¿Tenías otras candidatas para casarte? –le preguntó ella–. No te di tiempo a elegir.


Pedro había conocido a bastantes mujeres en los últimos diez años, a cada cual más atractiva, pero a ninguna le interesaba algo tan aburrido como el matrimonio. Siempre se había mantenido apartado de las mujeres sencillas y hogareñas.


–No –admitió, y se apartó para dejarla pasar–. No creo que pudiera pagarle lo bastante a mi secretaria para que se trasladara a este rincón del mundo y me aguantara las veinticuatro horas del día.


–Bueno… Tal vez no sea Nueva York, pero tenemos un cine, buenos restaurantes y un local de música country –evitó deliberadamente su mirada mientras él la seguía a la cocina–. No es que a mí me interese mucho, pero sobre gustos…


–¿Qué piensan tus padres de todo esto?


–¿Quién sabe? –«¿a quién le importa?», parecía insinuar.


Extraño. Todo lo que Pedro había visto desde su regreso le hacía pensar que Paula era el tipo de mujer que valoraba a la familia por encima de todo. Su delicado aspecto, su inquebrantable lealtad y su profesión eran sinónimos de matrimonio, hijos y un bonito hogar familiar. Razón de más para mantenerse alejado de ella.


Solo quedaba por resolver la cuestión de la cama.





4 comentarios:

  1. Wowwwwwwwww, me parece que va a estr muy buena esta historia. Me encantaron los 3 caps.

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  2. Linfos caputulos, creo q se vienen momentos genialea !!!

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  3. Linfos caputulos, creo q se vienen momentos genialea !!!

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  4. Muy buenos capítulos! Ojalá Pedro la trate bien!

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