domingo, 19 de abril de 2015
CHANTAJE: CAPITULO 3
–Una cosa más… –eran las últimas palabras que Paula quería oír en boca de Renato.
Miró con anhelo la puerta. Unos pocos pasos y sería libre…
Por el momento.
–Una relación platónica entre vosotros es del todo inaceptable. Mi propósito es que se perpetúe mi linaje, y eso no se puede conseguir durmiendo en habitaciones separadas.
A Paula se le congeló la sangre en las venas.
–Abuelo… –dijo Pedro–, puedes llevar un caballo al río, pero no obligarlo a beber.
–Querido muchacho, lleva un caballo al río unas cuantas veces y seguro que acabará teniendo sed.
Lo peor de todo era que Renato tenía razón. Paula solo había pasado media hora en compañía de Pedro, pero si innegable atractivo masculino no le resultaba indiferente.
Claro que de ahí a acostarse con él, un completo desconocido…
Advirtió la tensión de los hombros de Pedro bajo su camisa empapada. El tiempo parecía haberse detenido, esperando a que alguien diera el siguiente paso. No sería ella, desde luego.
Pedro se giró hacia ella como si le hubiera leído el pensamiento y se acercó, mirando a su abuelo.
–Me niego a tomar una decisión semejante sin haberlo pensado antes a fondo. Volveré esta noche.
A Paula la intrigó aquella osada muestra de control mientras abandonaban la habitación. ¿Qué se escondía realmente bajo su desafiante fachada?
Consiguió mantener la pose hasta que la puerta se cerró tras ellos y se agarró a la barandilla del rellano para no desplomarse. La cabeza le daba vueltas. Acababa de ofrecerse para ser la mujer de Pedro Alfonso. Pero ¿cómo iba a cumplir la ulterior exigencia de Renato?
Oyó pisadas tras ella y se aferró con fuerza a la barandilla.
Tenía que mantener la compostura y pasar el resto de la tarde sin derrumbarse. Se dio la vuelta y vio a Nolen y a Canton acercándose. El mayordomo parecía más inquieto que de costumbre, pero no dijo nada. Seguramente sabía todo lo que había acontecido en la habitación de Renato Alfonso. Él y Maria siempre se enteraban de todo.
–Todavía es temprano –oyó decir a Canton tras ella–. Si vamos ahora al tribunal testamentario a empezar el papeleo, podríais casaros dentro de una semana.
La mirada ceñuda de Nolen al abogado hizo que Paula se sintiera apoyada y protegida. Era extraño, porque normalmente era ella la que ofrecía protección.
–Necesito tiempo para pensarlo –les dijo a los dos hombres–. Y tengo que ver cómo está Lily.
–Está muy bien con Nicole –la informó Nolen, ofreciéndole su brazo a la vieja usanza. Paula se relajó y le sonrió, y Nolen le devolvió la sonrisa–. Pero nos pasaremos a verla si así estás más tranquila.
Paula aceptó el brazo y atravesaron el rellano hacia la otra ala de la segunda planta. Apenas había dado unos pasos cuando respiró hondo y se detuvo para mirar por
encima del hombro.
–Pedro, ¿vienes a ver a Lily?
Él la observó sin moverse, ocultando todo atisbo de emoción.
–Más tarde –dijo secamente. Imposible saber si no iba a ver a su madre porque no se sentía capaz o simplemente porque no le importaba–. No voy a ninguna parte hasta que haya visto los documentos y haya hablado con mi abogado –le comunicó a Canton.
Canton asintió y empezó a bajar por la escalera. Pedro lo siguió, con una postura tan rígida que impedía cualquier acercamiento.
Nolen carraspeó con reproche, pero a Paula le parecía que Pedro se estaba protegiendo en su arisca soledad.
Fuera como fuera, el mayordomo la hizo pasar a la habitación de Lily y Paula se olvidó momentáneamente de Pedro.
Una sensación de paz y sosiego la invadió nada más cruzar el umbral. La luz del sol iluminaba tenuemente el empapelado florido color lavanda y una alfombra ligeramente más oscura, ejerciendo el efecto contrario de la opresiva majestuosidad que reinaba en la otra habitación.
Atravesaron el salón, donde el televisor estaba encendido con el volumen bajo, y entraron en el dormitorio.
Nicole, la nieta del ama de llaves, estaba sentada junto a la cama regulable que Renato había encargado expresamente.
Al oírlos levantó la vista del grueso libro de enfermería que tenía en el regazo.
–¿Cómo está? –le preguntó Paula.
–Bueno… la tormenta no nos ha sentado bien a ninguna de las dos, pero después de hacer sus ejercicios se ha calmado –sonrió–. Sus constantes vitales son normales, aunque me he asustado al ver su reacción.
–Te sorprenderían las historias que cuentan las enfermeras de pacientes en coma. Es un tema de estudio muy interesante –Paula lo sabía muy bien, pues había estudiado todos los casos, libros y relatos que había encontrado al respecto. El derrame cerebral se había superado, pero sus secuelas no.
–Algún día serás una enfermera estupenda, Nicole –le aseguró Nolen con una cariñosa sonrisa.
–Yo también lo creo –corroboró Paula. Había animado a Nicole a estudiar en cuanto la chica empezó a hacerle preguntas sobre sus funciones. La joven acabó matriculándose en la universidad, muy cerca de la casa, y ayudaba a Paula con Lily por las noches y los fines de semana.
Paula se acercó a tomarle el pulso a Lily mientras Nicole y Nolen hablaban en voz baja de un problema que ella había tenido con el coche.
Le tocó la frente para comprobar la temperatura y observó los monitores. Realizada la rutina profesional, se inclinó para susurrarle al oído.
–Está en casa, Lily –suspiró–. No le gusta, pero de momento está aquí. Lo traeré a verte en cuanto pueda.
No hubo respuesta por parte de Lily, nada que hiciera pensar que la había oído. Sus pálidos rasgos permanecían siempre inmóviles y sus ojos jamás se abrían, pero Paula quería creer que se alegraba de saber que su hijo había regresado a Alfonso Manor, si bien no se alegraría en absoluto si se enterara de las maquiavélicas maquinaciones de su padre.
La llegada del ama de llaves la sacó de sus pensamientos.
–¿Qué es eso que he oído de una boda? –preguntó Maria, ataviada con un delantal en el que se leía: «Nadie como yo para calentar la cocina». La sexagenaria lo llevaba
siempre que no hubiera peligro de que la viera Renato.
Paula ahogó un gemido. Las noticias volaban en aquella casa.
–Es más un acuerdo de negocios que una boda –explicó Paula–. Si es que finalmente hay boda… –no estaba del todo segura de que Pedro aceptara el trato.
¿Y ella, podría compartir una cama con él?
–Es una aberración, eso es lo que es –intervino Nolen–. Dos desconocidos contrayendo algo tan sagrado como el matrimonio…
–Y eso lo dice un soltero de toda la vida –bromeó Maria–. Además, no son desconocidos. Se conocen desde que eran niños.
A Paula le dio un vuelco el corazón al recordar la última vez que se encontró cara a cara con Pedro, cuando él tenía siete años. Siempre lo miraba desde lejos cuando ella iba de visita a Alfonso Manor, a veces con un anhelo mayor del que sentía por las atenciones de Lily, pero cuando se acercaba a él recibía el mismo desprecio que veía en sus padres. Pedro siempre la llamaba intrusa, y después de su último y cruel rechazo, Lily no volvió a acercarse a él.
–Os digo que es una aberración –insistió Nolen–. Renato los está manipulando. Solo quiere que Pedro se case por llevar a cabo sus malditos propósitos.
–¿Qué propósitos son esos? –preguntó Maria.
–Instaurar un legado, como si no hubiera hecho ya bastante daño en el mundo. Amenazó a su propia hija si no cumplían sus órdenes.
–Oh, seguro que no es para tanto –dijo Maria, pero miró con inquietud a Paula–. ¿Es cierto? ¿Te ha obligado a hacer algo en contra de tu voluntad?
–No. Me he ofrecido voluntaria. Y todavía no se ha decidido nada –pero ella sí que estaba decidida a cuidar de Lily. Y de todos los demás.
–Puede que nuestra Paula sea justo lo que Pedro necesita –comentó Maria, dándole a Paula un abrazo con olor a azúcar–. Estas cosas suceden por una razón, y nunca se sabe lo que puede suceder en un año.
Las palabras de Maria siguieron resonándole en la cabeza a Paula. Un año era poco o mucho tiempo, según se mirase.
¿Acabaría ella de una sola pieza o con el corazón destrozado?
Lo importante era que Lily estuviese bien cuidada, y ahí sí que podía confiar en Maria y los demás. Aquellas personas eran lo más parecido que había tenido a una familia desde que sus padres se divorciaron cuando ella tenía ocho años.
O quizá desde siempre, porque ella nunca había tenido una verdadera familia.
De niña, su única función era servir a su madre para que esta le sacara todo el dinero posible a su padre. Fue así como aprendió el significado de la hipocresía: su madre le prodigaba toda clase de atenciones cuando su padre estaba delante y luego la abandonaba cuando ya no le era útil. Una dura lección que Paula había aprendido muy bien. Al cumplir dieciocho años se juró que nunca más volvería a vivir una situación semejante. Nunca más dejaría que se aprovecharan de ella.
¿De verdad estaba dispuesta a convertirse en un peón de Renato Alfonso?
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