lunes, 20 de abril de 2015
CHANTAJE: CAPITULO 6
Paula bajó con pies de plomo los escalones del juzgado de Black Hills. La tormenta de la noche anterior había dejado paso a una fresca brisa que agitaba los árboles de la plaza.
Y ella se sentía igual de sacudida mientras seguía temblorosamente a Pedro y a Canton. ¿Sería por el tiempo o estaba en estado de shock por haber firmado los papeles?
–Es oficial –había dicho el juez con una amplia sonrisa, satisfecho por casar a un Alfonso.
En realidad, aún no era del todo oficial, pues la licencia de matrimonio aún tardaría una semana, pero Paula sabía que no iba a cambiar de opinión. No podía darle la espalda a Lily, quien tanto se había sacrificado por ella.
Unos hombres se les acercaron al pie de la escalera.
Vestidos con camisas y vaqueros parecía exactamente lo que eran, un grupo de trabajadores del pueblo que se disponía a empezar su fin de semana en el bar de Lola´s.
–Vaya, vaya, mirad esto… Si es Pedro Alfonso, que vuelve de Nueva York.
Paula se estremeció. Jason Briggs era el tipo más engreído de Black Hills, la compañía menos apropiada en su actual estado de nervios.
–Jason –lo saludó secamente Pedro, quien no debía albergar muy buenos recuerdos de él.
–¿Qué estás haciendo aquí? No creo que sea una visita de placer después de tanto tiempo –desvió la mirada hacia Paula–. ¿O quizá sí?
Las risitas de sus amigos inquietaron a Paula. Pedro no parecía un tipo que se enzarzara en una pelea, pero Jason era conocido por abusar de hombres más débiles que él. Las diferencias entre ambos no podrían ser más claras. Con sus pantalones de vestir y la camisa metida por dentro parecía un profesional apuesto y sofisticado, mientras que sus negros cabellos estilosamente engominados y su expresión taciturna le conferían aquel aire creativo que seguramente hacía suspirar a las mujeres de Nueva York.
Pero en aquella situación era como comparar un barril de dinamita con unos simples petardos. Jason y sus hombres podían ser los peces grandes en aquel pequeño estanque, pero Paula no dudaría en apostar por el tiburón que invadía sus dominios.
–Estoy aquí para ocuparme de los asuntos de mi abuelo ahora que él está enfermo –dijo Pedro tranquilamente, sin mencionar el verdadero propósito de su visita al juzgado.
–Incluyendo la dirección de la fábrica –añadió Canton.
El grupo empezó a murmurar, pero Jason zanjó las especulaciones
–No creo que pueda hacer más que el viejo Bateman.
–¿Quién es Bateman? –preguntó Pedro.
Todos lo miraron en silencio hasta que Paula respondió.
–Bateman es el actual director de la fábrica.
–¿Qué os parece? –dijo Jason, alzando la voz–. Ni siquiera sabe quién es el director y cree que va a acabar con todo lo que está pasando.
–Seguro que sabré arreglármelas –repuso Pedro sin perder un ápice de compostura.
Jason le sostuvo un momento la mirada, seguramente intentando que Pedro bajara la suya. No lo consiguió y miró a Paula, un blanco mucho más débil. Ella tuvo que reprimir el impulso de ocultarse detrás de la fuerte espalda de Pedro. Jason era algunos años mayor que ella, pero se le había insinuado cuando eran adolescentes y no había aceptado de buen grado su rechazo.
–Supongo que tú lo habrás puesto al día, ¿no, encanto? ¿Es información todo lo que le das? –convencido de haber asestado unos cuantos golpes certeros, Jason decidió que ya había terminado con ellos y se llevó a su equipo.
Pedro los vio marcharse antes de preguntar.
–¿De modo que trabaja en la fábrica?
–Sí –respondió Canton, anticipándose a Paula–. Su padre trabaja en el departamento de administración, creo.
–No le servirá de nada si vuelve a hablarle así a Paula.
Sorprendida, Paula observó la severa expresión de Pedro.
Nadie la había defendido antes, o al menos nadie había podido hacer mucho en su defensa. Que Pedro castigara a Jason por ella… No sabía cómo sentirse al respecto.
Frunció el ceño mientras el grupo se alejaba. Tal vez se pareciera más a su madre de lo que quería admitir. Ninguno de los hombres del pueblo le había interesado mucho, y menos los idiotas como Jason, que creían ser un regalo para las mujeres. Pero el aura de sofisticación y seguridad que envolvía a Pedro le provocaba serios estragos cada vez que lo miraba.
Al girarse hacia los hombres se encontró con la mirada de Pedro. Sintió que le ardían las mejillas y rezó por que no adivinara sus pensamientos.
–¿A qué se refería? –preguntó él.
–Bueno… –¿por qué se lo preguntaba a ella y no al abogado?–. Ha habido algunos problemas en la fábrica. Envíos que se retrasan o se pierden, maquinaria que deja de funcionar inesperadamente… Cosas así.
–¿Sabotaje?
–De ningún modo –intervino Canton–. Tan solo es una coincidencia.
–Algunas personas opinan que sí es un sabotaje –dijo Paula.
No quería mentirle a la persona que podría arreglar la situación–. Pero no hay ninguna prueba. La gente del pueblo empieza a ponerse nerviosa y a preocuparse por sus empleos…
Canton carraspeó y la fulminó con la mirada para hacerla callar.
–Todo irá bien cuando sepan que un Alfonso competente vuelve a estar al mando.
Pero Pedro seguía mirándola a ella, fija e intensamente.
¿Cuándo fue la última vez que un hombre la había mirado como a una mujer? Por desgracia, los negros ojos de Pedro no reflejaban el deseo que a ella le ardía en las venas. La suya era una mirada escrutadora, calculando hasta qué punto podría serle ella de valor.
Sí, ella podría ser útil a mucha gente, pero en particular a Pedro. Conocía el pueblo mucho mejor que él. Y Jason acababa de dejar claro que no sería fácil hacerse con la principal fuente de recursos. Los sureños tenían buena memoria y escaso respeto por los foráneos que pretendían imponer sus criterios.
A Pedro lo aguardaba un difícil reto, pero Paula tenía la sensación de que acababa de elegirla a ella para allanarle el camino.
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