domingo, 19 de abril de 2015
CHANTAJE: CAPITULO 4
–¿Cuándo vas a regresar? Esa Zabinski me está volviendo loca.
Pedro no quería pensar en Eliana Zabinski. Ya tenía bastantes problemas de los que ocuparse. Después de pensarlo durante veinticuatro horas, sabía lo que debía hacer. No quería hacerlo, pero no le quedaba otra opción
–No voy a regresar.
El silencio sepulcral que se hizo al otro lado de la línea le habría resultado divertido si su situación no fuera tan desesperada. Trisha, su ayudante, jamás se callaba. Pedro esperó a que se recuperara mientras miraba por la ventana de su habitación. Comparó la exuberante y plácida vista del jardín con el continuo ajetreo de la ciudad.
La mera imagen le provocaba sopor. ¿Cómo iba a renunciar a su vida, aunque solo fuera por unos meses?
Tenía mil razones para oponerse a aquella locura. Pero entonces vio a Paula cruzando el césped para hablar con el jardinero y se quedó sin aliento al ver su radiante sonrisa, su elegancia natural y sus esbeltas caderas.
Debería estar pensando en su madre, no en su enfermera.
Pero la boca se le hacía agua al contemplar aquellas formas.
–¿Qué ocurre? –la voz de Trisha lo sacó de sus fantasías.
–Digamos que voy a pasarme una temporada arreglando asuntos de familia.
–Tu abuelo ha hecho el testamento, ¿no? ¿Por qué quiere que estés ahí?
–Sí, lo ha hecho, pero no sirve de mucho si aún está vivo.
Otro silencio de Trisha. Dos veces en una conversación.
Milagro.
–No me estarás insinuando que me traslade a Carolina del Sur, ¿verdad?
–No, estaba pensando más bien en un ascenso y una ayudante para ti.
Tercer silencio, más corto que los anteriores.
–Déjate de bromas, Pedro.
–No estoy bromeando. Has trabajado muy duro y has mejorado tus habilidades de venta. Gran parte del trabajo la haremos mediante videoconferencia, pero los primeros contactos y las ventas dependerán de ti… Solo es algo temporal –le aseguró a su secretaria y a sí mismo–. Hasta que consiga la custodia de mi madre –esperó hasta que Paula desapareció de su vista y le resumió las demandas de su abuelo.
–Y yo que creía que los abuelos italoamericanos eran los más exigentes… Lo que me cuentas es un disparate. ¿Por qué quieres hacerlo?
–Al menos una esposa me servirá contra Eliana –dijo él, estremeciéndose al pensar en la loca que, después de compartir una simple noche de placer, había decidido que no era suficiente y que Pedro tenía que ser suyo a toda costa–. ¿Cuántas veces ha llamado a la oficina? –Pedro la había bloqueado en su móvil.
–Llama todas las tardes, y no me cree cuando le digo que no estás. Espero que no se presente en persona y me obligue a usar el aerosol de pimienta.
–Cuidado, no vayas a acabar en la cárcel.
–Descuida, mientras ella sepa comportarse…
Algo del todo improbable, pero Trisha sabía manejar con mucho tacto las situaciones difíciles.
–Haz lo que debas. Quizá sea buena idea pasar unos cuantos meses fuera de la ciudad. Mientras tanto, desvía las llamadas de los clientes a mi móvil.
Discutieron un par de detalles más y Pedro prometió mantener el contacto a diario. Llevar dos negocios en dos estados distintos no sería un paseo por el parque, pero estaba decidido a permanecer en Nueva York todo el tiempo posible.
Su abuelo tal vez le arrebatara su libertad, pero Pedro no permitiría que destruyera el fruto de su esfuerzo.
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