jueves, 23 de abril de 2015

CHANTAJE: CAPITULO 15





Paula se aferró a la barandilla para mantener el equilibrio y bajó la escalera con la cabeza bien alta. No se refugiaría en la habitación de Lily como una cobarde. Se enfrentaría a Pedro como la mujer fuerte y decidida que quería ser, no la ratita asustada que siempre había sido.


Por desgracia, los recuerdos de la noche anterior no se lo ponían fácil. Desde el momento en que su boca y la de Pedro entraron en contacto se vio arrastrada por la pasión que había anhelado toda su vida. Las sensaciones la desbordaron y fue incapaz de pensar.


Pero lo que realmente le llegó al alma fue la mirada de Pedro mientras se hundía en ella. En sus ojos vio al hombre que se ocultaba tras su imponente fachada, el mismo anhelo que ella por recibir amor y aceptación. La necesidad por demostrarse algo a sí mismo . Y mientras ella se esforzaba por mantener los ojos abiertos sintió que sus almas se fundían.


Respiró profundamente y entró en la cocina con serenidad. Pedro ya estaba sentado a la mesa, bebiendo café y leyendo el periódico. Nolen estaba junto a la puerta y la miró mientras le servía el café. Paula se puso colorada y se juró que nunca más volvería a tener sexo en aquella casa.


–¿Le apetecen unos gofres, señorita Paula? –le ofreció Nolen.


Paula no tenía apetito, pero cualquier cosa sería mejor que estar sentada en silencio.


–Sí, por favor. Y dale las gracias a Maria de mi parte.


Nolen asintió y se marchó, y Paula se echó abundante crema y azúcar en la taza.


–Paula, sobre lo de anoche… –empezó Pedro.


–No te preocupes. Fue una equivocación. No pasa nada.


–Pues claro que pasa algo. Siento haber…


Paula no supo si fue su mirada fulminante o el regreso de Nolen lo que hizo callar a Pedro, pero al menos no tuvo que oír más sobre el tema por el momento. Nolen se entretuvo más de la cuenta, antes de retirarse de mala gana.


–Estaré cerca por si me necesita –dijo en un tono más fuerte del necesario.


Su protector. Paula nunca había tenido uno, pero era una agradable novedad.


Pedro la observó mientras ella untaba los gofres calientes de mantequilla y mermelada de fresa. El olor debería hacerle la boca agua, pero le costó un gran esfuerzo llevarse un trozo a la boca.


–Tienes razón –dijo él–. Anoche dije muchas cosas que no debía decir. Supongo que estaba asustado…


–¿Supones?


–Pero quiero hacer esto bien. Durante los próximos meses tendremos que vernos mucho… y no quiero que se cree una situación incómoda entre nosotros. Por ello te propongo que…


–¡Nieto indigno y desagradecido! –la interrupción procedente del pasillo desconcertó a Paula. Al principio tuvo la horrible sospecha de que Renato había descubierto su aventura con Pedro, pero luego entendió lo que había dicho y se le formó un nudo en el estómago. Las peleas siempre habían sido frecuentes en aquella casa, y nunca terminaban bien.


Renato entró en la cocina, apoyándose pesadamente en un bastón.


–¿Me ves ya en la tumba, muchacho?


–Aún no –respondió Pedro con ironía. Se volvió hacia Renato y adoptó una postura relajada en la silla.


–Pero piensas que puedes ignorarme como si ya estuviera muerto y hacer lo que quieras con mis negocios, ¿no? –Renato estaba más exaltado que nunca y tenía espasmos en el brazo izquierdo–. ¿Creías que no iba a enterarme de tu visita a la fábrica? ¿No se te ocurrió pedirme permiso a mí, que todavía soy el dueño? ¿O es que intentas congraciarte con el director aprovechando que estoy demasiado enfermo para impedírtelo?


–¿Por qué ibas a querer impedírmelo? Me dijiste que debía hacerme cargo de la fábrica y eso es lo que estoy haciendo.


Renato le agarró por el brazo.


–Renato… –lo llamó Paula.


–¿Cómo, dejándome fuera? –Renato se balanceó y agarró con fuerza el bastón–. ¿Celebrando reuniones a mis espaldas? La fábrica sigue siendo mía.


Paula asumió su papel profesional como enfermera y se levantó. Ya no era la niña asustada que presenciaba las discusiones entre los miembros de la familia.


–Renato… –el anciano estaba pálido, pero las mejillas le ardían y se balanceaba peligrosamente.


Pedro también se levantó.


–No lo seguirá siendo por mucho tiempo, ¿recuerdas?


Renato se llevó una mano al pecho y Paula se acercó rápidamente.


–Por favor, Renato. El médico dijo que no debías alterarte. Vamos a tranquilizarnos y…


–¡Tú! –la furiosa mirada de Renato se posó finalmente en ella–. ¡Tú le estás ayudando a arrebatármelo todo! Deberías estar agradecida por todo lo que he hecho por ti, y sin embargo te dedicas a conspirar contra mí.


Paula no sabía el origen de aquella paranoia, pero tampoco importaba. En esos momentos Renato necesitaba calmarse y tomar su medicación.


–Debería haber sabido que no servías para este trabajo –espetó él–. ¡Llevas los genes de tu madre en la sangre!


Paula se quedó helada.


–Ya basta –la voz de Pedro resonó en la cocina–. Bateman quería vernos en la fábrica y por eso fuimos. Si quieres un informe lo tendrás esta tarde.


Renato farfulló algo incomprensible y el rostro se le desencajó en una mueca de dolor. Paula dejó a un lado todas las emociones y se lanzó.


–Renato. Vamos a avisar al médico para que te vea enseguida. ¡Nolen!


Renato emitió un jadeo ahogado. El pánico se le reflejaba en los ojos.


–Todo saldrá bien –lo tranquilizó ella–. Nolen, llévalo al estudio y llama a una ambulancia.


–No –rechazó Renato–. Llévame a mi habitación y que venga el doctor Markham.


–Pero, Renato…


–He dicho que no. Nada de hospitales. Si voy a morir, que sea en Alfonso Manor.


Dos horas después su deseo se hizo realidad.


Pedro miró con desagrado el monstruoso monumento que Renato Alfonso había hecho levantar, y se dio la vuelta para alejarse de la cripta y del féretro de bronce. Paula se quedó para saludar a los que aún estaban en el cementerio. Todo el pueblo había acudido al funeral, como era de esperar. Los Alfonso eran muy conocidos y Renato habría esperado que todo el mundo le rindiera homenaje.


Su muerte y sus últimas palabras habían dejado a Pedro con un sentimiento de culpa del que no podía librarse. Justo lo que su abuelo habría querido. Las emociones de Pedro no tenían sentido, pero su abuelo le había dejado más de un legado indeseado.


Mientras subía la colina del cementerio la tensión que había soportado desde que entró en Alfonso Manor empezó a disiparse. Cuando llegó junto a sus hermanos, al pie de la sepultura, se sentía un poco mejor.


Renato Alfonso estaba muerto. Esa vez de verdad.


No era cuestión de celebrar su muerte, pero sin Renato era libre de hacer lo que quisiera. La custodia de Lily pasaría a él o a uno de sus hermanos, podría brindarle a su madre los cuidados necesarios y dejar la fábrica en buenas manos. 


Nada ni nadie quedaría desatendido, y él podría regresar libremente a Nueva York.


Una parte de él se rebelaba contra la idea de no volver a acostarse con Paula, pero la ignoró. A largo plazo sería lo mejor para ambos.


Se acercó a sus hermanos y abrazó a Julian, el gemelo de Luciano. Había acudido en cuanto Pedro le comunicó la muerte de Renato. Siendo director ejecutivo de una importante empresa de Filadelfia, serio y meticuloso, era todo lo opuesto a Luciano. Los dos hombres eran idénticos, con sus trajes y pelo rubio, pero las semejanzas eran solo físicas. Cada uno tenía sus talentos y debilidades.


Hacía mucho que Alfonso Manor no era su casa, pero su hogar estaba allí donde estuvieran sus hermanos. A pesar de vivir en ciudades distintas, se reunían tres o cuatro veces al año para pasar varios días juntos. Pedro y Julian se veían con más frecuencia, ya que solo los separaban dos horas en coche.


Miró la tumba de su padre por encima del hombro de su hermano. Cuánto le gustaría hablar con él una vez más y recibir consejo… El instinto lo acuciaba a huir, pero cada vez rechazaba más la idea. Y eso le asustaba. Su madre no hubiera querido que dejara en la estacada a los habitantes de Black Hills, pero temía que no fuera aquella la única razón.


–Luciano me ha puesto al corriente de todo –dijo Julian–. Así que eres un hombre casado, ¿eh?


–No por mucho tiempo, espero.


–¿El trato no era por un año? Además, Paula es una mujer muy hermosa.


–Y que lo digas –corroboró Luciano.


–El trato era por un año mientras Renato estuviera vivo –no quería pensar en Paula. Sus hermanos no tenían por qué saber hasta dónde había llegado con su mujer–. Ahora que se ha ido espero que haya algún modo de solucionarlo todo. Mañana nos reuniremos con Canton para la lectura del testamento, y luego pondré a mi abogado a trabajar en ello.


Julian asintió lentamente, pensativo. Siempre había sido el que encontraba soluciones a todo. De niño era el más astuto cuando se trataba de transgredir las reglas de Renato, y como adulto se enfrentaba a operaciones multimillonarias como si fueran un simple acertijo. Pedro había estado a punto de llamarlo muchas veces en el último mes para preguntarle cómo salir de aquel atolladero


–¿Y cuál es el plan? –preguntó Julian.


–La custodia de mamá debería pasar a uno de nosotros. He pensado que cuando llegue el momento podríamos hablar con Paula sobre sus cuidados –y rezar por que ella no le escupiera en la cara cuando él se marchara. Estaba decidido a seguir adelante con su plan. Su lugar no estaba allí. Y empezaba a darse cuenta de que Paula merecía algo mucho mejor que aquel matrimonio forzado–. Sin Renato aquí podré visitar a mamá a menudo, igual que hacéis vosotros.


Se giró para observar a los últimos asistentes al funeral abandonando el cementerio, se quedaron Paula, Nolen y el encargado de la funeraria. Una ligera brisa le agitaba el vestido negro a Paula, ciñéndolo a sus muslos y caderas.


–Necesitaré ayuda para encontrar a alguien que se ocupe de la fábrica. Hace falta una persona con dotes de mando que pueda resolver los problemas y lo bastante duro para enfrentarse a Balcher. Alguien que se entienda bien con Bateman. La prioridad es encontrar a esa persona antes de que se produzca un accidente en la fábrica.


–Creo que yo podría ser esa persona –dijo Julian.


Pedro lo miró con asombro, igual que Luciano.


–¿Por qué?


–He estado pensando en volver aquí.


–¿Y dejar una próspera carrera que te hace ganar millones de dólares? Te lo vuelvo a preguntar: ¿por qué?


Julian se encogió de hombros.


–Es algo personal, ¿de acuerdo? Solo quiero que lo hablemos y veamos si es una opción.


–Claro, pero quiero que estés muy seguro –Pedro se cruzó de brazos protegiéndose el pecho, donde la esperanza empezaba a brotar. Si Julian se instalaba en Alfonso Manor, él podría volver a Nueva York sin problemas. Todo estaría resuelto.


¿Pero y Paula?


–No quiero que nadie se vea atrapado donde no quiere estar.


–¿Como tú? –intervino Luciano, mirándolo de un modo que lo hizo sentirse incómodo.


Sofocó rápidamente la sensación. Desde el primer día le había dejado muy claras sus intenciones a Paula.


–Sí, como yo.





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