domingo, 15 de marzo de 2015

SOCIOS: CAPITULO 16




Fue un viaje silencioso. Ella había tenido la impresión de que, kilómetro a kilómetro, él se iba distanciando un poco más.


Pedro no estaba en el despacho cuando Paula llegó a la mañana siguiente, así que abrió el bolso, sacó la tarjeta de Matthieu Charbonnier y lo llamó por teléfono. Dos minutos después, tenía la información que necesitaba. Veinte minutos después, apuntó el Clos Quatre en un concurso vinícola.


Sabia que no tenía derecho a tomar esa decisión sin consultarlo antes con Pedro, pero también sabía que él se habría negado. Y le quería demostrar una cosa. Tenía que hacerle ver que sus vinos eran fantásticos y que Les Trois Closes ya no era la empresa en dificultades que había heredado de su padre



*****


El jueves de la semana siguiente, Gabriel entró en el despacho y se sentó en el borde de la mesa.


–Me alegro de verte,Pau.


–Hola. No esperaba tu visita… ¿Vienes a pasar el fin de semana?


–Sí. ¿Vas a hacer algo esta noche?


–No, nada importante –dijo, encogiéndose de hombros–. ¿Por qué?


–Porque hace una noche perfecta para cenar en el jardín.


–¿La invitación es solo para mí? ¿O también para Pedro?


–Para los dos. ¿Es que hay algún problema?


–No –mintió, imaginando que Pedro no querría estar presente–. Yo llevaré el postre. Llevaría también el vino, pero no me atrevo.


–En ese caso, nos veremos a las siete y media. A bientot…


Aquella tarde, Paula se acercó al pueblo para comprar una tarta en la tienda de Nicole. Luego, se dirigió a la bodega y llamó a la puerta. Le abrió Pedro, que la miró con cara de pocos amigos.


–¿Qué estás haciendo aquí?


–La he invitado yo –intervino Gabriel, que apareció de repente en el vestíbulo–. Bienvenida, Pau. Pasa y tómate una copa de vino.


–Gracias, Gabriel. Espero que te guste la tarta.


Tras dejar la tarta en el frigorífico, Gabriel la llevó al patio y le sirvió un rosado.


–Tal vez debería marcharme a casa –dijo ella–. Pedro no parece muy contento.


–No le hagas caso. Hace días que está de mal humor. Por cierto, he estado echando un vistazo a tu blog. Me parece magnífico.


–Gracias.


–Y me encantan las etiquetas nuevas. De hecho, confieso que te he invitado por eso… ¿Tu diseñadora estaría dispuesta a trabajar para mí?


–No lo sé, pero se lo puedo preguntar.


–Estoy trabajando en un perfume nuevo –le explicó–. ¿Por qué no vienes a Grasse un día? Te enseñaré el sitio. Y, quién sabe… Hasta es posible que tú también me puedas ayudar.


Para sorpresa de Paula, Pedro apareció al cabo de unos minutos con carne a la parrilla y una ensalada. Fue una cena algo tensa, pero Gabriel llevó el peso de la conversación y, al final, le hizo una petición desconcertante:
Pedro me ha dicho que tocas muy bien el piano. ¿Podrías tocar para nosotros?


Paula lanzó una mirada a Pedro, que apartó la vista.


–Por supuesto que sí.


Se sentó en el taburete y empezó a interpretar una versión de Time after Time. Pero ni siquiera había llegado a la mitad cuando Pedro se levantó de repente y se fue sin decir nada.


–Disculpa a mí hermano –dijo Gabriel–. Es un idiota.


–No, no… Ha sido culpa mía. No debí tocar el piano. He arruinado la velada.


–Tú no has hecho nada malo, petite.


–Será mejor que me vaya a casa.


–Te llevaré en mi coche.


Minutos después, Gabriel metió la bicicleta en el maletero del vehículo y la invitó a subir.


–Sigues enamorada de él, ¿verdad?


–Me temo que sí –admitió con voz quebrada–. Pero tu hermano no aprenderá nunca a confiar en mí, y no me puedo quedar en estas circunstancias. He decidido volver a Londres. Si me quedo aquí, será más infeliz de lo que ya es.


–Lo siento mucho, chérie. Aquí tienes mi número de teléfono personal y el número de mi trabajo. Si me necesitas, llámame. Sabes que puedes contar conmigo.



*****


Veinte minutos después, Gabriel entró en el despacho de Pedro y le apagó el ordenador.


–¡Eh! ¡Que estaba trabajando! –protestó.


–¿Sabes que eres el hombre más obtuso del mundo? Pau está enamorada de ti…


–¿Y qué?


–Por todos los diablos. No me cuentes otra vez esa historia de que los Alfonso estamos condenados al desamor. Es verdad que nuestros padres se divorciaron, pero fueron felices muchos años. Y en cuanto a mí, el fracaso de mi relación con Viviana fue culpa de los dos –dijo–. Piensa bien lo que haces, Pedro. Pau y tú estáis hechos el uno para el otro.


–Creo que los productos químicos te están dañando el cerebro –se burló.


–Admítelo, mon frère. Estás enamorado de ella, pero te da miedo. Deja de ser tan estúpido. ¿Es que no te das cuenta de la suerte que tienes? Has encontrado a la mujer perfecta para ti.


–Pero no confío en mi buen juicio cuando estoy con Pau.


–Entonces, confía en el mío –Gabriel se encogió de hombros–. Si tienes dos dedos de frente, la llamarás por teléfono ahora mismo y le pedirás disculpas. Dile que tenías miedo, que no sabías lo que hacías, que estás profundamente enamorado de ella. De lo contrario, se marchará.


–Gabriel, admito que la amo con toda mi alma. Pero no te metas en asuntos que no comprendes.


–Puede que yo sea más joven que tú, pero tengo más sentido común.


Pedro guardó silencio y Gabriel se terminó por marchar.


Al día siguiente, Paula no se presentó en el despacho. Se había ido. Y durante una semana, Pedro se intentó convencer de que no le importaba en absoluto. Pero fracasó en el intento.


Entonces, recibió una llamada telefónica que no esperaba.


–¿Señor Alfonso? Soy Bernard Moreau, de Vins Exceptionnels. Tengo entendido que el Clos Quatre es de su empresa…


–En efecto.


–En tal caso, me alegra poder decirle que su vino ha ganado la medalla de oro de este año.


–¿Cómo? –Pedro se quedó atónito.


–Le llamaremos dentro de poco para darle todos los datos y enviarle la notificación oficial. De momento, solo quería que lo supiera. Felicidades.


Cuando colgó el teléfono, Pedro no podía creer lo que había pasado. Era evidente que Paula había inscrito el Clos Quatre en un concurso, sin decirle nada. Pero, lejos de molestarle, el suceso sirvió para que comprendiera que había cometido un error con ella. Paula creía en él, creía en sus vinos, creía en su trabajo. Se lo había demostrado de la mejor forma posible.


Justo entonces, apareció Teresa.


–¿Puedes reservarme un vuelo a Londres? No me importa lo que cueste. Quiero estar allí cuanto antes.



*****


La mujer que le abrió la puerta no era Paula. Pedro pensó que había apuntado mal su dirección, pero decidió presentarse de todas formas por si la conocía.


–Estaba buscando a la señorita Paula Chaves. Soy…


–Sí, ya sé quién es –lo interrumpió–. Veré si Paula está disponible. Espere aquí.


Momentos más tarde, la mujer volvió al vestíbulo y, tras informarle de que Paula estaba dispuesta a verlo, lo llevó al salón y le dijo a Paula:
–Estaré en el bar de enfrente si me necesitas.


–Gracias, Agustina.


Agustina se fue y Pedro le dio a Paula las flores que había comprado por el camino.


–Son preciosas… Las pondré en agua.


Paula se dirigió a la cocina y Pedro la siguió.


–Sé que no lo merezco, pero ¿me darías otra oportunidad? –dijo él.


–¿Para qué? Dejaste bien clara tu posición.


–Es posible, pero ahora sé que estaba equivocado.


Paula lo miró a los ojos, preguntándose si lo había oído bien.


–¿Qué estás haciendo aquí, Pedro?


–He venido a disculparme. Por alejarte de mí, por no confiar en ti, por negarme a creer que creías en mí.


–¿Y por qué te disculpas ahora? ¿Es que ha cambiado algo?


–Recibí una llamada de Vins Exceptionnels. Nos han dado la medalla de oro.


–¿Por el Clos Quatre? ¿Has ganado el premio?


–Lo hemos ganado –puntualizó él.


–¡Qué maravilla! –exclamó, encantada.


Él se acercó y la tomó de la mano.


–Creías tanto en mí que lo presentaste a ese concurso sin decírmelo… Y cuando lo supe, me di cuenta de que yo también creía en ti –le confesó–. Sé que quieres echar raíces y que quieres echarlas aquí, en Londres; dejaré los viñedos en manos de otra persona y me vendré a vivir contigo.


Paula se quedó perpleja.


–¿Te vas a mudar a Londres?¿Por mí?


–Sí, por ti. Mi hogar está donde estés tú. Adoro Ardeche, pero sin ti no significa nada. Sé que he tardado mucho en darme cuenta. Te amo, Pau. Sé que te he hecho daño y lo siento; pero si me das otra oportunidad, intentaré hacerte feliz.


–Me amas… –dijo ella, asombrada.


–Te he amado desde siempre. Lo supe cuando estábamos en París, pero me dio miedo. El amor hace que te sientas tan vulnerable…


Ella sacudió la cabeza.


–No quiero que vengas a Londres.


–¿Es que ya es demasiado tarde?


–No, me has interpretado mal. No quiero que vengas a Londres porque sé que no podrías vivir lejos de Les Trois Closes.


–Pero yo te amo, Pau. Si estás conmigo, lo demás no importa. Quiero vivir donde tú seas feliz.


–En ese caso, volveremos a Francia.


Pedro le dio un beso en la mano.


–Oh, mi amor… Si quieres, construiremos una casa nueva junto a la laguna. Empezaremos de nuevo, tú y yo, juntos… y si tenemos suerte, con nuestros hijos.


Los ojos de Paula se llegaron de lágrimas.


–No llores, Pau –le rogó.


–Es que…


Pedro la abrazó con ternura.


–No estés triste, ma belle. Te amo. Por ti, haré lo que sea.


–No lloro porque esté triste, sino porque soy la mujer más feliz del mundo. Pensé que jamás llegaría este momento, que estabas tan roto por dentro.


–Y lo estaba. Pero tú me has sanado –dijo con suavidad–. Ven a casa conmigo, Pau. Cásate conmigo. Y te conseguiré el perro que querías.


Ella sonrió y le dio un beso en los labios.


–Sí, Pedro. Me casaré contigo.


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