domingo, 15 de marzo de 2015

SOCIOS: CAPITULO 15




Paula se despertó con la cabeza apoyada en el hombro de Pedro. Aún estaba dormido, pero sus ojos se abrieron momentos más tarde.


–Buenos días –dijo ella con una sonrisa.


–Buenos días.


Él la miró con pánico y ella lo acarició.


–Recuerda que estamos en París… No es momento de dudas y temores. Saldremos a pasear y disfrutaremos del día sin preguntarnos nada. ¿De acuerdo?


–De acuerdo. Pero esta tarde tenemos que volver. Solo tenemos medio día –le recordó él.


–Razón de más para que lo aprovechemos a fondo –Paula le dio un beso en el pecho–. ¿Qué te parece si nos duchamos juntos?


Pedro se puso tenso, pero asintió y la llevó a la ducha.


Luego, tras un desayuno consistente en café y unos bollitos de chocolate, se tomaron de la mano y pasearon por las Tullerías, entre fuentes y esculturas. Más tarde, visitaron el museo de L´Orangerie y a continuación, tomaron el metro hasta Montmartre y subieron en el funicular que llevaba a lo alto de la colina.


Paula se quedó anonadada con la vista de la preciosa y blanca basílica de Sacré Coeur, que sirvió de prólogo a la visita de la Place du Tertre.


Mientras paseaban entre la gente, Paula se fijó en un retratista callejero y dijo:
–¿Podemos?


–¿Por que no?


Diez minutos más tarde, Paula estaba en posesión de un retrato de ambos. Y Pedro la estaba mirando como si la creyera la mujer más bella del mundo.


Por fin, llegó el momento de tomar el tren y volver a Avignon. 


Sus vacaciones en París habían terminado.


–¿Qué vamos a hacer ahora? –preguntó ella.


–No lo sé –respondió él con sinceridad–. ¿Qué quieres tú?


Ella suspiró.


–Quiero un hombre que quiera las mismas cosas que yo. Un hombre que me respete por lo que soy, una mujer independiente con su propia forma de ver el mundo. Un hombre que respete tanto mi inteligencia como mi cuerpo.


Pedro pensó que eso no era un problema


–Y quiero echar raíces –continuó ella–. Quiero que ese hombre viva conmigo.


–¿Dónde? ¿En Les Trois Closes?


–Adoro los viñedos, pero, sinceramente, no lo sé –respondió con impotencia–. Me siento como si estuviera en un cruce de caminos y no supiera cuál tomar.


Pedro se le hizo un nudo en la garganta. Por lo que Paula le había contado, estaba seguro de que quería volver a Londres y no se atrevía a decirlo. A fin de cuentas, le había confesado que allí se sentía segura. Y si la independencia era tan importante para ella, elegiría un lugar donde ella tuviera el control.


Un lugar que solo podía ser Londres.


Pero, en ese caso, estaban condenados a separarse. 


Porque Pedro no podía vivir en Londres, ni siquiera por Paula. Su hogar le importaba demasiado.



*****


Paula suspiró. Le habría gustado que le pidiera que se quedara con él, pero Pedro no se lo pidió. ¿Se habría vuelto a encerrar en sí mismo? ¿Estaría pensando que el amor no merecía la pena y que no se podía arriesgar a sufrir otra decepción?


Ella sabía que, si en ese momento le pasaba los brazos alrededor del cuello y lo besaba, él respondería con pasión.


Físicamente, estaban hechos el uno para el otro. Pero Paula quería algo más que sexo. Quería su corazón.


Solo había una salida: tendría que encontrar la forma de derribar sus barreras.




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