sábado, 14 de marzo de 2015

SOCIOS: CAPITULO 10




Pedro se quedó helado cuando oyó música procedente de la biblioteca y reconoció el tema de Debussy.


Fue como si volviera de nuevo a la infancia, cuando adoraba que su madre se sentara al piano y empezara a tocar. Sobre todo el Claro de luna, con él sentado junto al balcón, contemplando la lluvia tras los cristales.


Pero aquellas notas no llevaron ninguna alegría a su alma. 


Bien el contrario, se sintió profundamente traicionado.


Entró en la biblioteca, esperando encontrar a Chantal, y se quedó sorprendido al ver a Paula.


–¿Qué haces aquí?


Paula dejó de tocar.


–Me dijiste que me relajara…


–Sí, pero no esa forma –bramó.


Ella frunció el ceño.


–¿Qué ocurre, Pedro?


–Nada… Que el piano está desafinado –mintió.


–Sí, es cierto, pero no suena tan mal.


Paula notó la tensión en y decidió dejar de discutir. Se levantó y se alejó del piano.


–Debería haberlo vendido hace años. Ni Gabriel ni yo tocamos.


Pedro, esta habitación necesita un piano. Y este es verdaderamente bonito.


Él guardó silencio, con expresión sombría.


–Lo siento, Pedro… No pretendía meterme en tus asuntos. Es que Arnaldo vendió su piano hace años y yo… en fin, lo echaba de menos.


Pedro nunca había sabido que Paula tocara el piano ni, mucho menos, que lo tocara tan bien. De joven, se había mostrado tan reacia a seguir los pasos de sus padres que había llegado a la conclusión de que no tocaba ningún instrumento.


Y ahora, parecía preocupada. Pero, después de sus salidas de tono, no era precisamente sorprendente.


Suspiró y dijo:
–Discúlpame. Me he excedido.


–Y yo he sido una entrometida, así que los dos nos hemos equivocado –replicó con una sonrisa débil–. ¿Qué te parece si dejamos la conversación para otro día? El sábado pasado, yo estaba enfadada y tú, cansado; hoy, tú estás enfadado y yo, cansada. No es una buena combinación para hablar con tranquilidad.


–Entonces, olvidemos la cena. Te acompañaré a tu casa.


Ella arqueó una ceja


–¿Por qué? Tenemos que comer algo, ¿no? Y no sé tú, pero yo no estoy de humor para cocinar –dijo–. Además, hay otros asuntos que necesito discutir contigo. Últimamente estás tan ocupado que ni siquiera tienes tiempo de contestar las llamadas telefónicas. Si no hablamos durante una cena, no hablaremos nunca.


–Trabajar en unos viñedos no es como trabajar en una oficina. No hay un horario fijo –se excusó.


–No lo he dicho como crítica, Pedro–comentó ella, para tranquilizarlo–. Por cierto, ¿qué te parece si invitamos a Gabriel a cenar con nosotros?


Pedro se encogió de hombros.


–Puedes intentar que salga de su laboratorio, pero no te hagas muchas ilusiones.


Se detuvieron frente a la puerta del laboratorio de Gabriel.


Paula llamó y Gabriel abrió uno o dos minutos después, con el pelo revuelto y aspecto de científico loco. Pedro sonrió para sus adentros y pensó que su hermano era exactamente eso.


–¿Sí? –preguntó Gabriel, frunciendo el ceño.


–Me preguntaba si querrías cenar con nosotros –dijo Paula.


–Gracias por la oferta, pero no puedo. Estoy haciendo algo importante… Marchaos y divertíos, niños –ironizó.


–No es una cena lúdica, sino de trabajo –puntualizó Paula.


–¿Vais a estar hablando de vinos toda la noche? Razón de más para que no os acompañe. Ya tengo bastante con las catas de mi hermano… –declaró con humor–. Será mejor que lo dejemos para otra noche, cuando vosotros no tengáis que hablar de vinos y yo no esté tan ocupado. Au revoir, petite.


Gabriel le lanzó un beso y cerró la puerta.Paula siguió a Pedro hasta su coche.


–No te atrevas a decir que ya me lo habías dicho –le advirtió.


Él sonrió y le abrió la portezuela.


–Yo no iba a decir nada…


Cuando Pedro giró la llave de contacto, se encendió el equipo de música y empezó a sonar Waterloo Sunset. Pedro apagó el equipo inmediatamente, dando por sentado que una amante de la música clásica no sabría apreciar el pop.


Pero se equivocaba.


–Eran los Kinks, ¿no? –dijo ella, sorprendiéndolo–. Buena elección. Me alegra que la música te guste y que solo odies el piano.


–No sabía que lo tocaras tan bien. ¿Nunca has considerado la posibilidad de tocar con tu madre? –se interesó.


Ella hizo una mueca.


–¿Estás bromeando? Yo toco para divertirme y ella toca para alcanzar la perfección.


–¿Y qué me dices de tu padre?


Paula soltó un bufido.


–Solo le interesaría si yo estuviera dispuesta a practicar veinticuatro horas al día e interpretara perfectamente bien los cuatro conciertos para piano de Rachmaninov.


–O la Rapsodia, para interpretarla al alimón con tu madre…


Ella arrugó la nariz.


–Oh, por favor… Ya la veo a mi lado, frunciéndome el ceño por encima de su violín y desafiándome a tocar mal una nota. Además, mi padre insistiría en que yo trabajara con algo como el Grand etude de Alkan, porque es tan rápido y tan difícil que…. –Paula volvió a suspirar–. No, no, nunca sería suficientemente buena para él. Y si mi objetivo fuera ganarme su aprobación, no me divertiría.


–¿Saben que tocas el piano?


–Por supuesto que no. Cuando estaba en el colegio, les pedí a mis amigos que guardaran el secreto. Y Arnaldo jamás me habría traicionado… teniendo en cuenta que fue él quien me enseñó. Solo toco para divertirme. Cosas tristes cuando estoy triste y alegres cuando me siento como si el mundo estuviera a mis pies. Pero, normalmente, toco versiones de grupos de música pop.


Pedro estaba sorprendido con los gustos de Paula. Cuando él era joven, no escuchaba demasiada música. Estaba ocupado con otras cosas. Juan Pablo había insistido siempre en que Gabriel y él aprendieran a ganarse la vida y, cuando no estaba en los viñedos, se dedicaba a reparar su deportivo.


–¿Te importa que cambiemos de conversación? –dijo ella–. Se suponía que íbamos a hablar de Les Trois Closes, no de mí.


–No me importa en absoluto. ¿De qué quieres que hablemos?


–De logotipos y etiquetas. Agustina, mi mejor amiga, trabaja en mi antigua agencia de publicidad. Es una mujer con mucho talento –explicó–. La semana pasada me puse en contacto con ella y le di la información que necesitaba. Me ha enviado unas cuantas propuestas.


–¿Le pediste logotipos y etiquetas sin consultarlo antes conmigo? –preguntó, frunciendo el ceño–. ¿Es que ya no importo ni en mi propio viñedo?


–Estabas muy ocupado y yo…


–Tú querías demostrar que puedes ser útil –la interrumpió–. Está bien, lo comprendo. A fin de cuentas, eres la especialista en márketing.


Pedro, no intentaba pasar por encima de ti. Como tú mismo has dicho, solo te intentaba demostrar que puedo ser útil, que puedo añadir algo diferente, algo nuevo, a la empresa.


Él asintió. No podía negar que se estaba esforzando mucho.


–Está bien… Cuando lleguemos al restaurante, hablaremos de ello.


El restaurante resultó ser un establecimiento tranquilo, de comida excelente y servicio discreto, cuyo chef era un viejo amigo de Pedro. Se sentaron a una mesa y, tras pedir la comida y la bebida, él la miró a los ojos.


–Muy bien. Háblame de esas propuestas.


Paula abrió el maletín que se había llevado y sacó el contenido de una carpeta.


–Aquí tienes las propuestas de Agustina. Hay una que me gusta especialmente, pero no diré cual. Necesito saber tu opinión.


Él las estudió durante unos segundos y eligió la más sencilla.


–Esta me gusta mucho. Las tres hojas de parra encajan con el nombre de nuestra empresa, y los colores son adecuados para el vino tinto, el rosado y el blanco. Aunque, a decir verdad, el tinto que yo produzco no tiene nada que ver con Les Trois Closes.


Ella sonrió.


–Has elegido la misma que yo y por las mismas razones. Entonces, ¿estamos d´accord? ¿Será nuestro nuevo logotipo?


–Estamos d´accord –respondió él, intentando disimular su satisfacción ante el hecho de que cada vez hablara más francés.


Paula guardó los logotipos en la carpeta y sacó las propuestas de etiquetas.


–No estoy seguro de que el tipo de letra me convenza demasiado –dijo Pedro–. El actual está bien. ¿Por qué tenemos que cambiarlo por un tipo tan… informal?


–Porque la tierra de esta zona es informal y rebelde. Estamos al borde de los desfiladeros de Ardeche –le recordó–. Y es bueno que parezca escrito a mano porque nuestros vinos se hacen con el método tradicional, a mano. Esa etiqueta refleja el terroir y el proceso… Eres un artesano, Pedro.


Él arqueó las cejas.


–¿Me estás llamando campesino?


–¿Un campesino que vive en una bodega? –ironizó ella–. Ni mucho menos. Te estoy llamando artista.


Él sonrió, encantado.


–No me tomes el pelo, Pau.


–No te estoy tomando el pelo.


–Si tú lo dices…Pero has hecho un gran trabajo.


–Gracias, Pedro –dijo, halagada.


–Entonces, ya está decidido. Utilizaremos ese logotipo. Pero no estoy tan seguro sobre las etiquetas. ¿Por qué cambiar algo que funciona?


–Si quieres ampliar tus mercados, tendrás que cambiar la estética para que refleje las expectativas de tus clientes internacionales. Ten en cuenta que los productos entran por los ojos. Yo he probado vinos por el simple hecho de que su etiqueta me gustaba. Y si su sabor me gustaba después, probaba más vinos de la misma casa.


Pedro pensó que tenía parte de razón.


–De acuerdo. Probaremos tu idea.


–Excelente… Pero también tendremos que extender la marca por las redes sociales.


–Recuerda que en Francia no son tan importantes como en Inglaterra y Estados Unidos –dijo Pedro.


–Es posible; pero, si te quieres extender por Inglaterra y Estados Unidos, tendrás que utilizar el medio de comunicación más adecuado, que en este caso es el marketing viral. De hecho, el blog está teniendo mucho éxito… cada vez recibe más visitas.


Justo entonces, el camarero apareció con la comida. Paula probó su plato y dijo:
–Vaya, tenías razón. La comida es excelente.


Mientras comían, ella le habló de sus ideas para promover los vinos, empezando por la posibilidad de organizar catas y paseos por los viñedos para turistas.


–De esa manera, la gente podría disfrutar de nuestros paisajes y probar nuestros productos. Si además lo combinamos con artículos en la prensa especializada…


Paula siguió hablando de las distintas opciones. Pero Pedro se quedó especial y gratamente sorprendido por su capacidad para afrontar el asunto desde el punto de vista económico y por su flexibilidad sobre los métodos.


Al final de la velada, estaba asombrado por lo mucho que se había divertido con ella. Su entusiasmo era contagioso. Se había convertido en una mujer terriblemente interesante. 


Una mujer que le encantaba.


Si no se andaba con cuidado, perdería la cabeza y se dejaría llevar por el deseo. Pero el pasado estaba demasiado presente y no quería complicar las cosas.


Cuando el camarero regresó para darles la cuenta, ella dijo:
–La idea de cenar ha sido mía, así que es justo que yo invite.


–No, nada de eso. Puede que la idea fuera tuya, pero soy un caballero chapado a la antigua y no voy a permitir que pagues tú.


–No seas incongruente, Pedro… No puedes pensar que solo he vuelto a Francia por el dinero de Arnaldo y, a continuación, negarte a que pague una cena.


Él se limitó a arquear una ceja.


–Somos socios con igualdad de derechos y obligaciones –le recordó ella–. Y te recuerdo que declaramos una tregua. No nos podemos pelear.


Pedro sonrió.


–Muy bien. Pagaremos a medias.


Después de pagar, Pedro la llevó en coche a la casa de Arnaldo y abrió el maletero para que pudiera sacar la bicicleta.


–Hoy me has dado mucho en lo que pensar –dijo él.


–¿Eso es bueno? ¿O malo?


–Fundamentalmente bueno. Aunque no estoy muy convencido del asunto de las redes sociales.


–Si quieres que la gente hable de los vinos, tendrás que hacer algo distinto. No voy a negar que las redes pueden ser algo superficiales; pero si los productos son buenos y nuestras páginas son suficientemente atractivas…


–¿Suficientemente atractivas?


–Claro, hay que hacer cosas interesantes para llamar la atención. Tenemos que ser interactivos, dinámicos… Cuanto más tiempo pasen en nuestras páginas y más disfruten de la experiencia, mejor opinión tendrán de nosotros y más pedidos harán –contestó con una sonrisa–. Dame una oportunidad.


Él se encogió de hombros.


–Está bien. No quiero discutir contigo.


–No te arrepentirás, Pedro –le prometió.


–Eso espero.


–¿Sabes una cosa? Ahora pareces más relajado.


Pedro se puso tenso.


–¿Por qué dices eso?


Paula respiró hondo.


–Porque puede ser un buen momento para mantener la conversación que hemos estado retrasando. Si dejamos que pase el tiempo, será más difícil.


–Es posible, pero eso no significa que vaya a ser fácil ahora –le advirtió.


Ella sacó la llave del bolso.


–Cuanto antes, mejor. ¿No crees? En fin, voy a dejar la bicicleta en su sitio… ¿Puedes preparar café?


Paula le dio la llave de la casa.


–Por supuesto. Te estaré esperando.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario