miércoles, 4 de marzo de 2015
¿ME QUIERES? : CAPITULO 26
–Lo siento, Paula –murmuró Pedro con la voz entrecortada por la furia–. Confiaba en que tuviéramos más tiempo.
Ella estaba todavía tratando de procesarlo.
–Nos hicieron una foto besándonos frente a la consulta del doctor Clemens. ¿Cómo se han enterado tan pronto? ¿Y por qué han esperado para utilizarlo?
Pedro volvió a maldecir y se pasó una mano por el pelo.
Parecía furioso. En cambio ella no sentía nada. O mejor dicho, se sentía entumecida. No era lo que esperaba sentir.
No era lo que lo que sintió cuando vio las fotos de Ale y Alicia junto con el titular en que la calificaban de novia abandonada. Aquello resultó humillante, no cabía duda. Pero esto… esto era una violación. De su vida, de la vida de su bebé. De la de Pedro.
Él se acercó, le puso las manos en los hombros y la obligó a mirarle.
–No importa, Paula, vamos a casarnos dentro de cinco días. Simplemente, tendremos que enfrentarnos a ello antes de lo previsto.
Todos sus planes se habían ido al garete. Ella quería casarse cuanto antes para que cuando se le notara el embarazo hubiera al menos dudas. Claro, cuando naciera el bebé cualquiera podría echar la cuenta y averiguarlo, pero para entonces habrían pasado muchos meses y ella sería una mujer casada con un niño recién nacido.
–¿Cómo se han enterado tan pronto? –repitió.
Pedro apretó los labios.
–No lo sé, pero voy a averiguarlo.
Ella alzó la mano. El anillo brillaba resplandeciente bajo la luz de la mañana. La noche anterior Paula se había sentido muy especial cuando la llevó a cenar al restaurante vacío y le dio aquel anillo. Todo fue romántico y perfecto, pero era falso. Falso porque el matrimonio ya estaba concertado.
Pero a ella no le había importado cuando la besó y la llevó al hotel. Pedro había destruido todas las ideas que ella tenía sobre cómo debía ser aquella relación. Había derribado las barreras, la había desnudado y se había abierto camino en su alma. Pedro era parte de ella en muchos sentidos, y le amaba. Tras la noche anterior confiaba en que todo saliera bien. Que sería feliz y que Pedro sería feliz con ella.
Hasta que leyó el periódico y se dio cuenta de que su secreto había sido revelado. Nadie creería que había algo entre ellos aparte del deber que tenían hacia el niño. No debería importarle, pero le importaba. ¿Cómo iban a ser felices si su matrimonio empezaba bajo una nube de sospechas y escándalo? ¿Cómo iba a estar segura alguna vez de que Pedro no estaba resentido con ella debido a las circunstancias de su matrimonio?
Con el paso de los días el escándalo se hizo mayor. Los habituales rumores se mezclaron con las medias verdades y todo se desbordó. Ella se negó a hablar con la prensa y Pedro también, así que se inventaron cosas. Encontraron testigos falsos, pagaron a porteros y camareros para que hablaran, y todo lo que dijeron fue falso y escandaloso.
Pedro se volvió frío y distante. No habían vuelto a pasar la noche juntos desde que salió la historia. Y para disgusto de Paula, aparecieron fotos de su maravillosa velada. Alguien captó con un teleobjetivo a través de la ventana el momento en el que Pedro la besó apasionadamente antes de llevarla al hotel.
Todo era una cuestión de apariencias, de hacer creer a todo el mundo que eran muy felices. Pedro la llevaba a cenar, al teatro y a los actos sociales a los que tenían que asistir. Los fotógrafos los perseguían por todas partes con sus flashes y los periodistas los acribillaban a preguntas.
Paula no decía nada. Pedro la guiaba por el campo de batalla con una mano firme en la espalda o tomándole la suya. No hacía ningún comentario, excepto en una ocasión en la que se detuvo de golpe cuando un reportero le preguntó qué se sentía al verse atrapado en el matrimonio por una cazafortunas extranjera. Paula le tomó del brazo y le urgió a seguir andando. Tras un instante en el que ella sintió la tensión de su cuerpo como si fuera un arco a punto de quebrarse, Pedro hizo lo que le pedía y siguió caminando.
Sus padres la llamaron. Estaban asombrados, ultrajados y decepcionados. Y sin embargo, cuando su madre empezó a regañarla por su impulsiva naturaleza, su padre murmuró una palabrota entre dientes. Entonces se hizo un silencio pesado.
–Paula –dijo instantes después su padre al teléfono mientras su madre lloraba al fondo–. Eres nuestra hija y te queremos. Si este hombre no es lo que quieres, vuelve a casa. Cuidaremos de ti.
Ella apretó con fuerza el teléfono.
–Voy a casarme, papa. Eso es lo que quiero.
–De acuerdo –afirmó él con solemnidad–. Entonces estamos contentos.
Paula colgó entonces sintiéndose triste por lo que les estaba haciendo pasar. Y más todavía porque su boda con Pedro hubiera quedado oscurecida por el embarazo.
La noche antes de la ceremonia civil,Pedro tenía una cena de trabajo en un ático con vistas al Támesis. Paula le acompañó porque se lo pidió, ya que iban a ir las esposas.
Cuando entraron en el ático las conversaciones quedaron interrumpidas y una docena de caras se giraron hacia ellos.
Se hizo un silencio incómodo hasta que un hombre se levantó, estrechó la mano de Pedro y le dio la bienvenida a la reunión. El hielo quedó roto y la gente volvió a comportarse con normalidad otra vez, charlando en pequeños grupos hasta que llegó la hora de la cena. A Paula le tocó sentarse bastante lejos de Pedro.
Se sentía incómoda, aislada, y le miró de reojo. Pedro se reía con facilidad, hablaba con las personas que tenía al lado. Paula habló un poco con el anciano que tenía a la derecha. La mujer de la izquierda la ignoró completamente.
Sintió las miradas clavadas en ella toda la noche. Aquella gente no podía estar escandalizada, de eso estaba segura.
Eran tan ricos y famosos como ellos. Estaba segura de que algunos habrían sido también víctimas de la prensa en el pasado. No, era el modo en que les miraban a Pedro y a ella, sin duda preguntándose si su matrimonio duraría.
Por el momento todos sabían que habían naufragado juntos en una isla. Y que habían tenido relaciones sexuales. Paula estaba embarazada y Pedro iba a hacer lo correcto. Pero pobre hombre, ¿de verdad quería casarse con una mujer tan estirada? Ella lo estaba intentando, pero seguía siendo la misma de siempre. Le seguían gustando los calendarios, las agendas y los planes anticipados. Así se sentía asegura y no pediría disculpas por ello. Pero últimamente se había permitido vestirse de color, e incluso había llegado a mostrar un poco de piel en los hombros. Pedro había hecho que se sintiera bella. Aquella noche llevaba un vestido rosa pálido de tirantes finos y un bolero.
Pero todavía seguía poniéndose las perlas y tenía la espalda rígida.
Qué estupidez haber pensado que algún día sería una buena reina. A pesar de toda su preparación, no sabía relajarse. Se mostraba tensa, formal e incómoda cuando creía que la gente la estaba escudriñando. Como habrían hecho constantemente si se hubiera casado con Ale.
Ocultó un bostezo tras la mano y consultó el reloj. Eran las once menos cuarto. Pedro se zafó de la conversación que estaba teniendo y se acercó a ella como si hubiera percibido su incomodidad.
–¿Estás cansada?
–Sí. Quiero volver al hotel y meterme en la cama –dijo.
«Contigo», añadió para sus adentros.
Pedro se despidió de los anfitriones y poco después estaban sentados en silencio en la limusina. Paula volvió a bostezar.
Quería que la abrazara, que la acunara y apoyar la cabeza en su hombro. Quería el calor y la felicidad que habían compartido aquella noche juntos. Pero eso no iba a suceder.
Al parecer Pedro se arrepentía de aquella noche, mientras que para ella había sido una de las mejores de su vida.
Durante unos instantes llegó a creer que su matrimonio podría funcionar.
Que Pedro la amaba tanto como ella a él.
Pero Pedro siguió allí sentado, frío y distante, y ella fue incapaz de romper el silencio. Incapaz de decir las palabras adecuadas para que todo volviera a ser como fue cuando la había llevado a cenar cuatro noches atrás y le dio el anillo de compromiso.
–Ha sido una velada agradable –dijo Paula rompiendo el silencio.
–¿Sí? Pensé que no te lo estabas pasando bien –aseguró
Pedro girándose para mirarla–. Apenas has dicho una palabra en toda la noche.
–Eso no es verdad –respondió ella–. Hablé con varias personas. Pero la mujer que se sentó a mi izquierda durante la cena era bastante difícil.
–Seguramente porque salimos una vez hace tiempo.
Paula parpadeó. Una espiral de rabia se desató en su interior. Y le dolió.
–Vaya, tendría que habérmelo imaginado. Pedro el afortunado ataca de nuevo.
–Lo siento, Paula.
–¿Qué es lo que sientes? –preguntó ella tratando de mantener un tono alegre–. No puedes evitar haberte acostado con medio Londres. Con medio planeta, diría yo.
–Siento no haberte advertido cuando la vi esta noche. No me gustó que te sentaran a su lado, pero cada vez que miraba hacia ti parecías estar bien.
–Sin duda gracias a mi preparación. Soy una diplomática nata –no era cierto, pero no pensaba reconocer aquel fallo en particular en aquel momento.
–No volverá a ocurrir. Te lo aseguro.
–¿Y cómo vas a hacerlo, casanova? ¿Vamos a evitar todos los compromisos sociales en los que esté presente alguna mujer con la que te hayas acostado? Entonces me temo que no iremos nunca a ninguna parte.
Pedro le tomó la mano. Ella dio un respingo ante su contacto. Habían pasado días desde que la tocó por última vez.
–Estás nerviosa y molesta. Lo entiendo. Pero superemos el día de mañana, ¿de acuerdo? A partir de entonces tendremos tiempo de sobra para arreglarlo todo.
Superar el día de mañana.
–Por supuesto –dijo Paula retirando la mano de la suya.
Quería superar el día de mañana. Como si fuera una desgracia que tuviera que soportar. Una sentencia que cumplir. Un castigo. Le dolió.
Llegaron al Crescent y Pedro la ayudó a salir del coche. Ella dio un paso atrás cuando pisaron la alfombra roja que llevaba a la puerta del hotel. Un flash iluminó la noche y fue seguido de otro y después de otro más. Pedro la urgió a entrar en el vestíbulo de mármol y cristal. En cuanto estuvieron fuera de la vista de los fotógrafos, Paula se soltó de su brazo.
–Despidámonos aquí –le pidió. Necesitaba distanciarse un poco de él. Pensar y planear.
Pedro frunció el ceño. A ella le pareció que iba a negarse, pero entonces él alzó la cabeza.
–Muy bien. Te recogeré mañana a las diez.
Paula agitó la mano como si fuera una bagatela.
–No es necesario, Pedro. La oficina del registro está muy lejos de tu oficina. Me reuniré contigo allí a las diez y media. Así preservaremos el misterio, ¿de acuerdo?
Pedro frunció el ceño.
–¿El misterio?
–Si nos casáramos por la Iglesia, no podrías ver mi vestido hasta que avanzara por el pasillo. Mantengamos las formas.
A Pedro no se le borró el ceño, pero asintió.
–Si eso es lo que quieres, te mandaré un coche.
–Muy bien –entonces Paula se acercó a él y atrajo la cabeza de Pedro hacia la suya. Le besó con pasión contenida, disfrutando del gemido gutural que emitió él.
Le deslizó la lengua en la boca y Paula estuvo a punto de creer que la necesitaba tanto como ella a él.
Pero no era así. O al menos no de la misma manera. Paula dejó de besarle, se estiró la chaqueta y le dio las buenas noches.
Pedro la vio entrar en el ascensor. Las puertas se cerraron y ella se apoyó en una esquina, apretándose el puño contra la boca para no llorar.
Todo estaba mal. Una vez más, todo estaba mal.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No nos podes dejar así!!!! Me encontraron los caps
ResponderBorrarque lindos caps pero que tristes... espero los que siguen
ResponderBorrarNo nos podés dejar así hasta mañana nena. Muy buenos los 3 caps!!!!!!!!
ResponderBorrarAy! ya quiero leer los próximos capítulos! se me hace que Pau no va a ir... espero equivocarme!
ResponderBorrar