miércoles, 4 de marzo de 2015

¿ME QUIERES? : CAPITULO 25




La mañana llegó demasiado pronto. Paula se despertó lentamente al aspirar el aroma a café. Sentía el cuerpo más relajado que nunca, era como una masa de terminaciones nerviosas satisfechas.


Se giró en la cama y no encontró más que almohadas y sábanas. Pedro ya se había levantado. El corazón le dio un vuelco al pensar en él la noche anterior, en toda aquella gloriosa lujuria masculina centrada en su afortunado cuerpo.


 La había tomado con pasión animal contra la puerta y otra vez en la cama, sin darle cuartel mientras la llevaba hacia el orgasmo una y otra vez. Pero por la mañana, poco después del amanecer, le había hecho el amor con mucha más ternura.


Paula había disfrutado de cada instante, quería volver a vivirlo aunque hubiera sucedido hacía solo unas horas. Pero ¿acaso no había sido así también en la isla? El calor se apoderó de ella al recordarlo.


Dicho con pocas palabras, Pedro Alfonso era una droga de la que no quería desengancharse.


Su droga particular entró entonces con dos tazas de líquido humeante. No llevaba puesto absolutamente nada y a Paula le dio un vuelco al corazón.


–No habrás abierto así la puerta, ¿verdad? –le preguntó.


Pedro sonrió.


–Por supuesto que no, nena. Llevaba una toalla. Pero al parecer se me ha caído. Seguramente quería impresionarte.


–Qué afortunada soy.


Pedro se inclinó para besarla y luego le pasó la taza de café.


–Desde luego que lo eres –afirmó–. Por cierto, es descafeinado. Con leche y azúcar, como te gusta.


Ella le dio un sorbo y bajó las pestañas. Pedro sabía cómo le gustaba el café. Eso le provocó un tirón en el pecho, pero se dijo que no debía ver más de lo que había. Solo era café, nada más. No era una declaración de amor.


Amor. El estómago le dio un vuelco. El sentimiento era todavía tan nuevo, tan fuerte, que a veces todavía le provocaba un nudo en la garganta. Quería decírselo a Pedro, soltar las palabras y liberarse del dolor que le provocaba tenerlas allí retenidas, pero también le daba miedo. Le daba miedo que él no sintiera lo mismo, que la mirara con compasión y dijera algo educado.


No podría soportarlo. Mejor guardar silencio y confiar en que sintiera lo mismo que hablar y descubrir que no era así.


Extendió la mano y le tocó el tatuaje del abdomen. Él apretó los músculos en respuesta


–Ten cuidado o despertarás al dragón dormido –susurró.


–Creo que puedo lidiar con un dragón –replicó ella arqueando una ceja.


Pedro sonrió.


–Claro que puedes, dama dragón.


–¿Por qué te hiciste este tatuaje?


Él se encogió de hombros y se sentó en la cama a su lado con la taza de café.


–Una decisión juvenil, sin duda alentada por el alcohol.


–No puedes hacerte un tatuaje estando borracho, Pedro. Ningún artista te lo haría.


–No, no estaba borracho. Ojalá lo hubiera estado porque me dolió mucho. Pero creo que fue una apuesta estando borracho lo que me llevó a hacérmelo.


–Podrías haber dicho que no –señaló ella.


–Hice una apuesta, Paula. No podía desdecirme.


A ella se le aceleró el corazón al pensar en que Pedro hiciera algo que no quería solo porque había dado su palabra. No quería pensar en las implicaciones de su situación actual. El pulso le latió con fuerza en los oídos.


–¿Siempre haces lo que prometes, aunque sea una mala idea?


–Me gusta pensar que no me comprometo a cosas que son malas ideas. El tatuaje es bonito y no me arrepiento en absoluto de habérmelo hecho.


Sin embargo, era inevitable que se arrepintiera de algunas cosas. ¿Sería ella una? Aquella mañana estaba más vulnerable que de costumbre.


–Pero supongo que habrá cosas de las que al final te hayas arrepentido, ¿no?


Pedro dejó la taza en la mesilla de noche.


–¿Y quién no? Así es la vida, nena.


Paula debió fruncir con fuerza el ceño, porque él se inclinó y le quitó la taza de las manos. Entonces la besó hasta que ella se le agarró con los labios, las manos y el cuerpo. Hasta que el deseo cobró vida en su interior.


Pero en lugar de ponerse encima de ella y volver a hacerle el amor, se levantó de la cama.


–Vamos, tienes que comer algo. Ha pasado mucho tiempo desde la cena.


Paula trató de no sentir dolor al ser rechazada, aunque en
realidad no era un rechazo sino más bien un aplazamiento. 


Apartó de sí las sábanas, decidida a ser fuerte, y se puso la bata.


–Fuiste tú quien interrumpió el postre –le recordó.


–¿Ah, sí? Y yo que pensé que te había dado un postre mucho más satisfactorio…


Paula se rio mientras se ataba el cinturón de la bata.


–Cuánta arrogancia –bromeó aunque sentía el corazón pesado–. A lo mejor hubiera preferido la tarta de queso.


Pedro estaba delante de ella con su magnífico cuerpo todavía desnudo.


–Debes reconocer que valió la pena la interrupción.


–No se me ocurriría negarlo –aseguró Paula.


Le dejó vistiéndose y se acercó a la mesa del desayuno. 


Había huevos, salchichas, tomates y tostadas bajo las cubiertas de plata. Los periódicos estaban doblados en la mesa auxiliar y ella los agarró, preguntándose qué tonterías diría la prensa sobre Pedro y ella. Era mucho pedir que hubieran perdido el interés, por supuesto. La prensa de Santina no tenía nada más que hacer, y ella siempre aparecía en portada. Los periódicos sensacionalistas ingleses no eran mejores, pero era cuestión de cara o cruz.


Pero no aquel día, descubrió en cuanto abrió el primero. 


Leyó el titular de portada de carrerilla una y otra vez hasta que Pedro se lo quitó de las manos soltando una palabrota.


Pero ya era demasiado tarde. Las palabras se le habían quedado grabadas en el cerebro. ¿Cómo podía ser de otra manera?


Pedro el afortunado se queda sin suerte. ¡La novia abandonada está embarazada!




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