miércoles, 4 de marzo de 2015

¿ME QUIERES? : CAPITULO 24





Pedro no se la llevó a su casa. No porque no quisiera que estuviera allí, sino porque era el apartamento de Omar. Y Omar había llevado allí a muchas mujeres, tanto cuando estaba casado como cuando no. Pedro sospechaba que seguía haciéndolo, aunque no cuando su hijo estaba en la ciudad.


Llevar allí a Paula no estaría bien. No era ninguna aventura.


Era la madre de su hijo. Su futura esposa. La llevó de regreso al Crescent. Hicieron el recorrido en silencio, sentados el uno frente al otro en la limusina. Pedro hizo un esfuerzo por no arrancarle el vestido y poseerla dentro del coche que atravesaba las calles de Londres en la noche. 


No sabía por qué Paula mantenía las distancias. Tal vez por la misma razón.


Subieron al ascensor cada uno en un extremo mientras el ascensorista dejaba entrar y salir a los clientes. Pedro quería echar a todo el mundo a patadas y subir a toda prisa a la quinta planta, pero se conformó con mirar a Paula. Ella le miraba de vez en cuando con su hermoso rostro sonrojado. 


La deseaba tanto que estaba empezando a pensar que tal vez se avergonzara a sí mismo una vez dentro de ella.


Cuando llegaron a la quinta planta, la tomó en brazos mientras ella suspiraba y se dirigió con paso firme a la puerta. Pedro pensó en cachorritos, en campos soleados, en vacas paciendo tranquilamente… en cualquier cosa excepto en la mujer que tenía en brazos. Era demasiado consciente de su cercanía. La tenía en la sangre, en los huesos y la deseaba con toda su alma. Pero tenía que pensar en otras cosas o su noche de felicidad se quedaría reducida a un minuto o dos de coito acelerado.


Llegaron a la puerta y, tras deslizar la llave de tarjeta en la ranura entraron. En cuanto se cerró la puerta, la ansiosa boca de Pedro se fundió en la suya. Gimió al dejarla en el suelo y le apoyó la espalda contra la puerta en cuanto entraron.


Paula le agarró la chaqueta del esmoquin y se la sacó por los hombros hasta que la dejó caer a los pies. Luego siguió con el cinturón. Pedro encontró la cremallera del vestido y se la bajó, deslizándole la prenda por los exuberantes senos hasta que la obligó a quitárselo, –Hermosa Paula –murmuró dejando el vestido en una silla.


Ella se quedó con el conjunto azul eléctrico y los tacones que Pedro había escogido para ella. Estaba más bella de lo que nunca pudo haber soñado. A pesar de sus protestas, le dio la vuelta para poder ver su precioso trasero con el tanga.


Pedro se puso de rodillas y le recorrió las nalgas con la boca mientras ella gemía. Nunca había visto nada tan hermoso como el cuerpo de Paula. Tenía la piel dorada y suave, y deseaba tocarla eternamente. Quería explorar cada centímetro mientras ella gemía, sollozaba y le rogaba que la tomara.


Pedro –susurró Paula cuando le bajó el tanga.


Él puso la boca en la espalda y le deslizó la lengua por la espina dorsal. Luego le mordisqueó el lóbulo mientras sus dedos daban con su punto más sensible y se lo acariciaban.


–¿Me deseas, Paula?


Ella asintió con los ojos cerrados y la mejilla apretada contra la puerta.


–Dímelo –le pidió Pedro.


–Te deseo. Te deseo mucho.


Pedro aumentó la presión de los dedos cuando ella empezó a gemir. Se hizo añicos con un grito agudo y entonces la giró y le quitó el tanga mientras se bajaba los pantalones y le ponía la mano bajo los calzoncillos para agarrara su erección.


Paula emitió un gemido de aprobación. Y entonces él le agarró las nalgas y la levantó apoyándola contra la puerta. 


Paula le rodeó el cuerpo con las piernas.


Un instante después, Pedro la penetró con todas sus fuerzas. Ella le recibió con ansia, con el cuerpo tan húmedo y dispuesto que Pedro gimió. Lo que estaba sintiendo era demasiado para poder procesarlo, así que lo dejó a un lado y se centró en lo que mejor sabía hacer.


Pedro –gimió mientras la embestía una y otra vez–. Sí, sí, sí.


Él perdió la cabeza. La poca que le quedaba. La penetró con toda la precisión y la desesperación que pudo. Nunca se había sentido tan bien, nunca había deseado tanto que aquello continuara sin fin. Nunca le había importado más el placer de otra persona que el suyo.


Cuando Paula alcanzó el clímax, él lo supo. Su cuerpo se apretó contra el suyo cuando la embistió.


–¡Pedro! –gritó–. ¡Pedro!



Él la agarró con más fuerza, la penetró hasta que hubo acabado, hasta que llegó al orgasmo en una cálida avalancha que le dejó sin respiración. Y luego la estrechó entre sus brazos, la llevó a la cama de matrimonio que había en la habitación de al lado y volvió a repetirlo todo.




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