martes, 3 de marzo de 2015

¿ME QUIERES? : CAPITULO 23




Un par de horas después de haber regresado al hotel llegaron tres cajas. Paula le pidió al botones que las dejara sobre la mesa. Cuando este recibió una propina y se marchó, ella se quedó mirando las bonitas cajas blancas atadas con lazos rojos. Encima de la más pequeña había una nota: Ponte esto esta noche. Te recojo a las ocho para cenar.


Paula abrió la caja pequeña primero. Los tacones de diseño con cristales en las cintas hicieron que el corazón le latiera a toda velocidad. Nunca había ocultado el hecho de que le encantaban los zapatos bonitos. Que llevara ropa conservadora no significaba que tuviera que ponerse zapatos feos.


La siguiente caja era un conjunto de lencería con tanga de encaje azul eléctrico y sujetador sin tirantes que le provocó un destello de calor en el vientre.Pedro quería que se pusiera el conjunto aquella noche porque confiaba verla con él puesto. No era tan tonta como para pensar otra cosa. Pero no tenía muy clara cuál iba a ser su repuesta.


Cuando la había abrazado en el apartamento, lo único que ella había querido era tumbarse en una cama con él, piel contra piel. Sabía lo que le esperaría cuando eso sucediera: calor, pasión y un placer físico tan intenso que la haría llorar de alegría. Quería volver a sentir aquello, aunque también la asustaba.


No es que tuviera miedo al sexo con Pedro, sino a las verdades que se vería obligada a admitir cuando la dejara sin defensas. Se giró hacia la última caja con un escalofrío de emoción.


Contenía un vestido de lentejuelas rojo sin tirantes, ajustado en el pecho, caderas y rodillas y con una maravillosa cola de abanico al final. Era muy atrevido, nunca se había puesto nada así en su vida.


El corazón le latió con fuerza cuando lo sacó y se fue a mirar al espejo. Todo el mundo se fijaría en una mujer con un vestido así. ¿Podría soportar ser el objeto de atención en aquellos momentos?


¿Importaba eso?, se preguntó un minuto después. La prensa ya estaba observándola. Desde que empezó a aparecer en público con Pedro, los fotógrafos se habían convertido de nuevo en algo habitual en su vida.


Al final decidió ponerse el vestido. Y la ropa interior. Se dejó el pelo suelto y se rizó las puntas para que le cayera en suaves hondas sobre los hombros. Una última mirada al espejo de cuerpo entero le reveló una mujer a la que no conocía. Una mujer brillante y atrevida que llamaba la atención nada más entrar en una sala. Ella nunca había sentido algo así.


Pedro llegó unos minutos antes de las ocho. Se quedó en el umbral y deslizó sobre ella una mirada oscura que la hizo estremecer. Estaba resplandeciente con su esmoquin. El blanco de la camisa contrastaba con su piel bronceada y el oscuro cabello, haciéndole parecer más pícaro todavía de lo que ya era. Sus sensuales labios se curvaron en una sonrisa que hablaba de sexo y de pecado y a Paula se le subió el corazón a la boca.


Ni siquiera se dio cuenta de que se había llevado la mano al pecho hasta que él frunció el ceño.


–¿Te encuentras bien? –le preguntó de pronto entrando en la habitación y sujetándola entre sus brazos–. ¿Es el bebé?


–Estoy bien –consiguió decir ella–. Me he mareado un poco.
Y era verdad. Al mirar a Pedro se había quedado momentáneamente sin aliento.


–Podemos quedarnos aquí –Pedro parecía preocupado–. Pediré la cena y…


–No, de verdad, estoy bien –Paula se le agarró al brazo–. Quiero salir. No me he puesto este vestido para nada –sonrió.


Él también sonrió, pero sus ojos reflejaban inquietud.


–Y qué vestido tan bonito, dulce Paula. Deberías llevar siempre colores brillantes. Te sientan muy bien.


Ella miró la brillante tela roja del vestido.


–Esto es un paso de gigante para mí. No estoy acostumbrada a llamar la atención.


–Pues deberías –afirmó Pedro con tono firme y al mismo tiempo suave–. Estás impresionante, Paula. Maravillosamente impresionante.


Ella se rio, pero la sonrisa le salió un poco nerviosa.


–Gracias por el vestido. Yo nunca habría escogido algo así.


Pero Pedro sí. Porque veía algo que ella todavía no terminaba de ver. El pulso volvió a latirle con fuerza. Esa vez estaba preparada.


–Pero ¿te gusta? –quiso saber Pedro.


–La verdad es que sí. Me siento especial con él puesto.


La sonrisa de Pedro tenía el poder de derretirla.


–Porque tú eres especial, Paula –le tomó una mano y se la
besó–. No lo dudes.


El restaurante al que la llevó era muy exclusivo. Pedro fue recibido por el maître, que les guio hacia el comedor en que sólo había puesta una mesa. Se trataba de una estancia exquisita, con las paredes forradas de madera de caoba, frescos en el techo y lámparas de cristal. La mesa estaba puesta con cristalería fina, cubertería de plata y un enorme jarrón con rosas de color crema en el centro.


Cuando se sentaron y el maître se marchó, Paula miró a su alrededor y luego otra vez a Pedro. Él alzó una ceja como si esperara la pregunta que sabía que le iba a hacer. Ella se rio y se llevó la mano a la boca.


Pedro –dijo–. ¡Esto es una locura! ¿Has comprado el restaurante?


Él sonrió complacido.


–No, pero he comprado la noche.


Paula sacudió la cabeza. Aquello era irreal. Romántico.


–Podríamos haber cenado con más gente.


–Esta noche no. Te quería para mí solo.


–Me has tenido para ti solo casi todos los días.


–No es lo mismo –replicó Pedro–. Siempre hay prisa. Esta noche tenemos todo el tiempo del mundo.


–Están los camareros –señaló, aunque sintió una punzada de emoción–. Y supongo que no van a ir a ninguna parte.


–No, y luego habrá una orquesta.


Ella parpadeó.


–¿Una orquesta?


–Nunca hemos bailado, Paula. Quiero estrecharte entre mis brazos en una pista de baile.


Paula miró la servilleta blanca cuidadosamente doblada al lado de un bajoplato decorado con un filo dorado. Sentía que el corazón se le iba a salir del pecho. Estaba contenta, más de lo que lo había estado desde que volvió de la isla, y eso la preocupaba. ¿Y si todo terminaba al día siguiente?


–Puede que te lleves una decepción –murmuró.


–Lo dudo –la voz de Pedro sonaba fuerte, segura, como si no le cupiera la menor duda al respecto.


–¿Y si te piso? –preguntó Paula tratando de darle ligereza al momento. Porque para ella resultaba demasiado intenso.


–Eso es imposible –afirmó él–. Has pasado años preparándote para ser reina. Las reinas no pisan al bailar. Y si lo hace es adrede.


Paula volvió a reírse. Un camarero con pajarita apareció en aquel momento con vino para Pedro y con un cóctel sin alcohol para ella. Cuando se fue hablaron de cosas banales: el tiempo, la situación del turismo en Amanti en comparación con Londres… y entonces empezó a llegar la comida.


Paula se dio cuenta de que tenía muchísima hambre y devoró todo lo que le pusieron delante, desde el paté sobre la cama de brotes verdes hasta el filete a la plancha con sala bearnesa pasando por los champiñones con trufa. Todo estaba delicioso.


Cuando recogieron la mesa y sirvieron el postre, Pedro puso una cajita de terciopelo sobre el mantel. Paula dejó el tenedor. El pulso le latía a toda prisa.


–¿Qué es esto? –preguntó incapaz de estirar el brazo para agarrarla.


–Creo que ya lo sabes.


–No es necesario –dijo, aunque le dolió decirlo.


Quería que dentro hubiera un anillo…


Pero quería que las razones fueran de verdad. Paula se quedó sin aliento. ¿Podía ser eso cierto? ¿Quería que aquello fuera real?


Sí. Oh, Dios, sí. Quería que se casara con ella porque lo deseaba, no porque tuviera que hacerlo. Qué caprichosa. 


Aquello no era lo que quería cuando fue a Londres. 


Entonces solo pensaba en el bebé, en protegerle del escándalo. Y también a sí misma, si era sincera. Quería contar con la ayuda de Pedro y seguir haciéndose la mártir, la mujer que no necesitaba a nada ni a nadie para seguir con su vida.


Pero de pronto se daba cuenta de que quería mucho más, y eso la asustaba.


–Yo creo que sí es necesario –empujó la cajita hacia ella.


Paula la levantó con dedos temblorosos y la abrió. El anillo era exquisito. Un diamante de al menos cinco quilates montado en platino y rodeado de diamantes más pequeños. 


El anillo brillaba como el fuego bajo la luz de las velas y ella sintió una punzada de culpabilidad y tristeza. Le había metido en aquella situación y, si no era real, solo podía culparse a sí misma.


–¿Y bien? –preguntó Pedro.


–Es precioso –afirmó ella con voz más ronca de lo que le hubiera gustado.


Pedro se puso de pie y sacó el anillo de la caja. Entonces se lo puso en el dedo y le besó la mano. Su cálida respiración le provocó un escalofrío en la espina dorsal.


Cuando le echo la cabeza hacia atrás y la besó, Paula no se resistió. Se abrió a él con el corazón lleno de amor y desesperación a partes iguales.


Amor.


Se lo había estado negando a sí misma, pero ya no podía seguir haciéndolo. Le dolió el corazón y sintió tanto miedo y tanto amor que se preguntó cómo había podido negarlo durante tanto tiempo. Amaba a aquel hombre, seguramente le amaba desde que la besó en la frente en lugar de en la boca porque pensó que su primer beso debía ser especial. 


Había sido tan tierno, tan generoso y delicado… Siempre anteponía los sentimientos de ella a los propios y la animaba a ser ella misma, sin importarle lo que los demás pensaran.


No había hecho todas aquellas cosas porque la amara, eso lo sabía. Pero eso le convertía en la clase de hombre que ella podría amar. En el hombre al que amaba.


Oh, Dios.


La boca de Pedro se movió sobre la suya con tanta pericia que Paula solo deseó fundirse con él y olvidarse de todo lo que no fueran ellos dos. Pedro había planeado una velada romántica, le había dado un anillo, pero se recordó que solo estaba haciendo lo que le había pedido ella, interpretar el papel que Paula quería para proteger al niño.


Y solo podía culparse a sí misma. Estaba embarazada de aquel hombre, del padre de su hijo, pero él no sentía lo mismo, por muy bien que la besara. Pedro levantó la cabeza. 


Los ojos le brillaban de deseo, y Paula sintió un pellizco en el corazón por todo lo que estaba sintiendo, por todo lo que no podía decir.


–Al diablo la orquesta –murmuró Pedro ayudándola a ponerse de pie–. Estoy cansado de esperar.




5 comentarios:

  1. hermosos capitulos... q tierno Pedro , se aman

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  2. PP sos un dulce... Pau agarralo del cuello y no lo sueltes jajajaja hermosos caps

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  3. Hermosos capítulos! Pedro está haciendo de todo para conquistarla, espero q ella le crea q no es solo por obligación, q siente cosas por ella de enserio!

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