martes, 3 de marzo de 2015

¿ME QUIERES? : CAPITULO 21



Los siguientes días transcurrieron en un torbellino de citas y apariciones. Los fotógrafos habían empezado a surgir cada vez que Pedro y Paula aparecían juntos en público. Él ya se lo había advertido, pero de todas formas le rechinaban los dientes cada vez que sucedía. Por dentro, por supuesto. Por fuera sonreía, posaba y trataba de parecer feliz.


Los titulares le gritaban todas las mañanas:


La novia abandonada por el príncipe heredero de Santina mantiene una tórrida aventura con un famoso playboy.


«No tenía ni idea de que Paula estuviera enamorada de Pedro Alfonso», asegura una amiga asombrada.


El amor nació entre la pareja varada en la isla. Pero ¿estaban de verdad varados o lo tenían planeado?


Y el peor de todos: ¿Cuánto tiempo durará Pedro el afortunado esta vez?


Paula arrugó los periódicos de la mañana y emitió un sonido de disgusto. Pedro la miró por encima de la taza de café que había servido en el servicio de plata.


–¡Es ridículo lo que inventan!


–No creo que te sorprenda.


Ella se pasó la mano por la nuca con gesto ausente.


–No, por supuesto que no. Pero eso no impide que me enfurezca.


–Tú insististe –le recordó Pedro.


Sí, había insistido en ver los periódicos. Cuando los pidió en recepción, Pedro le dijo que no era una buena idea, que se enfadaría y eso perjudicaría al bebé. Paula dijo entonces que si no los leía, se pondría nerviosa, y eso tampoco sería bueno para el niño.


Pedro se levantó y se acercó a ella, que estaba al lado de la ventana que daba a Hyde Park. El sol brillaba con fuerza y la gente paseaba por los caminos o se sentaba en los bancos del parque. Pedro le puso las manos en la nuca y se la empezó a masajear. Paula se mordió el labio inferior para contener un gemido. Le encantaba sentir sus manos.


–Estás tensa –le murmuró él al oído.


Una corriente eléctrica la atravesó hasta la médula. Pedro no había vuelto a tocarla desde aquel beso en el coche, aparte de algún que otro roce para las cámaras. Entonces pensó que Pedro quería hacer con ella el amor otra vez, que quería seducirla para llevársela a la cama. Eso la había excitado y asustado al mismo tiempo.


Pero desde entonces él no había vuelto a hacer nada y se sentía muy frustrada. Se dijo que era mejor así, mejor porque el matrimonio sería temporal. Pedro debía pensar lo mismo que ella, porque no había continuado por aquel camino cuando sin duda sabía lo fácil que sería seducirla. 


Era un manojo de sensaciones. Una caja de cerillas esperando la chispa.


–Todavía espero algo peor –dijo sintiendo un cosquilleo en la piel.


–¿Algo peor que «Pedro el afortunado»? –murmuró él con cierta burla masajeándole los hombros y el cuello.


Paula tenía por fin algo que la distrajera de la sensación de sus manos en la piel.


–Es un nombre bastante desagradable, teniendo en cuenta por qué te lo pusieron.


–Por acostarme con seis modelos de lencería a la vez.


–Esto no tiene gracia, Pedro –dijo girándose para mirarle.


A él no se le borró la sonrisa.


–Tal vez no. Pero lo que tú quieres saber con toda tu alma, dulce Paula, es si es cierto.


–No puedes estar más equivocado –afirmó con altanería–. En cualquier caso, es una vil exageración.


Pedro se rio entre dientes.


–Más o menos. Solo eran cuatro.


Paula se apartó de él, consciente de que tenía las mejillas color escarlata. Pedro con cuatro mujeres. Pedro desnudo y rodeado de cuatro mujeres. No quería imaginárselo. Una daga le atravesó el corazón. Quería estrangular a alguien. A cuatro personas en concreto.


–No me interesa.


–Solo te estoy contando la verdad, Paula. ¿Por qué tener secretos si vamos a casarnos?


Ella se abrazó. «Porque esto no es real. Porque para ti es un juego». Tenía las palabras en la punta de la lengua, a punto de salir.


Pero se las tragó.


–No veo la necesidad de confesar oscuros secretos. Esto es un acuerdo, no un matrimonio de verdad.


Pedro seguía sonriendo, pero ella percibió el brillo duro de su mirada. Como si le hubiera insultado.


–Sí, por supuesto, ¿cómo he podido olvidarlo? Solo me necesitas para ayudarte en este momento difícil, luego volverás a Amanti a interpretar el papel de dama. Aunque serás una dama un poco manchada, porque habrás estado casada conmigo.


Una punzada de culpabilidad le atravesó a Paula las venas.


–Eso no es justo –aseguró–. Estás tergiversando lo que quiero decir.


La mirada dura seguía ahí.


–¿De veras? Al principio me has dejado claro lo importante que es para ti tu reputación. Tu estatus de ex novia del futuro rey –Pedro chasqueó la lengua–. Debe ser muy humillante para ti, Paula. Te has acostado con un chucho y vuelves a casa con pulgas.


Paula se apartó de él. Tergiversaba todo lo que ella decía, hacía que pareciera una mujer espantosa y superficial, cuando lo único que quería era ser justa con ambos. No se conocían bien, eso era cierto, pero ella sabía quién era Pedro. Él nunca lo había negado, entonces ¿por qué se enfadaba con ella?


–Actúas como si estuvieras muy herido. Pero dime la verdad, Pedro, ¿de verdad quieres ser esposo y padre? ¿Te ves en ese papel? Si así fuera, ¿por qué no te casaste con Jesica Monroe?


Pedro no reaccionó, pero ella supo que aquel nombre le había afectado. El aire cambió cuando menciono a la mujer con la que se le había relacionado en Los Angeles. Se hizo más pesado, más tenso. Esperó a que hablara, temiendo escuchar su respuesta y al mismo tiempo necesitándola. 


Cuando él habló, lo hizo con voz fría y cínica.


–Jesica y yo tomamos una decisión en común.


Pero Paula no iba a dejarlo pasar tan fácilmente.


–Y luego ella se casó con otro hombre y seis meses más tarde adoptó un bebé.


–Teníamos metas distintas.


–¿Así es como lo llamas? –Paula sentía la amargura en el vientre. ¿Por qué no admitía Pedro la verdad cuando estaba delante de sus narices? Su vida había quedado reflejada en todos los periódicos, cambiaba de mujer como de camisa. Pedro Alfonso y «vida familiar» eran dos conceptos que no casaban juntos.


Él se lo había reconocido implícitamente en la isla.


–Mi relación con Jesica Monroe no tiene nada que ver con mi relación contigo –afirmó con tirantez–. Nosotros vamos a casarnos y vamos a tener un hijo.


–No lo he olvidado, te lo aseguro –murmuró ella molesta. La sangre se le agolpaba en las sienes, en el cuello. Estaba pasando algo entre ellos que no terminaba de entender y eso la enfurecía. Le molestaba–. Pero sigo sin creer que tú hubieras escogido de buena gana este papel.




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