Pedro salió de la cafetería con su vaso térmico recargado, igual que sus energías. Nunca imaginó que buscar refuerzos en la cafeína le llevaría a conocer a una chica tan guapa.
Porque Paula Chaves era realmente muy guapa, sí señor. Era alta, delgada y de rasgos delicados. Su cabello rubio y rizado había estado recogido en una coleta holgada, sus brillantes ojos azules semiocultos tras unos lentes de montura gruesa y la mueca de sus labios carnosos… él había deseado besar esos labios.
Quizás él parecía un idiota con la salida que había hecho, pero no tenía tiempo para quedarse a socializar, así que le dejó su teléfono antes de correr al hospital para completar su turno. El último antes de sus merecidas vacaciones.
Cuando llegó al hospital todavía sonreía. Pasó junto al mostrador de las enfermeras, recogió su bata y su carpeta, y luego volvió a su consultorio. Revisó su reloj y se preparó para el resto de la jornada.
—Voy a necesitar algo más fuerte que el café cuando esto termine —susurró. Entonces llamó a la enfermera de guardia y le pidió pasar al próximo paciente.
Era hora de volver al trabajo.
*****
Se conocían desde hace un par de años, ambas trabajaban con la misma editorial por lo que terminaron formando una especie de equipo de apoyo; pero desde el rompimiento con Sergio, Paula había declinado todas sus invitaciones. Sin embargo decidió darle una oportunidad esta vez.
Alta y delgada, Carolina tenía un sutil encanto juvenil a pesar de estar próxima a los treinta.
Su cabellera rojiza caía libre hasta la mitad de la espalda en un desorden perfectamente planificado. Cuando la vio llegar, abrió ampliamente sus expresivos ojos verdes e hizo una mueca con la boca. Ella sabía que algo le ocurría.
Entraron juntas, sin hacer fila y caminaron directamente a la barra. No habían pasado ni cinco minutos cuando empezó a correr el licor.
Animada por los tragos, Paula le hizo a su amiga un resumen sobre su bloqueo post-Sergio, la propuesta de su editora y el encuentro con el hombre de la cafetería.
—¿Qué harás? —preguntó Carolina, dejando su copa vacía y haciendo señas al barman para que la reemplazara, cuando Paula terminó de contarle—. Tienes que pasar esa patética página de tu vida llamada “Sergio Carter” y disfrutar de tu juventud. Además, quién dice que este Dios de la cafetería no pueda ser tu nuevo muso —sugirió.
Sergio nunca fue santo de su devoción, y siempre había manifestado abiertamente su
aversión por ese idiota, pero Paula nunca le había hecho caso.
—¿Muso? ¿Siquiera existe esa palabra? —se burló ella—. Y no es un Dios, Caro… solo es otro tipo que va por allí dándole su número a todas las chicas que conoce.
—Déjame creer que este galán no es un idiota como tu ex, y que si te dio su número es porque le interesas en serio —respondió su amiga—. Hazme caso, llámalo… para ser una escritora de romance te has vuelto bastante cínica —Caro agitó su cabeza mientras sonreía—. Si las cosas no resultan con este tipo, entonces te vas a ese crucero que dijo Vicky. Unos días de vacaciones te harán bien. Si quieres yo podría acompañarte —sugirió.
—Eso sería genial —dijo Paula—. Un poco de tiempo de chicas antes de volver al trabajo.
—Bien, ¿cuándo nos vamos? —quiso saber Carolina, pero luego se encogió de hombros y dijo—: No importa, ya nos ocuparemos de eso; pero llamarás a ese bombón y lo invitarás a salir. Ahora.
Paula pensó en esa posibilidad. Si bien no estaba borracha, tampoco estaba en control. Lo último que quería era darle una mala impresión a Pedro.
Sí, claro, como si se tratara de algo serio.
—¿Estás loca? —Negó Paula—. No puedo.
—Quizás un poco —admitió—. Pero esa locura, que mi editora llama “imaginación” es lo que paga las facturas, así que confía en mí. Llámalo. Puedes hacerlo.
A veces Carolina podía ser muy persuasiva, tanto que ya Paula tenía su celular en una mano y la servilleta con el número de Pedro en la otra. Con dedos temblorosos marcó el número y se llevó el aparato al oído. Escuchó un tono. Luego otro. Y otro. Pero nadie atendió la llamada.
—No responde —anunció—. Debe ser una señal, ¿no?
—Sí, tal vez —respondió Carolina —. Para buscar a alguien más que le pueda aportar algo de emoción a la noche y te llene de pensamientos sucios para la próxima novela. Tienes que soltarte, chica.
Paula arqueó una ceja de forma inquisitiva hacia su amiga.
—No me mires así —le pidió ella—. Sigo pensando que ese Dios de la cafetería puede ser algo especial.
—Seguro —asintió Paula dando un último trago a su bebida antes de decir—. Vuelvo en un momento. Debo ir al baño.
Se levantó de su asiento y caminó hacia los servicios. Una considerable fila de mujeres aguardaba para entrar, pero la vejiga de Paula difícilmente soportaría la espera. Ella echó un vistazo al baño de caballeros. Vacío. No se permitió ni un segundo para pensar, simplemente se fue alejando de la fila hasta que entró al baño y aseguró la puerta. Corrió hacia uno de los cubículos mientras iba soltando los botones de su pantalón y maniobraba para sacar un poco de papel higiénico de su cartera.
Unos segundos después el ruido de la puerta rompió su momento privado, indicándole que no estaba sola. Paula maldijo su suerte y se quedó en completo silencio mientras su cuerpo aliviaba su necesidad. La de orinar, porque ciertamente otras necesidades no estaban siendo aliviadas en un futuro inmediato.
—Esto será rápido —dijo una voz masculina teñida de advertencia—. Y no será suave.
No puede ser, pensó Paula.
—No lo quiero suave, cariño —ronroneó una voz femenina, bastante desagradable si le preguntaban.
Es curioso, pensó Paula, como ciertos sonidos se magnifican cuando no estás mirando la acción. El de una cremallera al abrirse, el de la tela de las bragas al ser rasgadas, el golpe sordo de un vestido al caer al suelo, un jadeo muy silencioso al ser penetrada, un murmullo de apreciación con la voz entrecortada, la fricción de dos cuerpos encontrándose una y otra vez, la respiración acelerándose y haciéndose superficial, los suspiros anhelantes cuando te acercas al borde, el golpe de piel contra piel ganando velocidad, más suspiros y jadeos, el rugido ahogado contra la piel del otro cuando alcanzas la liberación... en fin. Creo que queda claro el punto.
La cuestión es que Paula desde su lugar escuchó como aquella pareja tenía su momento de agonía en el baño de caballeros y, no sabría decir si se debía al prolongado tiempo de sequía que llevaba o si realmente las cosas habían estado salvajes allí. Pero cuando escuchó la puerta cerrarse, ella deseó correr y obtener su propia ración.
Paula miró su teléfono con rabia y suspiró.
—Si tan solo contestaras la llamada yo... —empezó a decir en voz baja, pero luego negó con la cabeza.
Realmente no se sentía capaz de abordar a un hombre por solo un poco de sexo sin compromiso. Ella no era esa clase de chica, o al menos eso le gustaba pensar. Pero ella solo había tenido un novio en toda su vida, y suficiente alcohol corría por su sistema, así que podría tener tiempo de cambiar un poco las cosas ¿no?
Se levantó de la letrina decidida a escapar de allí antes de que alguien regresara. Ajustó sus pantalones, quitó el pestillo de la puerta y abrió. Echó un vistazo para asegurarse de que la salida estuviese libre y echó a correr. Pero al hacerlo se estrelló contra el costado de un hombre. De uno muy grande. En más de un sentido.
—¡Mierda! —exclamó cuando tuvo una visión completa de la pared humana que bloqueó su salida.
—Lo han llamado de muchas maneras —se burló el hombre sin mirarla a la cara—. Pero te puedo asegurar que nunca le han dicho así.
En la cara del desconocido se dibujó una media sonrisa. Su cuerpo estaba ligeramente iluminado por la luz blanca de las lámparas, mientras su mano sostenía su pene frente al urinario. Ella lo miró de arriba abajo y sintió como su boca se secaba. Su cabello cobrizo con reflejos ligeros rubios estaba en puntas, quizás debido a la acción reciente. A través del espejo Paula vio sus ojos azules y su mirada ligeramente divertida, los pómulos altos y su mandíbula cincelada, salpicada de una calculada barba de pocos días. Los labios hinchados del hombre se arquearon completamente, mostrando una dentadura perfecta. Paula sintió que su cuerpo se derretía.
—¿Vas a quedarte mirando? —le preguntó enfrentando su mirada a través del espejo—. Porque me gustaría terminar esto a solas —dijo, asintiendo hacia su pene.
—Ehmm, sí... digo, no —Paula se reprendió por el ligero temblor en su voz—. Yo solo... me iré. Lo siento.
Cuando salió finalmente del baño le pareció escuchar la risa ronca de aquel desconocido.
—Genial —se dijo mientras agitaba la cabeza para despejarse.
Caminó directo a la barra con la intención de despedirse de Carolina y volver a casa. El ligero sopor que tenía debido al alcohol había desaparecido totalmente. Ahora estaba lúcida. Y demasiado consciente de su cuerpo, si le preguntaban. Necesitaba sexo, y lo necesitaba rápido.
Para cuando llegó junto a su amiga, ella se encontraba con un hombre y hablaba animadamente con él. Consideró hacer una salida limpia del bar y mentalmente se aseguró de tener todas sus cosas. Cartera, llaves, celular...
—Paula, ahí estás —gritó Carolina—. Acércate para que pueda presentarte.
—Lo siento Caro, tengo que irme —le respondió, alzando la voz para hacerse oír.
Carolina se levantó y caminó hacia ella con una expresión que asustaba. Bueno, no era tan terrible. Solo un ceño fruncido y una mueca en la boca, pero Paula empezó a temblar.
—No te irás —le aseguró—. Vendrás conmigo de regreso a la barra, saludarás y serás simpática con mis amigos, y además te permitirás disfrutar de la vida por esta noche. Si mañana quieres seguir revolcándote en tu autocompasión, te dejaré en paz... al menos hasta que salgamos en ese crucero, porque entonces me aseguraré que te diviertas. Aunque tenga que emborracharte para que lo hagas.
Hasta ese momento, Paula no había visto al misterioso acompañante de Carolina. Pero en cuanto se acercaron a la barra ella no pudo evitar detallarlo detenidamente. Cerca del metro noventa de estatura, espalda ancha y formidable trasero enfundado en vaqueros desgastados. Llevaba una camiseta de un equipo de béisbol y en su brazo colgaba lo que parecía ser una bata blanca. ¿Un médico, quizás?
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