miércoles, 25 de marzo de 2015

INEVITABLE: CAPITULO 5




Curioso lugar para ver uno, pensó Paula


Cuando finalmente se reunieron, tuvo un vistazo del resto de su cuerpo. Y de su cara.


El mundo no podía ser tan pequeño, ¿verdad?


Paula, déjame presentarte a....


—Pedro —completó ella.


—¿Ustedes dos se conocen? —preguntó Carolina, alternando la mirada entre Pedro y su amiga—. No me digas que él... —se centró en Paula entonces—. ¡Oh por Dios! ¿Es él?


—¿Él? —preguntó Pedro sonriendo—. ¿Me perdí de algo?


—De nada, tesoro. Paula me contó que un chico le dejó su teléfono esta mañana mientras tomaba su café —explicó Carolina—.¿Fuiste tú? ¿No es cierto?


Pedro asintió sin dejar de mirar a Paula ni de sonreír.


—¿Entonces qué demonios le sucede a tu teléfono? —le dijo Carolina, provocando que Pedro se girara a mirarla—. Te llamó y no atendiste.


Él frunció el ceño y sacó su celular del bolsillo de sus vaqueros. Miró la pantalla pero no había notificaciones.


—No recibí ninguna llamada —respondió Pedro mostrándole su celular a su amiga—. Estuve de guardia en el hospital, con el teléfono encendido; puedo asegurarte que no recibí ninguna llamada.


—¿Podrían dejar de hablar como si yo no estuviese aquí? —se quejó Paula y ambos voltearon a mirarla—. Gracias.


—Lo siento —se disculpó él.


—Está bien.


—Si no fue a ti —dijo Carolina señalando a Pedro—. Entonces... ¿a quién llamaste? —le preguntó a su amiga.


—Yo marqué el número que él me dio —aseguró Paula, y para respaldar sus palabras sacó la servilleta de su cartera y se la tendió a Carolina—. Tú estabas ahí, tú lo viste.


Ella vio que el número era correcto. Si Paula le hubiese mostrado la servilleta antes y ella hubiese visto el número...


—Déjame ver tu teléfono, Pau —pidió Carolina.


Paula frunció el ceño, pero le entregó el aparato. No sabía qué se traía su amiga, después de todo Pedro estaba ahí. Cruzó los brazos sobre el pecho y arqueó una ceja en actitud desafiante. Su mala cara no tenía que ver con el circo que Carolina había montado, sino con el que había escuchado en el baño y la había dejado tensa. Resolver misterios en un bar no encajaba con su concepto de "liberar tensión" precisamente, aunque...


—Está mal —dijo él cuando se inclinó sobre el hombro de Carolina para espiar la pantalla del celular—. El número que marcaste está mal… Estoy bastante seguro que el mío termina en 2, no en 5.


Paula bufó y Carolina rompió a reír. La escena no podía ser más ridícula, pensó ella. En ese momento empezó a sonar una canción lenta que a Paula le gustaba. La línea de bajo y la percusión retumbaban en su pecho, haciendo que su concentración se desviara por momentos. Imágenes fugaces de parejas caminando hacia la improvisada pista de baile la atrajeron, y su vista se fue tras ellas a la deriva, hasta que una voz masculina la trajo de vuelta a la realidad.


—¿Quieres bailar? —le preguntó él, acercándose para susurrarle al oído.


Ella tragó con fuerza, apretó los muslos y lo miró a los ojos. Pedro le hizo un guiño y luego volteó hacia Carolina, que veía la escena con la boca abierta.


—Claro, claro... por mí no hay problema —les dijo mientras le quitaba la cartera a Paula y la empujaba hacia él—. Vayan.


Pedro esperó con paciencia por la respuesta de Paula mientras la canción sonaba. Cada vez más fuerte y más sexy. Ella asintió, le arrebató la bebida a su amiga y se la tomó de un trago, entonces se dejó guiar a la pista, cerrando los ojos ante la sensación de una mano cálida en la parte baja de su espalda y llenando su mente con imágenes de un cuerpo fuerte contra el de ella. Sobre el de ella...


Ok, ¿de dónde vino eso?, pensó.


Mientras se movían al compás de la música, Paula empezó a fijarse en las parejas a su alrededor. En sus gestos. En la complicidad. En la forma íntima que se rozaban al moverse. 


Su cerebro empezó a darle forma a las historias de cada una. Era un ejercicio tonto que hacía para entrar en calor cada vez que iba a escribir, por eso le gustaba hacer sus primeros capítulos en lugares públicos, como cafeterías o parques.


El cuerpo de Pedro estaba tan cerca del suyo que su cerebro simplemente se apagó. Se dejó guiar por él y se entregó a las sensaciones de sus manos afianzadas sobre sus caderas mientras bailaban. Paula sentía que su cuerpo respondía naturalmente a él, anticipando sus movimientos. Sus ojos subieron, vagando por su pecho, hasta encontrarse su mirada. Profunda y decidida. Se preguntó lo que se sentiría llegar al orgasmo mirando esos ojos. Estaba segura de que eso estaría totalmente en otro nivel.


Repentinamente su mundo empezó a tambalearse. Él se acercaba a ella y casi podía sentir su aliento contra su cara.


¿Iba a besarla?, pensó Paula. Descubrió que la idea no le molestaba.


Él se acercaba cada vez más mientras en los altavoces alguien gritaba que era radioactivo. 


Era irónico que en ese momento ella sintiera que iba a hacer combustión espontánea en plena pista.


—¿Estás bien? —le preguntó Pedro.


Ella lucía un poco verde, pensó él. Pero quizás fuera por las luces del bar. Tenía que confirmarlo, así que su modo doctor entró en funcionamiento. Ella lo miraba fijamente pero parecía no haber entendido su pregunta.


Para Paula, el mundo seguía girando con fuerza a su alrededor pero se las arregló para asentir y sonrió con lo que pretendía fuera su cara más sexy.


—¿Segura? —insistió él.


—Sí —respondió simplemente.


Él se acercó aún más.


¿Es que acaso eso era posible?, pensó ella. Pero los pensamientos de Pedro estaban lejos de esa línea en ese momento. Entonces el calor aumentó, los movimientos de la tierra adquirieron velocidad y no había suficiente oxígeno en el planeta para ella.


Entonces el mundo dejó de existir.




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