lunes, 23 de marzo de 2015

DELICIAS DE AMOR: CAPITULO 23





El terminó por contárselo todo.


Aunque iba en contra de su buen juicio, en contra de su forma de ser, le hizo a Maria un resumen de lo que había ocurrido, hasta el momento en que Paula vio la foto de Irene y él, la foto que él había tirado a la basura ese mismo día.


Pedro tenía la esperanza secreta de que contarlo todo en voz alta lo ayudara a purgar la horrible sensación de vacío que lo atenazaba desde que Paula había salido de su casa sin volver la vista atrás.


Pero no fue así. Si acaso, hizo que se sintiera aún peor. 


Desesperado, intentó describirle a Maria sus sentimientos.


—Es como si alguien me hubiera robado las ganas de vivir —encogió los hombros, avergonzado. Estaba siendo débil y eso no era propio de él—. Lo siento, no me estoy explicando bien, y tú no has venido a escucharme parlotear como un niño de doce años que se lamentara sobre su primer amor —suspiró con resignación y se agachó para rascar al perrito detrás de la oreja—. Supongo que me recuerdas a mi madre y necesitaba que alguien me escuchara.


—Bueno, me halaga mucho que me compares con Francisca, Pedro —dijo Maria—. Tu madre era una mujer cálida y maravillosa —tocó su brazo para que volviera a ponerse en pie—. ¿Sabes lo que te diría ella si estuviera aquí?


Él dudaba que la mujer estuviera al tanto de los pensamientos de su difunta madre, pero, dado que se había desahogado con Maria, le debía la cortesía de escuchar lo que tenía que decir. Además, la mujer le caía muy bien.


—¿Qué?


—Te preguntaría si realmente te importa esa Paula de la que acabas de hablar y, si contestaras que sí, te diría que dejaras de quedarte ahí lloriqueando e hicieras algo al respecto.


—Creo que, hoy en día, eso se denomina acoso, señora Connors —dejó escapar una risa amarga.


En cambio, la risa de Maria sonó alegre, liviana y compasiva.


—No sugiero que te pongas bajo la ventana de su dormitorio y le recites versos de Romeo y Julieta, o de Cyrano. Estoy sugiriendo que hagas algo creativo que permita que vuestros caminos se crucen, en público para empezar.


Tal vez la mujer tuviera razón. A esas alturas, estaba dispuesto a probar cualquier cosa. No tenía nada que perder y todo por ganar.


—Sigue —la animó.


—¿Cómo se gana la vida esa joven dama? —preguntó Maria con inocencia—. ¿Es contable, abogada o…?


—Trabaja para una empresa de catering.


—Una empresa de catering —repitió Maria, aparentemente intrigada—. ¿Qué hace? —sabía muy bien que Paula era la chef repostera de Teresa—. ¿Cocina? ¿Sirve?


—Paula se encarga de los postres —contestó él, aunque eso no informaba sobre su talento. Pensó que «crea delicias» se habría aproximado mucho más a la realidad.


—Ah, perfecto —dijo Maria con entusiasmo.


Pedro no entendía nada. A sus pies, el perrito empezaba a mordisquear las patas de la camilla. Pedro sacó un hueso de goma y se lo ofreció. Walter aceptó el cebo.


—¿Perfecto? —repitió, mirando a Maria.


—Sí, porque se me ha ocurrido un plan. De vez en cuando, el refugio para animales de Bedford celebra el día Adopta al Mejor Amigo. Las empresas locales colaboran con donaciones u ofreciendo su tiempo.


—Conozco esos eventos —como era voluntario en el refugio, recibía sus circulares—, pero no veo…


—Podría tirar de algunas cuerdas, hacer unas sugerencias, poner el evento en marcha en, digamos, una semana, dos como mucho —explicó Maria a toda velocidad.


—Sigo sin entender qué tiene eso que ver con…


Maria alzó un dedo para silenciarlo.


—Piensa en cuánta gente iría a ver a los animales si la publicidad mencionara una degustación de pastas y que los beneficios se destinarían a mantener el refugio operativo. «Ven a probar las pastas y vuelve a casa con un amigo» —dijo Maria, sacándose un eslogan de la manga.


Después, miró a Pedro pensativamente.


—¿No me dijiste que eras voluntario del refugio y a veces ibas a echar un vistazo a los animales, para asegurarte de que están sanos? —también conocía la respuesta a esa pregunta.


El rostro de él se iluminó cuando comprendió por fin el plan de la amiga de su madre.


—¿Sabes una cosa? Eso podría funcionar —dijo—. Y Paula hace unas pastas exquisitas —hizo una pausa y la miró, intrigado—. ¿Cómo has sabido eso? ¿Cómo sabes que Paula hace pastas?


—No lo sabía —había sido un desliz que Maria se apresuró a enmendar—. Lo he dicho por decir algo. Reconozco que tengo debilidad por las pas-tas.


—Pues si ese plan consigue que vuelva a hablarme, señora Connors, me aseguraré de que reciba una pasta diaria durante el resto de su vida —prometió él, animándose con la idea.


—Que sin duda sería breve, si empezara a permitirme esos caprichos —rio ella. Se inclinó para recoger al perrito que le había servido como excusa—. Entonces, ¿seguro que Walter está sano?


—Está de maravilla —aseguró él. Miró al labrador pensativamente, mientras le rascaba la cabeza—. Se parece muchísimo al perrito de Paula —comentó pensativo.


—Entonces, el perrito de Paula debe de ser muy guapo —Maria le guiñó un ojo.


Después se dio la vuelta y salió antes de que Pedro pudiera ver la amplia sonrisa que iluminaba su rostro.






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