Pasaron dos semanas.
Dos semanas que avanzaron al ritmo del paso de una tortuga inválida. Cada minuto de cada día se alargaba interminablemente. Pedro tenía la sensación de estar volviéndose loco. Su trabajo pasó de ser un paraíso a convertirse en una tortura.
Le costaba concentrarse.
Intentó seguir en marcha, lo intentó de veras. Después de su ruptura con Irene, cuando disminuyó el dolor y dejó de sentirse como un imbécil por no haber visto las señales que habían estado allí durante todo ese tiempo, Pedro había experimentado una sensación de alivio.
El tipo de alivio que sentía un superviviente que acaba de esquivar una bala. La joven de la que había creído enamorarse no habría sido la mujer con la que habría acabado casándose. Haberlo evitado era lo que dio paso al alivio.
Pero en el caso de Paula, el alivio brillaba por su ausencia.
Solo tenía sensación de pérdida, como si algo muy especial se le hubiera escapado entre los dedos y no fuera a recuperarlo nunca.
En consecuencia, su vida se había llenado de oscuridad. Era como si la luz se hubiera apagado en su mundo y no pudiera encenderla de nuevo. La resignación hizo que todo cambiara para él.
*****
Siempre que le preguntaba si algo iba mal, su repostera contestaba que todo iba «bien».
Maria decidió investigar por su cuenta.
Por eso se presentó en la clínica veterinaria el martes siguiente, cuando tuvo un respiro en la agencia inmobiliaria.
Apareció armada con uno de los perritos que aún le quedaban a Cecilia. Le dijo a la recepcionista que lo había comprado hacía poco con la intención de regalárselo a su nieta. Erika había conseguido hacerle un hueco entre dos citas.
—Hola —dijo Maria con alegría, entrando en la sala de consulta donde le habían dicho que encontraría al objeto de su visita—. Tu recepcionista, una chica encantadora, me dijo que estabas aquí y que podía traerte a Walter. Espero que no te moleste que haya venido sin avisar. Pero Walter es un regalo para mi nieta, y quería asegurarme de que está sano antes de dárselo —explicó.
Pedro miró fijamente al perrito. Era casi idéntico a Jonathan.
Pero no podía ser él.
—¿Dónde lo has conseguido? —preguntó.
—Conozco a un criador en la zona de Santa Barbara —contestó Maria con expresión de inocencia—. ¿Por qué lo preguntas?
—Conozco a alguien que tiene un perro igual que este —Pedro intentó sonar indiferente, pero solo pensar en Paula conseguía dar un tono triste a su voz—. Me dijo que había aparecido en su puerta de repente, hace un par de meses.
—He oído decir que los labradores están de moda últimamente, porque son muy amistosos. Por eso le he comprado uno a mi nieta —comentó Maria, sin inmutarse.
Escrutó a Pedro mientras procedía a examinar al perrito—. ¿Ocurre algo, cariño?
—El perrito parece estar bien —dijo él, siguiendo con el examen.
—Hablaba de ti, Pedro—dijo Maria con voz amable.
Él encogió los hombros, deseando que la mujer se centrara en el perrito que le había llevado y no le hiciera preguntas personales. No podía enfrentarse a ellas en ese momento.
Había dejado innumerables mensajes en el contestador de Paula. Ella no le había devuelto ni una llamada. Cuando pasaba por su casa nunca había luces encendidas y no abría la puerta si llamaba al timbre.
—Estoy bien —le dijo a Maria.
—Sabes, Pedro, por respeto a tu madre, me siento obligada a decirte que, como actor, eres poco convincente —se estiró para ponerle una mano en el hombro—. ¿Qué te preocupa? Tal vez no pueda ayudarte, pero al menos te escucharé.
Pedro no quería hablar del tema. Concluyó su examen y la miró.
—Walter está muy sano. En cuanto a mí, señora Connors, sé que su intención es buena…
—A estas alturas, puedes llamarme Maria —bajó al perrito de la camilla al suelo—. Diablos, claro que mi intención es buena —clavó los ojos en los del veterinario—. Cuando mi hija tenía el aspecto que tienes tú ahora, era porque algo iba mal en su relación con el hombre que ahora es su marido, un yerno fantástico, por cierto. Vamos, suéltalo. Necesitas a alguien imparcial que te diga si estás reaccionando de forma exagerada o si deberías rendirte. Dado que tu madre no está aquí para escuchar, lo haré yo en memoria suya.
Cruzó los brazos sobre el pecho y le lanzó una mirada que indicaba claramente que no iba cejar en su empeño.
—Será mejor que me lo cuentes todo. Te aviso que no pienso irme hasta que lo hagas. Si pretendes ver a más pacientes hoy, más te vale empezar a hablar, jovencito.
Me encanta la amiga de la madre jaja. Muy buenos aunque algo tristes los 3 caps.
ResponderBorrarMuy tristes estos capítulos! menos mal que mañana termina, quiero leer el final feliz! ;)
ResponderBorrarbien por Maria !! quiero que se amiguen por favorrrrr! tan Linda pareja !!!
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