miércoles, 11 de febrero de 2015

UNA NOCHE DIFERENTE: CAPITULO 3




Le temblaban las manos: su cuerpo se rebelaba contra lo que estaba a punto de hacer. Le sudaban las palmas, el corazón le latía tan rápido que estaba segura de que iba a desmayarse, salivaba. Señales todas que la alertaban de que debía echar a correr y sobrevivir. Pero las ignoró.


Se volvió para mirar a Aldana por última vez, que seguía de pie apoyada en la pared, observando. Y de nuevo se concentró en su objetivo. Le saludaría. Y quizá flirtearía un poco. Un poco de flirteo inofensivo. Recordaba algo cómo se hacía. En sus tiempos, había sido una maestra de la seducción. Batir pestañas y tocar al hombre en un hombro, sin pretender durante todo el tiempo otra cosa que no fuera utilizar su interés en estimular su ego. En aquel entonces había sido un juego. Una diversión.


¿Por qué no volver a vivir aquello? Aquella sería su última alegría antes de su matrimonio. Una oportunidad de descansar y de salir de tiendas con Aldana. Un tiempo para relajarse, para estar tirada en la playa, para ver películas románticas en la habitación del hotel y luego disfrutar de una gala benéfica. Y todo sin Alejo ni su familia cerca.


Aquello no era más que una parte de ese plan. Un pequeño descanso de tener que ser siempre Paula Chaves, la aclamada estrella mediática. Necesitaba un momento para ser simplemente Paula. No la nueva Paula. Tampoco la antigua Paula. Solo Paula.


Se detuvo frente al yate y su mirada colisionó con los ojos más azules que había visto en su vida. Acompañados de una lenta y traviesa sonrisa, un relámpago de dientes blancos contrastando con una tez morena. De cerca era todavía más guapo. Absolutamente arrebatador. Se apartó los rizos oscuros de los ojos y, al hacerlo, flexionó los músculos. Una actuación reservada solo para ella. Sus hormonas se pusieron en pie y aplaudieron. Y pidieron a gritos un bis. Estúpidas hormonas…


—¿Te has perdido? —le preguntó él en un inglés con fuerte acento. El mismo acento que el de Alejo. Griego. Y sin embargo no sonaba igual. No era tan refinado. Tenía una aspereza que parecía tocar algo profundo en su interior. Y levantar una nube de chispas.


Y todo eso con tres palabras. Debería marcharse. Pero no lo hizo. Se quedó clavada en el sitio.


—Pues… yo… resulta que estaba allí… —señaló la pared donde había estado apoyada con Aldana, que a esas alturas ya había desaparecido—. Y te vi.


—¿Me viste?


—Sí.


—¿Hay algún problema?


—Yo… No, no hay ningún problema. Simplemente me fijé en ti.


—¿Eso es todo?


Apoyó un pie en la barra de metal que rodeaba la cubierta y saltó al muelle, en un movimiento fluido, impresionante y… condenadamente excitante.


—Sí —dijo ella—. Eso es todo.


—¿Te llamas…?


—Paula Chaves.


Esperó. Esperó a ver el brillo de reconocimiento en sus ojos. 


A que se entusiasmara por estar delante de alguien que poseía un cierto nivel de fama mediática. O que diera media vuelta y se marchara. La gente solía hacer una de esas dos cosas. Raramente cualquier otra. Pero no hubo reconocimiento alguno.


—Bueno, Paula —aquella voz era un chorro de líquido que se aposentaba en la parte baja de su cuerpo—. ¿Y a qué se debe que te hayas fijado en mí?


—A que, pues… eres guapo —respondió. Nunca en toda su vida se había mostrado tan descarada con un hombre. 


Aunque, sinceramente, no sabía si estaba siendo descarada o estúpida. La gente se le daba bien. Era la anfitriona perfecta. Caía bien a todo el mundo, incluso a la prensa más infame. Una reputación que había cultivado cuidadosamente… y protegido ferozmente.


Pero tenía mucha más experiencia en ofrecer a la gente bebidas refrescantes que en ofrecerles… su cuerpo. Vio que él enarcaba una ceja.


—¿Soy guapo?


—Sí. ¿Acaso es la primera vez que te lo dice una mujer? —le ardía la cara, y no podía echar la culpa al sol de primera hora de la tarde.


—No. Pero nunca de una manera tan original. ¿Qué idea tenías en mente cuando decidiste acercarte?


—Yo pensé… —de repente lo hizo. De repente lo quería todo. Lo quería todo, todo a la vez, con aquel desconocido. Quería tocarlo, besarlo, sentir las yemas de sus dedos trazando un rastro de fuego por su piel desnuda—. Pensé que tal vez podríamos tomar una copa.


Una copa. Una bebida refrescante. Eso volvía a situarla en su zona de confort, aunque ni siquiera conocía su nombre.


—¿Cómo te llamas? —dado que había empezado a tener fantasías sexuales con aquel tipo, lo cortés era que le preguntara por su nombre.


—Pedro.


—¿Pedro, sin más?


—¿Por qué no? —él se encogió de hombros.


Claro, ¿por qué no? ¿A quién le importaba su apellido? Ella nunca tendría ocasión de usarlo. Nunca lo presentaría en una fiesta, ni necesitaría mencionarlo en una conversación. 


No volvería a verlo después de aquel día.


—Es verdad. Entonces… ¿qué? ¿Hace esa copa? ¿O… se enfadará tu jefe?


—¿Mi jefe?


—El dueño del yate.


Él frunció el ceño y lanzó una mirada sobre su espalda, antes de volver a mirarla.


—Ah. No, se ha ido a Atenas a pasar unos días. Se supone que yo solo tengo que echar un vistazo al barco de cuando en cuando. No hay necesidad de que me quede amarrado al muelle.


—Ya. No te alejarás flotando a la deriva, ¿eh? —se echó a reír, e inmediatamente se sintió como una estúpida, como si hubiera vuelto a convertirse en una chica de dieciocho años en lugar de la mujer de veintiocho que era. Por supuesto, tampoco se había mostrado tan ridícula y risueña con los hombres a los dieciocho años. Ya había escarmentado para entonces.


Aparentemente, todo aquel buen sentido y las lecciones que había aprendido de la vida estaban brillando por su ausencia. Vio que arrugaba la nariz y guiñaba los ojos con la cara levantada hacia el sol, un gesto extrañamente infantil que acentuó su atractivo.


—No creo. Aunque lo he hecho en el pasado.


—¿De veras?


—Claro. Así es como terminé aquí. He pasado buena parte de mi vida flotando a la deriva.


Percibía un significado oculto en sus palabras. Y tuvo al mismo tiempo la sensación de que aquellas palabras, las de un hombre al que hacía apenas cinco minutos que conocía, eran mucho más sinceras que las del hombre con quien planeaba casarse.


—Entonces —dijo él—, ¿va esa copa?


—Por supuesto.


—Permíteme que me ponga una camisa —le lanzó una sonrisa y volvió a subir al barco.


Paula necesitó recurrir a toda su fuerza de voluntad para no decirle: «Oh, por favor, déjate el pecho desnudo». Se imaginó que eso sería forzar las cosas. Sobre todo teniendo en cuenta que, por mucho que lo deseara, sabía que nunca haría nada al respecto.


Todo aquello se quedaría en una simple copa.


Fueron a un bar cercano y pidieron un par de refrescos. 


Paula le había puesto un mensaje a Aldana informándole de que todo marchaba bien y que no la habían asesinado a hachazos. Pero no volvió a enviarle ninguno más cuando después estuvieron paseando por la ciudad durante horas.


 O cuando terminaron cenando en el puerto, riendo y charlando de mil cosas mientras comían pasta y marisco.


No informó a su amiga del momento en que Pedro le acercó el tenedor a los labios para que probara su plato, de la forma en que se encontraron sus miradas en aquel preciso instante y de la punzada de calor que la atravesó de golpe. 


Como tampoco le dijo nada cuando la llevó a un club aquella noche. No había vuelto a pisar un club como aquel desde que era una adolescente. La clase de lugares que su padre y Alejo jamás habrían aprobado. La prensa la crucificaría si llegaba a enterarse.


Alcohol, música atronadora, pistas de baile atiborradas de cuerpos. Había habido una época en la que aquello le había encantado. Pero no desde que llegó a ser consciente del tipo de problemas en los que podía llegar a meterse. Por el momento, sin embargo, iba a dejar aquel buen comportamiento a un lado. Allí se sentía como escondida, aislada por el extraño encantamiento que le había lanzado Pedro desde el primer instante en que lo vio.


De alguna manera, con Pedro, todo aquello resultaba excitante. Le suministraba la adrenalina que tanto había disfrutado antes. Y que llevaba negándose durante tanto tiempo.


—¡Esto es tan divertido…! —gritó, intentando hacerse oír en medio de la música.


—¿Estás disfrutando? —le preguntó él.


—Mucho.


Le tomó entonces la mano izquierda. El contacto de su piel contra la suya tuvo el mismo efecto que un rayo.


—Tenía intención de preguntarte por esto —le dijo él, volviéndole la mano de manera que el anillo de compromiso quedara a la vista.


Fue mirar el anillo y se le cayó el alama a los pies. No quería pensar en eso. No quería pensar en la realidad.


—No estoy casada.


Vio que una sonrisa traviesa se dibujaba en sus labios, con sus ojos azules brillando en la penumbra.


—A mí no me habría importado, de todas formas. Aunque quizá sí me habría preguntado por lo grande que era tu marido. Y si estaba relacionado con el crimen organizado.


El pensamiento de Alejo relacionado con algo tan sórdido como el crimen organizado resultaba histéricamente divertido. Alejo era demasiado formal. Él representaba la influencia serena, tranquilizadora de su vida. O al menos así era como lo veía su padre.


—Pues… no necesitas preocuparte. Además, no hemos hecho nada de lo que tengamos que avergonzarnos —dijo ella—. Yo no he… quebrantado ninguna promesa.


—Todavía —repuso él con otra sonrisa traviesa—. Aún es temprano.


—Sí —el corazón le atronaba en el pecho.


—¿Quieres bailar?


Miró la mano que le tendía y sintió un dolor, una necesidad, apretándose en su vientre. Y, en aquel preciso instante, se dio cuenta de que aquello no era una simple invitación a bailar. Sabía lo que era. El momento decisivo. Que si decía «sí» a aquello, no podría volver a decir «no» durante el resto de la noche.


—Sí —fue como si le arrancaran la palabra, raspándole la garganta seca y dejando en su lugar un dulce y ligero alivio. Había tomado la decisión. Esa noche iba a abrazar la vida—. Sí, Pedro. Quiero bailar.





3 comentarios:

  1. Ahhhhhh, qué espectacular, ya me enganché con esta historia.

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  2. aaaahhhhhhh!!!!! pauli con un machote así, dale mami jajajajajajajaj buenísimo los caps

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  3. Bien por Pau jajajajjajaaj ¡ que se joda Alejo ¡

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