miércoles, 11 de febrero de 2015

UNA NOCHE DIFERENTE: CAPITULO 2



Desde que llegaron a Corfú no había hecho un tiempo tan espléndido como aquel.Paula y Aldana acababan de comer.


Su amiga debía dirigirse al aeropuerto para volar de vuelta a Nueva York, mientras que ella se quedaría para representar a la familia Chaves en un acto benéfico. Aquellas vacaciones eran su última alegría antes de la boda del mes siguiente. 



Su oportunidad de «echar una canita al aire» antes de comprometerse en cuerpo y alma con otra persona para el resto de su vida.


—¿Más zapatos? —le preguntó Aldana, señalando la pequeña boutique que estaba al otro lado de la calle empedrada.


—Creo que no —contestó Paula mientras desviaba la mirada hacia el mar, con los yates y veleros atracados en el muelle.


—¿Estás enferma?


Se echó a reír y se acercó al malecón, apoyándose en la barandilla.


—Tal vez.


—Es la boda, ¿verdad? —inquirió Aldana.


—No tendría por qué. Hace siglos que la esperaba. Nos conocemos desde hace seis años y llevamos comprometidos la mayor parte de ese tiempo. La fecha de la boda la fijamos hace casi once meses.


—Sabes que todavía puedes cambiar de idea —le recordó Aldana.


—No. No voy a hacerlo. ¿Te imaginas? La boda será el acontecimiento social del año. Por fin Alejo se casará con la heredera Chaves. Por fin mi padre lo tendrá como hijo, que es lo que ambos quieren.


—¿Y qué pasa con lo que tú quieres?


—Yo… quiero a Alejo.


—¿Lo amas?


Su mirada captó un movimiento en uno de los yates: un hombre estaba fregando la cubierta. Vestía unos amplios shorts que colgaban de su estrecha cintura. El sol destacaba el dibujo de sus músculos perfectamente delineados. La vista la dejó sin aliento. Y de repente toda la pasión, todo el calor, todo el profundo anhelo que había estado tan convencida de haber perdido por culpa de aquel horrible y antiguo desengaño… la barrió como una ola.


—No —dijo, sin apartar en ningún momento la mirada del hombre del yate—, no lo amo. Quiero decir que no estoy enamorada. Lo quiero, sí, pero no… de esa manera.


No era ninguna revelación. Pero, acompañada de aquella súbita corriente de sensaciones, resultaba más inquietante de lo habitual.


Alejo no era un hombre apasionado. Con ella nunca había mostrado pasión alguna. De hecho, apenas la había tocado. 


Después de todos los años que llevaban juntos, lo máximo que había hecho era besarla. Le había dado un bonito y largo beso alguna que otra vez, mientras descansaban juntos en el sofá de su apartamento. Pero sin quitarse siquiera la ropa.


Pero porque Alejo era un hombre muy guapo, Paula había llegado a pensar que el problema, si podía llamarse así, era también suyo. Como si su propia pasión hubiera quedado estrangulada por años de férreo control. Después de haber dejado que aquella pasión la arrastrara años atrás al borde del abismo, solo para salvarse en el último momento, se había vuelto demasiado consciente del destino del que había escapado. Desde entonces, se había controlado mucho. Lo cual los había convertido a los dos en la pareja ideal, o al menos eso había pensado ella.


Pero no era verdad. En ese momento podía darse cuenta de ello. En un deslumbrante relámpago de lucidez, lo supo.


 Ella tenía pasión. La pasión seguía allí. Sentía deseo.


—¿Qué vas a hacer ahora? —le preguntó Aldana, ya con un tono de mayor preocupación.


Paula se ruborizó.


—Umm… ¿sobre qué?


—No lo amas.


Oh. Por supuesto, Aldana no estaba dentro de su cabeza, y no sabía que todo su mundo acababa de ser sacudido por un hombre que se hallaba a más de cincuenta metros de donde estaba ella. Hizo un gesto de indiferencia con la mano.


—Sí, pero eso no es nada nuevo.


—Te has quedado clavada mirando a aquel hombre de allí.


—¿Yo? —Paula parpadeó varias veces.


—Evidentemente. Ve a hablar con él.


—¿Qué? —se giró de golpe para mirarla—. ¿Que vaya a hablar con él, dices?


—Sí. Mi avión no sale hasta dentro de unas horas, así que, si necesitas un cable, estaré aquí. Pero no quiero entrometerme.


—¿Que vaya a hablar con él y luego qué?


Flirtear, vivir peligrosamente, disfrutar del momento… todo eso formaba parte de un pasado tan lejano que era como si perteneciera a otra persona. La Paula que se había humillado a sí misma y a su familia ya no existía. Una nueva Paula había escapado de aquel siniestro. Y la nueva Paula era una amante de las normas. Una contemporizadora. Iba siempre a favor de la corriente y hacía todo lo posible por mantener a todo el mundo contento. Se aseguraba de no traspasar nunca la raya para no perder la red de seguridad que le proporcionaba su padre.


Pero, por alguna razón, mientras estaba allí de pie, bajo el sol, pensando en la seguridad que su padre le había proporcionado, en la estabilidad que tenía con Alejo, tuvo una sensación de ahogo. Como si tuviera un nudo corredizo apretándole el cuello… «Estás exagerando, Paula», se dijo. «Es una boda, no una ejecución».


Y sin embargo la sensación era la misma. Porque la boda se presentaba con una total y absoluta certidumbre sobre su futuro. Un futuro como esposa de Alejo. Como la nueva Paula, la que nunca había roto un plato, para el resto de su vida.


—Tienes que ir a hablar con él —le dijo Aldana—. Te has puesto roja nada más verlo. Roja de verdad. Como si estuvieras ardiendo por dentro.


—¿Tanto se me nota?


—Hasta ahora no he dicho nada sobre tu compromiso con Alejo. Me he limitado a observar. Como tú misma has dicho, no estás locamente enamorada de él. Y cualquiera que tenga ojos puede darse cuenta.


—Lo sé —reconoció Paula con un nudo en la garganta.


—Mira, ya sé que somos unas viejas aburridas. Y sé que en el instituto cometimos algunas tonterías…


—Eso es quedarse corta.


—Pero también creo que tú te has pasado un poco en sentido contrario.


—La alternativa no era muy buena.


—Quizá no. Pero creo que tal vez este futuro tuyo tampoco lo sea.


—¿Qué otra cosa puedo hacer, Aldana? —le preguntó Paula—. Mi padre tuvo que sacarme un montón de veces de apuros, y yo tensé tanto la cuerda que al final me amenazó con lavarse las manos conmigo. Y ahora estamos muy unidos. Se siente orgulloso de mí. Y, si Alejo es el precio que tengo que pagar por todo eso, entonces… yo lo acepto.


—Pero ¿al menos te hace sentir como si estuvieras ardiendo por dentro?


Paula volvió a mirar al hombre del yate.


—No —la palabra se le atascó en la garganta.


—Entonces creo que te debes a ti misma pasar un rato con un hombre que sí sea capaz de hacerlo.


—Así que… ¿debería hablar con él? ¿Quieres apostar a que me maldice en griego y luego sigue trabajando como si nada?


Aldana se echó a reír.


—Eso no sucederá, Pau.


—¿Cómo lo sabes? —Paula parpadeó varias veces—. Quizá no le gusten las rubias.


—Tú le gustarás porque eres de la clase de mujeres que vuelve locos a los hombres.


—Ya no —lo de flirtear, jugar y seducir había terminado mal para ella hacía once años.


—Eso no es cierto —repuso Aldana, haciendo un gesto con la mano—. Vive peligrosamente, cariño. Antes de que dejes de vivir del todo.


Paula no podía apartar la vista de aquel hombre, ni siquiera para mirar mal a su amiga, que era lo que debería estar haciendo.


—¿Has leído eso en una galletita de la suerte? —le preguntó a su amiga.


—¿Te refieres a si he tenido alguna vez un orgasmo con un hombre? Sí. De modo que…


Al oír la palabra «orgasmo», Paula se ruborizó. No, ella no. 


Los había regalado unas cuantas veces, pero nunca había experimentado uno.


—Está bien. Iré a hablar con él —dijo—. A hablar. Que no a tener ningún orgasmo. Y no me mires así.


—De acuerdo. Andaré por aquí. Ya sabes, si necesitas cualquier cosa, ponme un mensaje.


—Llevo un spray —dijo Paula—. Alejo insistió en ello.


Esbozó una mueca al mencionar el nombre de su prometido. Aunque en realidad no iba a hacer nada. Solo iba a hablar con el semental marinero sin camisa. No iba a hacer nada indecente.


Solo se trataba de un momento. Solo un momento. Una oportunidad de ser osada e imprudente, nada que ver con la Paulal que había estado siendo durante la última década.


Solo un momento. Para hablar con un hombre solamente porque era guapo. Nada más. Respiró hondo y se echó la melena sobre un hombro.


—Deséame… bueno, suerte no, exactamente.


Aldana le hizo un guiño.


—Que tengas suerte.


—No. No estoy engañando a Ale.


—Ya, claro —dijo su amiga.


—Calla —Paula se volvió y empezó a caminar hacia el muelle.







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